¿Cuántas veces no nos hemos quejado cualquiera de nosotros de fallos de memoria, de problemas a la hora de recordar un nombre, una dirección, un número de teléfono o –más raro, pero también posible– una cara? Ser desmemoriados es un problema que aceptamos de buena gana. Todos recurrimos en alguna ocasión a esa queja mientras que rara vez protestamos por no ser más inteligentes.

El deterioro en la capacidad de recuerdo es una constante que los más leídos intentan tomar a broma aludiendo de manera irónica a su alzheimer. Con la edad, nos afecta a todos. Pero la pérdida de la memoria no es sólo culpa del envejecimiento. En buena medida, somos nosotros mismos los que impedimos que la huella mnemónica se establezca de una manera adecuada porque no prestamos atención a las cosas que nos rodean. Sin atención no hay consciencia que valga, ni tampoco caben otras muchas respuestas de nuestra conducta a la hora de resolver los problemas adaptativos que nos presenta el día a día. Los recuerdos milagrosos de los testigos en las novelas policíacas que el investigador les extrae sin que ellos mismos sean conscientes de que los tenían son eso: simple literatura. Un estudio bien interesante aparecido en la revista Cortex en enero de este año puso de manifiesto que incluso los falsos recuerdos debidos al deterioro cognitivo en pacientes con daños prefrontales aumentan gracias a la atención. En este caso sería mejor, claro es, no utilizarla.

El mecanismo de la atención es uno de los más estudiados por neurólogos y psicólogos en busca de los acontecimientos que tienen lugar en nuestro cerebro a la hora de procesar las informaciones construidas a partir de las señales del medio ambiente. El paradigma más común sostiene que, al prestar atención a algún aspecto en particular de nuestro campo visual, se incrementa el ratio señal-ruido en la respuesta de las neuronas corticales. Esa mejora en la respuesta implica que las neuronas aumentan su ritmo de activación –la cadencia en la que van activándose y desactivándose de forma rítmica–. Dicho de otro modo, las ideas que apuntó hará más de veinte años Von der Malsburg al estudiar la consciencia visual en los gatos son la base misma de la atención. Y, consecuentemente, de la memoria. Es difícil que, sin atender, recordemos bien algo.

Dos investigadores del Howard Hughes Medical Institute y la Harvard Medical School de Boston, Massachussets, Marlene Cohen y John Maunsell, acaban de precisar en la revista Nature Neuroscience el mecanismo neuronal que subyace a la atención. El experimento, llevado a cabo con monos rhesus –cuyo córtex se parece mucho al nuestro–, pone de manifiesto que no son las respuestas individuales de las neuronas, al reducir el ruido, las que cuentan. La información sensorial se codifica en grupos de neuronas que actúan al unísono. Algo que Von der Malsburg ya había propuesto pero, ¡ay!, a veces no atendemos bien a lo que nos comentan.