Oblicuidad
'Patria' desenmascara la pereza literaria
Matías Vallés
Patria no solo es una novela que satisface a quienes la leen, sino que también entusiasmaría a quienes no van a leerla. Se encadena a Tiempo de silencio, La verdad sobre el caso Savolta o Soldados de Salamina, al definir una época por encima de su argumento. Sin embargo, los radares más afinados habrán detectado el desdén embarazoso de los colegas de Fernando Aramburu. Los escritores tienen derecho a sentirse ofendidos. De un solo libro, su rival ha desenmascarado la pereza literaria.
Ocurre en cada gremio. Frente a los Woodward y Bernstein del Watergate no sientes admiración, ni siquiera envidia. El primer impulso apunta a la vergüenza, por no haberte enfrentado a un trabajo de similar envergadura. Patria estaba allí para quien deseara escribirla, solo precisaba de un esforzado obrero que picara toda la piedra, hasta extraer la escultura de Miguel Ángel que esconde cada pieza de mármol.
No cabe menospreciar la habilidad de los colegas de Aramburu para suministrar un aburrimiento de calidad, pero Patria los ha desmantelado. Ni siquiera recurre a la autoficción afónica, que los novelistas castellanos interpretan como un realce de la figura del autor. Les cuesta aprender en el único libro valioso de Javier Cercas que la introducción fructífera en la obra exige la autoirrisión, que los ingleses manejan con maestría en su self-derision.
Abundan las novelas facilonas, al desgaire, con la obligación de adoptar una posición unívoca y nada equívoca ante ETA. A través de dos familias unidas, separadas y reunidas, Aramburu ha prestado la voz a todos los protagonistas del desastre. Hemos manoseado el título de Hannah Arendt sobre Adolf Eichmann, pero el autor de Patria enfrenta al lector con la banalidad simultánea del mal y del bien. Cualquiera puede matar, nadie está dispuesto a pasarse una vida en la cárcel.
La coartada literaria es que España no estaba madura para un libro así. El éxito de Patria, una novela que se ve, demuestra que el trabajoso asunto estaba al alcance de un autor sacrificado. Por contra, el impacto de la novela demuestra que la situación dista de normalizarse. Si los lectores exigieran títulos como éste antes de hincarles el diente, apenas si leeríamos dos volúmenes al año. Así ocurre precisamente, a nadie le interesan las vicisitudes de un autor con su última pareja. El molde narrativo se rompió antes de que llegara Aramburu, y para evitar su logro histórico. Ahora proliferarán los copiones, que el donostiarra deberá llevar a cuestas. Imitar es más fácil que inventar.
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