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Salud

Arquitectura, urbanismo y nuevas epidemias

Arquitectura, urbanismo y nuevas epidemias

Cuando Juan Navarro Baldeweg presentó públicamente su proyecto para el nuevo Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) nos dijo que no había tenido dudas sobre la orientación. La sierra del Aramo que enmarca el Monsacro es imposible de ignorar, comentó. Añadió que diseñaba el hospital para que el trabajo del médico, presidido por ese paisaje imponente, fuera más grato y por tanto eficaz. Un muro de cristal cubriría esa fachada. Mientras escuchaba me imaginé a los pacientes sufriendo el calor que se acumularía en las habitaciones, difícil de controlar con el aire acondicionado. Calor producido por el calentamiento de los cristales que irradiaría su energía al ambiente. Los médicos, efectivamente, podrían disfrutar del paisaje en la corta visita. Pero el resto, incluidos los trabajadores que pasan más tiempo en el cuidado de los pacientes, lo sufrirían.

Baldeweg no había oído hablar aún de atención centrada en el paciente. Incluso confesó que era su primer hospital. Un arquitecto excepcional y un artista plástico extraordinario, pero no para ese cometido. En el transcurso del tiempo y la obra se corrigieron los inconvenientes y creo que al final el HUCA cumple bien con su tarea: curar a los pacientes.

La arquitectura hospitalaria nace, o adquiere importancia, en el siglo XIX cuando los viejos hospitales que eran más bien asilos para huérfanos, transeúntes y desamparados, se centran en la atención médica. Y, sobre todo, en la atención a las enfermedades infecciosas. Entonces aún no se sabía que los microbios las producían. La teoría más extendida era que las causaba la corrupción del aire. Aire libre, circulación y ventilación eran los objetivos. Nace el hospital pabellonal que permite salas amplias y bien ventiladas por los cuatro costados. Reliquia importante de esta concepción es el Hospital de Santa Cruz y San Pablo, un centro cuyo origen se remonta al siglo XV, entonces ubicado en el centro de Barcelona en lo que es hoy la biblioteca pública. Las condiciones higiénicas del entorno y del propio edificio obligaban a un cambio. Y se lo encargaron al arquitecto modernista Domenech i Montaner en 1902.

Hoy el grueso del hospital ya no ocupa los pabellones sino edificios modernos tipo pastilla como el del HUCA. La llegada de los antibióticos modificó la arquitectura hospitalaria.

Los objetivos ahora son otros. Quizás el más importante, lograr que la circulación, de personas y objetos, sea lo mejor posible. Pero también, la acomodación de la múltiple y compleja tecnología y la búsqueda de conglomerados asistenciales que faciliten la práctica. Nadie se preocupa de la ventilación natural, al contrario, esta puede constituir un problema para el mantenimiento del clima interior.

En caso de ingreso de pacientes contagiosos, se procede a evitar que el aire que respiran contamine el del resto mediante la presión negativa en la habitación: se absorbe y filtra al exterior todo el aire de ese cuarto. En cambio, cuando no se quiere que el paciente respire aire potencialmente contaminado se aplica la presión positiva: nunca el aire del entorno llega a su cuarto. En otros lugares, como los quirófanos, donde se expone al paciente sin la defensa de la piel a los posibles microbios que puedan estar en el ambiente, se colocan filtros especiales para purificar el aire que se recircula en parte.

Esta es, en síntesis, la técnica que sustituye a la ventilación natural en la lucha contra las enfermedades infecciosas en los centros hospitalarios. Hay más, como el lavado de manos, quizá lo más importante para evitar que los pacientes se infecten en los centros asistenciales, pero eso no tiene que ver con el diseño sino con la actitud y la disponibilidad de dispensadores.

Si la arquitectura hospitalaria se modificó con la explosión de las enfermedades infecciosas en el XIX debido al hacinamiento y las pobres condiciones higiénicas, qué ocurrirá ahora, cuando tememos que esta pandemia no será la última. Y cómo modificará la arquitectura de las escuelas, de los hoteles, restaurantes, casas, tiendas...

No creo que las nuevas epidemias se deban al afán depredador e invasivo de los territorios naturales y vírgenes de especies aisladas. En el Paleolítico convivíamos mucho más con la naturaleza. Fue en el neolítico cuando nos separamos de ella, cuando dejamos de invadirla pues criábamos en casa los alimentos vegetales y animales. Antes, en el Paleolítico, si un ser humano se infectaba con un virus o bacteria nuevo para el que no tenía defensas, solo infectaría a unos pocos congéneres. No había epidemias. Es la superpoblación humana y la desmesurada movilidad el caldo de cultivo para las nuevas epidemias. Ocurre con cualquier especie. La diferencia es que nosotros lo entendemos, sabemos por qué y cómo ocurre. La consecuencia natural de la superpoblación es la mortandad hasta el equilibrio con el medio. No es eso lo que queremos. La primera batalla la ganamos con los antibióticos.

En las circunstancias todo es más difícil porque cualquier epidemia puede ser muy explosiva debido a que somos muchos y viajamos mucho. Confiamos para dominarla en diseñar un remedio gracias a la biotecnología. Pero eso siempre llevará tiempo. Por eso, ya estamos pensando en cambiar la forma de vivir, una nueva urbanización y una nueva arquitectura.

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