"Hay un momento en el que todos los niños florecen, que ya están maduros", explica Pilar Rigo, maestra de Infantil y Primaria y representante del sindicato STEI-i. "La explosión de la lectura" se sitúa, según la docente, en los seis años. Es entonces cuando los currículos comienzan a contemplar la lectoescritura com aspecto central en el proceso formativo, pero ¿es el momento oportuno? ¿Debería empezar a trabajarse antes o es mejor esperar hasta más tarde? Identificar el instante en el que los chavales deben descubrir el lenguaje escrito no es una cuestión pacífica.

"Cada niño es un mundo y tiene su propio nivel madurativo", explica Pep Quetglas, decano del Col·legi Oficial de Pedagogia i Psicopedagogia de Balears, que se niega a "definir una edad en concreto", aunque admite que "las edades más tempranas son las que asientan la base para una buena y consolidada adquisición" de hábitos de lectoescritura.

Tampoco resulta mucho más precisa la Ley Orgánica de Educación, que se limita a prever para la Educación Infantil (de 0 a 6 años) la iniciación en la lectoescritra, dejando para la Educación Primaria (de 6 a 12 años) el objetivo de "conocer y utilizar de manera apropiada la lengua castellana y, si la hubiere, la lengua cooficial de la Comunidad Autónoma y desarrollar hábitos de lectura".

La experiencia, en cambio, ha dado a los maestros una visión mucho más concreta. "Con escolarización desde los tres años, lo suyo es comenzar con cuatro o cinco años", sostiene Catalina Crespí, directora del colegio público Camilo José Cela, de Palma, quien considera que la aproximación debe hacerse "desde sus propias vivencias", en consonancia con el método constructivista, base del modelo educativo español.

También Rigo es partidaria de acercar desde infantil a los niños "las herramientas para que puedan descubrir las letras", y de trabajar mucho junto a ellos el lenguaje oral, aunque ambas reconocen que no siempre da resultado. "No todo el mundo viene de las mismas situaciones, y hay niños más estimulados que otros", detalla Crespí.

Por eso, la directora general de Administración, Ordenación e Inspección Educativas de la conselleria de Educación, Maria Gener, se muestra reacia a incluir la lectoescritura entre los objetivos de las enseñanzas infantiles. "Sería convertirla en una meta obligatoria, y como la Educación Infantil es voluntaria crearía un agravio comparativo. Además, forzaríamos demasiado a algunos niños, y eso es muy contraproducente, puede producirles rechazo", apunta.

Para evitarlo, algunos modelos educativos destierran la lectoescritura, al menos, hasta que los pequeños pierden sus dientes de leche y se hacen con los definitivos. "Hay que dar a los niños tiempo de ser niños", explica Laura Pla, directora de la única escuela Waldorf de 0 a 6 años de Mallorca, situada en Cas Jai Tit, en pleno centro de Binissalem. "La lectoescritura es una abstracción, una convención, y para que el niño pase eso que ve en la pizarra a un papel debe tener las nociones espaciales integradas", señala. Por eso, los pequeños dedican las horas en Cas Jai Tit a conocerse a ellos mismos y a experimentar con su cuerpo y su motricidad. "Cosen, pastan pan, juegan y sólo después, cuando tienen la lateralidad bien desarrollada, pueden empezar con la lectoescritura", explica la directora.

La descubren por voluntad propia, y aprenden sus reglas de forma casi autónoma, apunta Pla, quien lamenta que en la escuela tradicional "todo se centra en las fichas, y los niños las hacen porque el adulto se lo pide, pero no tienen ninguna motivación ni interés". De la falta de atención sobre esos aspectos derivan, a su juicio, problemas como la dislexia o el fracaso escolar.

Los postulados que defiende entroncan con el cada vez más extendido movimiento slow, con incidencia también en la educación. Uno de sus exponentes, Joan Domènech, carga en Elogi de l´educació lenta (Graó) contra una "escuela materialista y deshumanizada, que se disfraza de resultados para esconder el fracaso que ha sufrido en el objetivo de educar de una manera más justa y equitativa" y defiende una "escuela de la lentitud", en la que predominan "los aprendizajes hechos en profundidad".

"Leer es una actividad lenta, como también lo es aprender a leer", explica Domènech. "La lentitud implica aprender a embobarse, a observar, a perder el tiempo en el sentido de saborearlo", abunda. Antes no significa mejor, defiende, y lo suscribe Laura Pla. "Llegarán a la universidad igual", bromea la docente, satisfecha al ver que "a los dos meses de empezar Primero de Primaria" en un centro convencional, sus ex alumnos "se ponen al mismo nivel que los que llevan tres años machacando con fichas cada día", con la diferencia de que los suyos "han podido hacer también muchas otras cosas".