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Gastronomía

Julio Camba, misantropía y comestibles

Eco algo tardío de las reflexiones culinarias del periodista gallego, que jamás se olvidó de lo que era una buena mesa

Julio Camba, misantropía y comestibles

Las efemérides ayudan a acompasar la vida y, en muchas ocasiones, a digerirla sentando precedentes ilustres. Resulta provechoso y útil no olvidarse de ellas, aunque sea a pitón pasado, y no se trate de un centenario como es el caso que nos ocupa. En 2019, ya extinto, se cumplían noventa años de la publicación de La casa de Lúculo, de Julio Camba, el libro que el gran periodista gallego escribió sobre la comida y la mesa, uno de los escasos asuntos que le seguían mereciendo cierta atención al final de sus días después de haber mostrado una inteligente y perspicaz curiosidad por otros muchos. El título de las crónicas de esta página nacieron pensando en Camba y también en Lucio Licinio Lúculo, aquel gourmet de la Roma clásica, que se convirtió en el paradigma de la gula más refinada. Camba, como resulta obvio, también pensó en él en algún momento. De modo que el artículo, por más que usado, halla su justificación.

César González-Ruano, tan distinto del autor de Aventuras de una peseta, mantuvo con Julio Camba una postrera relación de respeto, precisamente cuando al periodista gallego sólo le preocupaba que o bien le invitasen a comer o que le dejasen en paz. Ruano, como el mismo solía escribir, mantenía una mística literaria. A Camba, sin embargo, escribir le llegó a importar, en la última etapa de su vida, un pepino. Incluso bastante menos que un pepino. "Prefiero morir de hambre", llegó a decir una vez. Otras, habiendo producido tantas páginas admirables, repetía: "Odio al que inventó la imprenta".

Cuando en un periódico publicaban algo referente a él pasaba la página con hastío y desdén. Según cuentan quienes lo trataron, la suya no era una postura esnob, ni de vanidad, simplemente significaba el hombre cansado del hombre. Desdeñoso de todo y de todos, empezando por él mismo, se escondía del mundo en aquella esquina solitaria del Hotel Palace con su pose de gato de tejado y cualquier cosa, salvo los placeres de la comida, le traía sin cuidado. -Pero a usted ¿hay algo que le importe además de sentarse a una mesa?-, le preguntaba Ruano. Y Camba hurgaba sin éxito en los desvanes de su memoria tratando de encontrar una respuesta.

Los artículos de Camba giran alrededor de los países, la gastronomía y la vida en general. Su humor derrocha lucidez: emerge de la gracia que tiene el autor para conectar el sentido común con las cosas que pasan a su alrededor. La observación más aguda lleva a la reflexión más acertada. Como cuando escribe que un calvo en Alemania no es lo mismo que un calvo en Sevilla o que un tercer calvo cruzando en barca el Misisipí, porque, según él, las calvas alemanas semejan piezas que la imaginación podría desprender del organismo humano que las soporta. No todo el mundo es capaz de llegar a una conclusión así sobre una alopecia en concreto, del mismo modo que casi nadie sabría apreciar, como él, la divertida forma de aburrirse de los ingleses, ni de encadenar las más curiosas teorías sobre las barbas, el canibalismo, el hombre sandwich o el pidgin english. También es cierto que no todos han tenido que padecer, como dijo Camba, la agotadora obligación de publicar diez artículos al mes, por ejemplo, sobre Italia.

Componérselas para escribir sobre esto, lo otro y lo de más allá no siempre resulta tan fácil como podría parecer a simple vista. Mucho menos fácil es lograr que el lector extraiga de las palabras conclusiones interesantes y acabe por considerar al articulista como alguien de la familia. La familia de Camba se fue restringiendo, con el paso de tiempo y por voluntad propia, al propio Camba. Por así decirlo y parafrasear al rico patricio romano en una de sus citas más famosas, "Lúculo cena esta noche con Lúculo". El autor gallego no se sentaba a la mesa con cualquiera. Derrotado el escritor aceptaba cauteloso las invitaciones a cenar prefiriendo alimentar su radical independencia misántropa.

Siendo capaz de confundir un percebe con un molusco, se las ingenió, sin embargo, para formular maravillosas teorías sobre el ajo y la cocina cristiana, adentrarse en los sinsabores culinarios británicos y alemanes, fruto de su experiencia viajera como corresponsal de prensa, y reflexionar como nadie sobre la antropofagia. Biólogo, viajero y escritor, Henry de Varigny decía que comerse a un semejante es absorber una alimentación específica e ideal. Los sueros, parece ser, actúan siempre de un modo más eficaz entre animales de la misma especie. Pero ¿hay algo sostenible en comerse al semejante? "¿Saben bien las chuletas de misionero?", se preguntaba Camba. "¿Qué gusto tiene una excelente sesada de sabio, de esas preparadas por treinta años de numismática o arqueología?".

O también de adelantarse a cualquiera con una feliz conclusión sobre el falso concepto del arte culinario. Ironizaba sobre quienes pretendían sacar petróleo de enmascarar la materia prima en vez de conformarse con valorarla como es debido. -¿Cuándo viene usted a comer a casa? Hago unas croquetas de pollo que parecen realmente de jamón, y preparo unas empanadillas de jamón que a todo el mundo le saben a pollo-. Camba razonaba que se podía entender que la falta de pollo se intentara suplir con el jamón y la ausencia de jamón se pretendiese falsificar con pollo. Pero habiendo pollo y jamón para qué disfrazar los sabores de uno y otro, se preguntaba con la aplastante lógica de la inteligencia. La Casa de Lúculo nos permite seguir sonriendo gracias a ella.

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