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Solo la peste bubónica y el coronavirus consiguen clausurar el Dijous Bo

Por segunda vez en la historia, el mítico mercado echa el cierre por motivos sanitarios. El evento, masivo desde hace cientos de años, ha atraído a gente de toda la geografía mallorquina y también en el pasado a ladrones y a prostitutas de fuera de la isla.

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Solo la peste bubónica y el coronavirus consiguen clausurar el Dijous Bo Joan sitges/Ajuntament d’Inca

“Todos los jueves del año celebra Inca mercado muy concurrido. Y ferias el domingo inmediato a la fiesta de San Lucas y en los dos domingos siguientes (…) y el jueves siguiente es el que llaman bueno, en el cual se terminan muchos contratos”. Este texto, publicado en 1807 y obra de Josep Barberi, es el primer documento histórico que menciona el Dijous Bo.

Aunque según el investigador y cronista oficial de la ciudad de Inca, Gabriel Pieras, “el primer origen del Dijous Bo y de las ferias de Inca debemos buscarlo durante la dominación islámica de Mallorca o incluso antes”, el nombre de Dijous Bo es más reciente. Durante los tres domingos de Fira, en Inca no se celebraba el mercado semanal de cada jueves. Y, según la tesis de Pieras, los ‘inquers’, después de tres semanas sin poder acudir a su cita de cada jueves, “volvían al mercado y decían ‘quin dijous més bo!” Una expresión que puede que sirviera para acuñar el actual nombre de Dijous Bo.

Más allá de su nombre, las Fires y el Dijous Bo de Inca “marcaban el final y también el inicio de un ciclo, lo hacían de una forma mucho más importante que el 31 de diciembre o las fiestas de Semana Santa”, añade Pieras. “Hay que tener en cuenta que a finales de octubre y principios de noviembre los payeses ya habían cosechado las almendras y las algarrobas, ya habían secado los albaricoques, los tomates o estaban a punto de hacer ‘matances’, si no las habían hecho ya. En definitiva, era una fecha clave y además en Sant Miquel (29 de septiembre) es cuando la gente del campo cierra las cuentas con los señores o los propietarios de las tierras y se renuevan los contratos”, explica el investigador y cronista de Inca.

Así, si en primavera Inca celebra la Fira y el Dijous Gros, que se intenta recuperar desde el año 1995, es porque en el mes de mayo la gente del campo “compraba todo lo que se necesita para preparar la cosecha: cestos, herramientas, escaleras, sacos… Y en otoño, las Fires y el Dijous Bo servían para vender los productos recogidos durante el verano” explica Pieras. “Esa es la razón de ser del Dijous Bo”, concluye.

Clausurado por la pandemia

Si el éxito del Dijous Bo se basa en algo tan fundamental como las estaciones del año, que marcan el ciclo de la vida y de las cosechas, “es normal que su celebración sólo se haya visto interrumpida por eventos verdaderamente catastróficos”, explica Pieras. Este 2020 “hubiera sido enormemente irresponsable celebrarlo en la situación sanitaria en la que nos encontramos, hay que tener en cuenta que durante el Dijous Bo en Inca los visitantes llegan a multiplicar por cuatro la población de la ciudad”, explica el concejal de Fires i Mercats de Inca, Toni Peña. “Descartamos, además, trasladar el Dijous Bo a otras fechas, pensamos que no tiene mucho sentido porque aunque lo celebremos algunas semanas o meses más adelante, el riesgo a la masificación y a los contagios puede seguir existiendo”, argumenta el responsable municipal de las ferias. “Cuando el consistorio nos consultó, apoyamos la suspensión del Dijous Bo, lo primero es la salud y evitar posibles contagios”, explica en el mismo sentido la secretaria de la Associació de Comerciants i Restauradors d’Inca, Begoña Ramis. “Seguirá habiendo el mercado semanal y el Dijous Bo es fiesta local, por eso los ‘inquers’ lo celebraremos en esta ocasión de forma más íntima y los comerciantes, los bares y restaurantes intentaremos formar parte de esta fiesta en versión pequeño formato”, concluye Ramis.

Pero la primera y única vez en la historia que hasta ahora se han suspendido las Fires y el Dijous Bo de Inca fue en 1652. “Se hizo a raíz de la peste bubónica y por un decreto firmado por el gobernador en nombre del rey Felipe IV, el alcalde de Inca, los ‘jurats’ y consellers; en ese entonces Inca contaba con unos 5.000 habitantes y con la peste murió más de la mitad”, explica el cronista oficial de Inca, Gabriel Pieras. El receso duró ocho años, y “aunque no se conocía como Dijous Bo, sí que después de las Fires se hacía un mercado mayor que el de cada semana”, precisa Pieras. 

Después de esa interrupción y hasta hoy, el Dijous Bo no se ha dejado de hacer bajo ninguna circunstancia. “La peste bubónica de 1821, que azotó Capdepera, Son Servera y Artà no llegó a Inca porque cerraron todas las calles que daban al campo y se montaron guardias con escopetas, pistolas y espadas para que nadie pudiera entrar ni salir”, añade el investigador. Tampoco llegaron a Inca la peste amarilla de 1879 ni la epidemia de gripe de 1918 y en esos años el Dijous Bo se pudo celebrar con relativa normalidad.

La feria de las ferias de Mallorca

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el Dijous Bo alcanza su fama actual. “La prensa recoge esta fiesta como un evento multitudinario y en el siglo XX, la asistencia de gente de todos los puntos de Mallorca alcanza cotas insospechadas y se empieza a entrever la masificación que se registra en la época actual”, explica Gabriel Pieras.

Hace un siglo, medios locales como La Veu d’Inca o Ca Nostra ya publicaban crónicas en las que se insiste que en el Dijous Bo había demasiada gente. “Hay que pensar que Inca era una ciudad casi medieval”, explica Pieras. En Inca aún no se había ejecutado ninguna de las transformaciones urbanísticas que en el siglo XX han abierto plazas o avenidas. “Eran callejuelas de tres o cuatro metros como máximo, no había ninguna plaza hasta el 1898, que es cuando se abre la del Bestiar, y las vacas, las ovejas, las gallinas, las cabras y los caballos se ubicaban entre esa maraña de callejuelas, con lo que las estrecheces debían ser notables”, añade el cronista de la ciudad de Inca. 

A finales del siglo XIX y a principios del XX las crónicas también señalan los robos que se producían durante las Fires y el Dijous Bo. “Para evitarlos existía una figura hoy desaparecida, el ‘Cridero’, y su trabajo consistía en avisar de posibles hurtos a los que asistían al mercado; el ‘Cridero’ se paseaba por la estación del tren y también por las calles principales y gritaba ‘Alertau que han vengut lladres de Barcelona i tot!’, aunque también avisaba de que habían muchas prostitutas”, explica el investigador Gabriel Pieras.

Y es que igual que en otras ferias multitudinarias, en el mercado del Dijous Bo se movía mucho dinero y este hecho atraía ladrones pero también a prostitutas. En ese sentido “existe mucha documentación que habla de la llegada masiva de ese tipo de trabajadoras”, concreta Pieras. Aunque, eso sí, muchas veces los documentos utilizan eufemismos para referirse a ellas. Así lo hizo Miquel Duran, activista cultural, periodista y poeta ‘inquer’. “Era muy católico, y en uno de sus escritos nos dice, literalmente, que ‘han vengut moltes ‘palomes’ de Barcelona, han parat beguda i han agafat una cinquantena de tords”, añade el investigador Gabriel Pieras.

Y precisamente a la presencia de prostitutas durante el Dijous Bo, responde el hecho que Inca fuera “la primera población de Mallorca en obligar a pasar revisión médica obligatoria a las prostitutas, si no lo hacían, las encerraban en la prisión”, concluye el cronista oficial de la ciudad. 

Una obligación que recogen las primeras normas que el ayuntamiento se vio obligado a redactar en 1871 para evitar el caos en la celebración de las Fires y el Dijous Bo entre las entonces estrechas callejuelas de Inca. “Los vecinos y los comerciantes se quejaban porque los puestos ambulantes tapaban las tiendas de la ciudad y ante esta situación el Ajuntament dictó unas normas que debían respetar todos los vendedores que acudían a los mercados y las ferias del municipio”, añade Gabriel Pieras. Este documento dicta que nadie puede instalar un puesto de venta con toldo ante una tienda o establecimiento de venta de Inca, especifica que los toldos de los puestos tienen que ser blancos y deben poder resguardar de la lluvia a comerciantes y compradores. Unas normas que, al menos en parte, siguen vigentes en los mercados y las ferias que hasta ahora se celebran en la capital del Raiguer.  

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