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Oblicuidad

Enrique Múgica, judío, vasco y español

Enrique Múgica, judío, vasco y español

Un periodista no debe entablar relaciones con un político, pero el fallecido Enrique Múgica Herzog se empeñó tanto. "Ya estoy aquí", me decía el ministro de Justicia con Felipe González y Defensor del Pueblo con el absolutista Aznar, "hace mucho tiempo que mantengo que se le estaba infravalorando". Por "aquí" se refería a la villa del magnate peruano Lucho León en Formentor, donde veraneaba junto al limeño Alfredo Bryce Echenique, que en esa casa escribió No me esperen en abril y La amigdalitis de Tarzán. Todo ello a unos metros del hotel donde su compatriota Mario Vargas Llosa había perfilado Pantaleón y las visitadoras.

Tuve que ejercer de chófer de Bryce hacia la mansión que compartía con Múgica, con el peruano blasfemando contra sus popes:

—Mario y Carlos Fuentes se han autoproclamado únicos candidatos en castellano al Nobel, qué se creen. Por cierto, me he desprendido del noventa por ciento de mis libros y ha sido una liberación.

Ya en destino, Múgica presumía de judío, vasco y español, "lo tercero antes que nada. Si elaborara un concepto de España que gustara a todos, España dejaría de existir". Tras el asesinato de su hermano Fernando, también estaba señalado por ETA, lo cual obligaba a medir su temor. "Tengo el mismo miedo que los toreros. Lo terrible es que en una democracia consolidada como España pueda plantearse esa pregunta".

Podías relacionarte con Múgica porque las críticas no le afectaban en lo más mínimo. El tópico periodístico "con este artículo he perdido a un amigo" se desmoronaba ante su contumacia. Ni siquiera se preocupaba en desmentir el dardo, tras demostrar que había recibido su aguijón, "el lobby judío no existe". Lo recuerdo como un agente secreto de Joseph Conrad, pero interpretado por Peter Ustinov, esa bonhomía de puertas abiertas que también caracterizaba a Fabián Estapé.

Seguías taladrando, y Múgica no se dejaba arrastrar por el atentado que no quería perdonar ni olvidar. "Puede ocurrir que me cruce por la calle con el asesino de mi hermano, y lo sentiría extraordinariamente, aunque la coexistencia no signifique convivencia". Tenía pocos dogmas, "mantengo que las elecciones no se ganan, se pierden". Fue el último en rendirse a la rendición de ETA, porque "el euskonazismo sigue actuando". Y nunca rechazó una pregunta capciosa:

—¿Atenderá como Defensor del Pueblo las quejas de los familiares de presos etarras?

—Si tienen razón en sus quejas, se les atiende, como a los demás.

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