A veces he hablado de algunas visitas e incluso aventuras por ciertos países a raíz de mi estancia en un crucero. Un crucero que me permitió visitar lugares preciosos que jamás habría visto por cuenta propia. Si bien, no fue una experiencia fácil.

El barco, dividido en estamentos medievales, tenía sus clases privilegiadas y sus clases más "plebeyas". Yo me encontraba más o menos en medio por mi condición de europeo y recepcionista, aunque no podía pisar cubiertas de pasajeros y debía rendir siete días a la semana con jornadas partidas al estilo marinero: de doce a cuatro de la tarde y de doce a cuatro de la madrugada. Hasta aquí más o menos bien, si no fuera por los desfases horarios que me conllevaba el bajar a puerto y la total ausencia de intimidad durante seis meses. Era, salvando las distancias, el feudalismo del siglo XXI.

Pese a ello, una vez en tierra, sí que agradezco el poder haber pasado nueve meses embarcado. Digamos que es de esas cosas que jamás volverías a repetir pero que no cambiarías por nada del mundo. Sobretodo por ese breve período que pasé trabajando en la oficina de excursiones. Eso sí que era un chollo. Pararme en cada puerto, elegir qué excursión quería hacer y supervisar que todo iba correctamente en el transcurso de la actividad.

Durante las semanas que estuve ahí, tuve la suerte de visitar el precioso Palacio Achilleion de Corfú: una especie de primo lejano del palacio Miramar. Allí se retiraba la emperatriz Sisí, pariente del Archiduque, a vivir la vida y dedicarse a la cultura. Digamos que fue como la George Sand de la isla griega. Aunque ella pasó bastante más tiempo que 97 días en una isla.

Ahora, con los años, he averiguado más cosas acerca del lugar, de sus personajes, de su historia, etc. Sin embargo, pienso en mi ignorancia de aquellos años, en que no sabía nada al respecto y en cuanto me hubiera gustado saberlo aquel día. Más que nada porque si conoces la historia del sitio lo disfrutas más. Verbigracia.

Pienso, entonces, en todas esas hordas de turistas -especialmente cruceristas- que nos visitan sin cesar. Esa mayoría de gente que cámara en mano se hace la foto, la sube a Facebook, y espera que le den a "me gusta". Todo fruto de un turismo de masas, de ovejas y pastores que mueven millones de euros al año prostituyendo el patrimonio cultural y vulgarizando la cultura y a aquellos que la hicieron posible. Sin embargo, no es una cuestión fácil, hay dilemas morales por en medio; y hay intereses, contactos, dinero y otras barreras.