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Oblicuidad

Woodstock, la música por encima de todo

Woodstock, la música por encima de todo

Woodstock va más allá de una congregación de medio millón de feligreses en condiciones higiénicas deplorables. Aquella pradera colocó la música por encima de todo, incluso de su leyenda reivindicativa contra la guerra de Vietnam. Es el primer macrofestival en que no empiezas por quejarte de "qué lástima que no actuara Bob Dylan". Un concierto en el que soportas a la estomagante predicadora Joan Baez.

Medio siglo después, tanto los supervivientes de Woodstock como los que han superado además una asistencia inventada al festival, encarnan las traiciones completas de la generación del baby boom. En cambio, la música mana cristalina de la fuente, revivida. Con el espejismo, imposible de mantener durante más de tres días, de que los participantes compartían un objetivo. En aquellos discos, porque no podíamos permitirnos los vídeos ni fabular la presencia en vivo, brillan artistas de los que nada sabíamos y que no nos molestaríamos en perseguir, como Country Joe McDonald o John Sebastian. También irradiaban astros rebeldes con los vaivenes de la polio como Joe Cocker, que después se orientaría hacia Hollywood y Las Vegas. Qué tiempos, en que pensábamos que podíamos contar con un poco de ayuda de nuestros amigos.

Medio siglo después, la evolución de la música ha sido mínima, con perdón de Rosalía. Un extraterrestre no advertiría excesivas diferencias con un aquelarre contemporáneo, identificaría la conexión de los intérpretes con su público sin duchar. Hay bandas de gira todavía con el repertorio sacramental de Woodstock, los centenares de canciones interpretados aquel fin de semana han logrado la inmunidad estética, incluido el Marrakesh Express de Crosby, Stills, Nash & Young. En el colofón del festival, la distorsión sin anestesia del himno americano a cargo de Jimi Hendrix detallaba que se estaba dirimiendo la jerarquía artística a establecer por la posteridad.

Woodstock, la música, debe escucharse sin perderse ninguno de los interludios. De nuevo, la urgencia del directo transmite la excitación al citar a "Rouunald Reeigansa", el gobernador de California que una década después sería presidente como Ronald Reagan. Los espectadores reales y ficticios del festival no suelen reconocer que se pasaron una hora escuchando a Sha-Na-Na. Prefieren evocar que en una misma sesión trascendieron a un encadenado de Grateful Dead, los Creedence y Janis Joplin. Quien desee superar el impacto de aquellos artistas, haría bien en dedicarse a otra cosa, porque fueron insuperables en lo suyo.

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