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Desde Estados Unidos

El puente de Verrazano cumple cincuenta años

Cincuenta años han pasado desde la inauguración del puente de Verrazano, el 21 de noviembre de 1964. El que fuera en su momento el mayor puente colgante del mundo sigue siendo el más largo de Estados Unidos.

El puente de Verrazano cumple cincuenta años

Cincuenta años han pasado desde la inauguración del puente de Verrazano, el 21 de noviembre de 1964. El que fuera en su momento el mayor puente colgante del mundo sigue siendo el más largo de Estados Unidos.

La construcción duró cinco años y provocó la destrucción de centenares de viviendas en el histórico barrio de Bay Ridge, en Brooklyn. Las fuertes protestas de los vecinos no pudieron impedir que el proyecto impulsado por el poderoso Robert Moses siguiese adelante. Hoy el puente es un verdadero icono en Nueva York. Películas como Fiebre del sábado noche han inmortalizado su esbelta silueta. El puente centra muchas de las escenas de la película y tiene un significado especial para Tony Manero, interpretado por John Travolta. El Verrazano es un símbolo de su escape hacia una vida mejor, hacia el área más suburbana de Staten Island.

El Verrazano es también el punto de partida del maratón de Nueva York y por debajo de él pasan todos los barcos cruceros que llegan a la ciudad. Al construir el Queen Mary 2 se adaptó el diseño original para que pudiese entrar en el puerto de Nueva York. Las chimeneas tuvieron que ser rediseñadas y ahora cuando hay marea alta apenas hay cuatro metros entre el Queen Mary 2 y el Verrazano.

Como suele ocurrir con los grandes proyectos, el Verrazano ha contado con unas buenas dosis de controversia, desde su construcción a la elección del nombre y ahora, cincuenta años después, por su necesaria reparación. Recientemente se ha sabido que la empresa pública propietaria del puente había entregado el contrato de reparación de la estructura a una empresa china. Aparentemente ninguna empresa norteamericana pudo competir con la tecnología y el precio de la china.

El nombre de Verrazano hoy está perfectamente arraigado en la ciudadanía, pero no fue una elección fácil ni exenta de polémica. En realidad debería ser Verrazzano ya que así se escribía el apellido de Giovanni da Verrazzano, el explorador florentino que en 1527 llegaba a la bahía de Nueva York, mucho antes que el explorador Henry Hudson explorase el río que hoy lleva su nombre, en 1609.

La diferencia entre Hudson y Verrazano no es sólo que el primero se llevó la fama del descubrimiento, sino que el segundo abandonó las aguas de Nueva York pensando que atrás dejaba un lago, no un río navegable con tierras fértiles en sus laderas. El hecho de que hoy el puente se conozca como el Verrazano es claramente la consecuencia de una gran perseverancia por parte de John N. LaCorte, de la Italian Historical Society of America, que incluso llegó a contratar a Robert Kennedy como abogado para su causa ya que cuando J.F. Kennedy fue asesinado se multiplicaron las peticiones que solicitaban que el puente fuese denominado JFK. La presión de su propio hermano fue clave para que no se abandonase el nombre de Verrazano.

Pero el Verrazano no fue construido por los grandes nombres que han pasado a la historia. Miles de anónimos personajes permitieron la ejecución del proyecto. Como en tantas otras gigantescas obras de ingeniería, ese trabajo pasa siempre desapercibido. Pero no en el Verrazano, gracias a los artículos de un periodista del New York Times, Gay Talase. Desde 1960 hasta 1964 describió el día a día de quienes construían el puente, las tragedias de las familias que fueron desalojadas para construirlo, el genio de los carpinteros, herreros y oficiales de grúas que arriesgaron sus vidas. Tres de ellos murieron. Talase describe en sus artículos, después recopilados en un libro, el orgullo de los trabajadores.

Nunca antes se había escrito un libro acerca de los que en realidad hacen posible con su trabajo la ejecución de grandes proyectos como un puente. Para la historia queda el nombre del arquitecto, el gobernador y el alcalde de la época, pero nunca hay una placa que recuerde sus nombres. En una de las anécdotas Talese escribe sobre un hombre casado, cuya casa había sido confiscada para construir el puente. El traslado le obligó a romper su relación con una mujer, también casada, que vivía al otro lado de la calle. La falta de comodidad puso fin a la pasión.

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