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Oblicuidad

El cine ya no es popular, y a quién le importa

El cine ya no es popular, y a quién le importa

Hollywood propone un Oscar a la película más popular, para salvar a la ceremonia anual de la irrelevancia. El pequeño problema es que el cine ya no es popular, y a quién le importa. La influencia de un arte se mide por el impacto de su ausencia. Imaginemos que se anuncia la desaparición de las salas cinematográficas, y comparemos con la reacción si se comunicara el cierre definitivo de Facebook. Nos ahorraremos la conclusión, y perdón por plantear la hipótesis insoportable de un mundo sin redes sociales.

La extinción súbita del cine, de sus estrellas a quienes ya nadie confunde con mitos, y de toda la información que generan, no serviría ni como efecto mariposa. George Clooney es el protagonista de Nespresso, y creo recordar que Emma Stone lucía magnífica en la superproducción Christian Dior, pero no me hagan demasiado caso. Solo el anuncio de la desaparición de la ópera repercutiría con menor brío en la sociedad que el entierro del cinematógrafo. Las audiencias crecen en países como China y Arabia Saudí, ¿qué tipo de espectador sobreviviría a las producciones aptas para estas geografías dictatoriales?

Por respeto al lector, ni atenderemos a la filfa de que "se ve más cine que nunca", una hipérbole solo admisible en quienes comen spaghetti directamente de la bolsa. O en quienes piensan que consumir el caviar esparcido por el suelo equivale a degustarlo en condiciones salubres. A propósito del menú, en un solo restaurante del complejo antes llamado multiplex hay más comensales que espectadores en la suma de las salas.

El pesimismo impulsaría a concluir que el cine declina porque incumple su misión. En primer lugar, no tenía ninguna. En segundo lugar, ¿sigue siendo la mejor manera de tomarle el pulso a una sociedad, sin necesidad de sumergirse en ella? Sí. En contra de quienes han sustituido la sala oscura por el bar de tapas, la exploración más completa de los semejantes transcurre sin moverse de una butaca.

Cada año se producen medio centenar de obras maestras de presupuestos dispares, pero este enaltecimiento de las virtudes intrínsecas del cine no contradice su anomalía creciente, su casi deliberado anacronismo. En ciertas sesiones de horarios arcanos, los espectadores ralos comparten el aire sombrío de la clientela de las antiguas salas X. Por tanto, el Oscar a la película más popular resulta contraproducente, equivale a pintarrajear con grafitis un templo que ya solo frecuentan los viejos beatos. Se espantará a la clientela superviviente sin atraer a nuevos feligreses. Seamos minoritarios a conciencia.

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