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Con otra cara

Calidad de vida y maternidad

Calidad de vida y maternidad

Menudo lío ha montado la periodista Samanta Villar al afirmar que "tener hijos es perder calidad de vida" y que sus mellizos no la han hecho "más feliz que antes". Inmediatamente ha saltado en las redes sociales un aluvión de respuestas de madres perfectas criticándola por inmadura, egoísta y mal bicho. Yo, ¿qué quieren que les diga? Entiendo que con dos bebés de un año, cualquiera esté hasta arriba y lo diga. Desmitificar la perfección de la maternidad es sano y puede ayudar a muchas madres que se sienten monstruos en los momentos en los que darían una mano por una cena romántica seguida de ocho horas ininterrumpidas de sueño.

Como muchas mujeres de mi generación, y por lo que veo de la actual, me crié oyendo hablar en todo momento de la maternidad como la cumbre de la felicidad de una mujer. Tu madre y tus tías te decían que, por muy malo que fuera el embarazo o por mucho que doliera el parto, en cuanto te ponían a tu hijo en los brazos, era tal el amor que sentías que se te olvidaba todo. Los hijos llenaban la vida de dicha y una mujer que no fuera madre era una mujer incompleta digna de lástima. El cansancio, la falta de sueño y de tiempo para uno mismo, no eran sino parte de ese "sacrificio" que las buenas madres realizaban gustosas frente a la recompensa de los hijos. Lo malo de semejante versión edulcorada es que, cuando tras un parto de 18 horas te ponen al bebé en brazos y no sientes nada más que cansancio, te encuentras despreciable. ¿Qué me pasa? ¿Y ese amor que me iba a hacer olvidar esta tortura? Luego, con la depresión posparto tienes que aguantar a tus mayores acusándote porque "con el niño tan precioso que has tenido no tienes motivos para estar triste", eso si alguna de tus tías no se pone mesiánica y te amenaza con que "el señor te va a castigar por desagradecida". Llegan las noches sin dormir, los cólicos del lactante, las carreras a Urgencias por la fiebre del bebé, los miedos por si se ahoga, por si no respira, por si no come lo suficiente... Y, claro, te sientes sobrepasada, agotada y temerosa porque de pronto te encuentras con una criatura vulnerable a la que quieres más que a tu vida, que depende de ti y tu pareja si la tienes, y que da guerra a todas horas. ¿Y esa anunciada felicidad que te prometían tu madre y tu abuela? Vale, te llega a retazos, cuando te sonríe o te abraza, y aunque no te arrepientes porque ya no imaginas la vida sin él, no es la arcadia ideal que te habían prometido, ni eres más feliz que tu vecina que ha decidido no tener hijos y que, al menos a las cuatro de la mañana cuando intentas dormir al niño en brazos mientras llora como un descosido, tiene más calidad de vida que tú.

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