Se ha muerto el actor José Luis López Vázquez que con su nombre artístico lo quiso decir todo. La mayor parte de su carrera pudo representar a lo que se llamaba el español medio, alguien que podía responder al nombre de José Luis López Vázquez, de José, de Luis, de López, de Vázquez y parecerse a un tío carnal, a un profesor de Lengua, a un chupatintas de oficina o a un personaje de Mingote.

Entre cine y teatro encarnó unos trescientos personajes, algunos no tan distintos entre sí. Durante sus veinte primeros años de trabajo sólo le dejaron hacer reír y luego fue alternando.

Trágico, cómico y tragicómico, su más recordada interpretación, Mi querida señorita, fue la de una mujer que no era masculina ni femenina sino lo que –cuando escaseaban las mujeres independientes, libres o sólo emancipadas– se llamaba una "solterona". Escrita en el límite de la aceptación de la hipótesis que plantea –una cuarentona que, sin ella saberlo, es un hombre–, la equilibrada veracidad de su interpretación, rodada cada día contra el crecimiento del vello facial, la situan en lo alto de la historia del travestismo en el cine.

Por encima de sus interpretaciones, su presencia sirve para interpretar una España que ya pasó pero que duró mucho porque se renovaba poco. Era característico entonces lo joven que se llegaba a viejo, como desmuestra la cantidad de décadas que representó una madurez miope, calva y vestida de traje y corbata.

Socialmente, aquel español era material de oficina como la taladradora o la grapadora aunque sexualmente rendía menos que estos dos útiles en sus funciones y la suma de todo le avinagraba el carácter, presto al enfado vociferante aunque sin graves consecuencias.

Acaso le sobraran películas pero en ninguna de ellas sobraba. Aunque España ya no se le parece se echará en falta al actor.