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Obicuidad

Mi vida en ´Las mañanas de cuatro´

Mi vida en ´Las mañanas de cuatro´

Un país tiene un problema cuando se retira sin contemplaciones de la parrilla un programa como Las mañanas de Cuatro. Fue pionero en la extensión de la adrenalina política al horario inverosímil del aperitivo. La extinción por las controversias suscitadas honra a sus dos últimos directores, Jesús Cintora y Javier Ruiz. Sin embargo, el planteamiento del espacio ha mantenido una deuda hasta el último aliento con su fundadora, Concha García Campoy. A sus órdenes, fui tertuliano del programa entre 2007 y 2010. Cada semana, sin fallar más que en una ocasión por las inclemencias que clausuraron el aeropuerto de Son Sant Joan, volé a los estudios de Tres Cantos para medirme en inferioridad de condiciones a los mejores de mi profesión.

Concha te lo ponía fácil desde el principio, la conversación para contratarme duró menos de medio minuto. Una vez ante las cámaras, las instrucciones eran todavía más breves, véase inexistentes. Defiéndete como puedas, y si no funcionas, no te preocupes porque no te volveremos a llamar. Costaba sentirse incómodo o no entregarse a fondo con la ibicenca de Terrassa, la estampa misma de la autoridad sin aspavientos. Solo recuerdo la reprensión a Antonio Elorza por presentarse en el estudio con "una rebequita", estábamos lejos de los tiempos de la coleta descamisada.

En una sola ocasión a lo largo de doscientos programas, una productora que efectuaba las tareas de sustitución se atrevió a entrar en la jaula de los leones, la sala VIP donde los tertulianos aguardábamos intentando no desvelar nuestras armas a la competencia. Con el aire y las buenas intenciones de una institutriz, la profesional impartió una conferencia sobre las esencias televisivas, a maestros como María Antonia Iglesias o Ernesto Ekaizer. Nunca olvidaré el semblante estupefacto del futuro ministro José Ignacio Wert, del enciclopédico Carlos Mendo o del siempre irónico Fernando Ónega, al escrutar a la persona que les desvelaba los fundamentos de la impostura a la que venían dedicándose desde décadas atrás. La profesora no volvió.

El tiempo transcurrido me autoriza a confesar que las sesiones previas al programa, en que los veteranos destripaban al Madrid político, periodístico y judicial, resultaban más apasionantes que la exposición a las cámaras. Por no hablar de la extraña armonía que Concha transmitía en los momentos de máxima tensión. La creadora de Las mañanas de cuatro vivió su vida a la perfección, pero nadie me quita que se privó voluntariamente del lado salvaje.

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