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Oblicuidad

Aute no era habitual en este mundo, ni en el otro

Aute no era habitual en este mundo, ni en el otro

Ni mucho menos fui amigo de Luis Eduardo Aute, pero me orientó desde el principio de mi triste carrera y alguna vez me llamaba entrada la noche, para intercambiar estupores. En contra de su imagen impertérrita, siempre empezaba destacando un detalle o gesto esperanzador, para contraponerle un pesimista "no es habitual en este mundo". Ni en ese momento clavaba la estocada, siempre dejaba un margen para las flores en el mar de la bondad.

Aute no era habitual en este mundo, ni lo será en el otro. Solo Lluís Llach puede competir con el filipino accidental, en la lista de cantantes próximos de quienes no me he saltado ni una oportunidad de asistir a sus recitales, a quienes he aplaudido un concierto entero. Y que nunca me han defraudado, aunque tampoco lo hubieran logrado de haber practicado el autosabotaje. Sería más corta la lista de canciones del poeta fallecido que no me satisfacen, pero este año he escuchado y recomendado a diario Sin tu latido. Y allí condimentó un verso apropiado para estos momentos, "qué terriblemente absurdo es estar vivo".

Me habló de sí mismo como "cansautor", antes de que esta palabra adquiriera notoriedad. Era muy consciente de la caricatura de su gremio, del aporte adicional bufonesco que conlleva un ser humano armado únicamente de una guitarra, el instrumento trivial por su enorme difusión. No practicaba la tristeza profesional, se limitaba a contrastar con la efervescencia artificial que le rodeaba. Nunca entendió a qué venía tanto barullo, y este susto alimentaba el pulso necesario para componer canciones indispensables.

Las cuatro y diez, por ejemplo, es el formato que hubiera aceptado Gil de Biedma para musicar sus poemas. La esencial decencia del cantante le impedía decantarse hacia el tremendismo, incluso Al alba se preocupa más de dignificar la muerte de los últimos fusilados del franquismo que de proclamar una revolución que a Aute le hubiera suscitado una sonrisa cauta. En el emparejamiento obligatorio, Sabina lo fue tras escuchar a Bob Dylan, pero Aute fue Leonard Cohen antes de conocerle.

Le sorprendía la riqueza de sus aportaciones, y es posible que lo hubiera cambiado todo por un mayor reconocimiento como pintor. Incluso al proclamar el "absurdo de estar vivo", Aute era demasiado elocuente y elegante para interpretar la vida como una maldición divina. Solo admitía sigilosamente que Dios nos había creado para tener mala suerte.

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