Recuerdo cuando simplemente bastaba con darle tiempo al tiempo, con dejar que las cosas reposasen para retomarlas más tarde desde otro lugar. Eso ya no nos pertenece. Es una batallita, casi una leyenda urbana. Como el joven Marcel de la novela de Proust, me dejo seducir por las tentaciones mundanas mientras mojo una madalena en el café, en un sugerente intento por robarle minutos al tiempo perdido.

Me alarma la parsimonia con la que hemos aceptado la erosión de nuestros derechos y logros porque eso que, para muchos, sería tocar fondo, para mí es el principio del descenso. Todo se habrá acabado, todo lo que entendimos ayer como estado del bienestar, habrá desaparecido definitivamente cuando ya no seamos dueños de nuestro propio tiempo. Y eso ya está pasando. Cada vez tenemos menos tiempo.

Pueda que todo esto les resulte un pensamiento algo impostado pero les aseguro que nace de algo tan trivial como el doble check del whatsapp. Sí, el doble check azul que le anuncia al emisor del mensaje que has leído su comentario. Creo que la humanidad 3.0 (si es que eso no se ha quedado vetusto ya) se divide en dos: los que contestan inmediatamente a los mensajes de whatssap que reciben y los que no, independientemente de haberlos leído. Eso, a su vez, nos llevaría a catalogar a la sociedad 3.0 en dos apartados: los que esperan tu respuesta inmediata y los que no tienen prisa. Los primeros, cual gestapo del tiempo, han encontrado su santo grial en el maldito doble check azul.

No poder disponer ni de un momento para decidir si contesto o no un mensaje porque mi decisión privada ya es información perfectamente transferible me parece un asalto a mi intimidad. Me molesta esa intromisión que hace que cualquiera pueda valorar mi interés o no, mi disponibilidad o no, con dos ticks azules sobre un mensaje escrito. Y ya ni les cuento la tragedia griega que seríamos capaces de representar si fuésemos nosotros los emisores del mensaje leído y nunca contestado. Muy pronto, en las ceremonias de matrimonio, el oficiante dirá: "lo que ha unido el amor que no lo separe el doble check azul".

No debo ser el único con este conflicto ya que la empresa ha confirmado que en la próxima actualización de la app existirá una opción para desactivarlo pero las luces rojas de alerta se encendieron. Nuestro tiempo ya no vale nada. En la sociedad de la comida rápida, en las reuniones en las que todo corre prisa (deberían condenar a la persona que inventó la expresión "lo quiero para ayer" a pasar una semana reviviendo el día anterior), en la era del paquete express, de los trenes de alta velocidad, de la fibra óptica y las citas de siete minutos, tomarte tu tiempo está muy mal visto. Se valora tanto la inmediatez que en apenas unas horas ha aparecido una aplicación para desactivar el indiscreto doble check. A él le digo -aunque no hablemos el mismo idioma- que quiero volver a ser dueño de mi tiempo.

Como cuenta la magnífica canción de Fangoria, Mi mundo en desaparición, "la novedad trata de arrebatar su palidez a la antigüedad". Será que me estoy haciendo viejo. No como una pintura rupestre pero sí como alguien que supo lo que era tener tiempo para poder hacer bien tu trabajo, tiempo para madurar las ideas y mejorarlas, tiempo para dedicármelo y, como no, tiempo para decidir cómo, cuándo y con quien invierto mi tiempo.

Mi mundo va desapareciendo. Siento que muy deprisa y no debe ser verdad. Será solo una percepción. Como si soñase que habito en un tren bala. Las tiendas de mi barrio apenas duran un año abiertas. Los negocios van cambiando, sometiéndose a las franquicias que despersonalizan la ciudad, aportándome una sensación de inmovilidad mientras todo cambia vertiginosamente. Hasta que aparece el anuncio de la lotería de Navidad. Ese anuncio del bar de Antonio. Y entonces, el tiempo se ralentiza. Todo vuelve a ser como era antes, como llegas a recordar. Y puede que por eso llores: por pura nostalgia.