Susie Lindberg, máximo exponente de la jet set de los gloriosos años ochenta, es una de las mujeres más elegantes del mundo y también de las mejor relacionadas. Estos días vende sus creaciones en el mercadillo organizado por Manolo March en Son Galcerán, convertido ya en una de las citas indispensables del verano mallorquín. Por esta propiedad de Deià han pasado los personajes más conocidos de la isla en busca de tesoros históricos o simples utensilios de menaje o decoración que hasta ahora han formado parte de una de las casas más hermosas del mundo y sin duda una de las más emblemáticas de Mallorca. Con DIARIO de MALLORCA, Lindberg celebra el éxito de la convocatoria y aprovecha para agradecer la amistad que los hermanos March Cencillo le han mostrado durante años.

– Usted es de Finlandia. ¿Cómo llegó a establecerse en España?

– En octubre de 1965 vine a estudiar a Barcelona y desde entonces resido en España. Sólo hubo un paréntesis de diez años en los que me fui a vivir a Marruecos, pero desde entonces estoy aquí. Elegí este país después de estar interna en Suiza y, aunque voy mucho a Finlandia por negocios familiares, ya me siento una española más. He tenido, además, la gran suerte de vivir los años dorados de este país, de Barcelona, Madrid, Marbella, donde tengo casa desde hace treinta y cuatro años, y por supuesto de Mallorca, donde me siento en el paraíso.

– ¿Cómo vivió todo ese cambio, la evolución de un país?

– Fue algo importante. Cuando llegué a España había mucha pobreza. También existía en Finlandia pero por el frío parecía más evidente allí que aquí. Otra de las grandes diferencias es que en mi país natal las mujeres trabajaban desde hacía mucho tiempo. Finlandia es un país de mujeres. Mi abuela, por ejemplo, fue una de las primeras mujeres arquitecta.

– Aquí fue donde se convirtió en un personaje importante de la sociedad. ¿Ha cambiado mucho?

– Supongo que se ha globalizado porque antes era más exquisita y pequeña. Tenía aquí amigos que mi familia ya conocía, amigos de la escuela suiza. Estudié en un colegio exclusivo y sólo para chicas, el Saint George´s, en Montreux. Llegué a Marbella acompañando a mi madre en 1968. Un bungalow en el Marbella Club costaba quinientas pesetas. Todo era mucho más sencillo. Había familias, como los Hohenlohe y los Bismark, pero era todo relajado, de algodón y alpargatas.

– También vivió la época de Khashogui, de las grandes y excesivas fiestas, doradas, brillantes…

– Ahí empezó a cambiar todo. Estaba en las fiestas y las disfrutaba, nos convertimos en habituales de la prensa de sociedad, en famosos sin quererlo. La llegada de Jesús Gil al poder fue el fin de esa Marbella glamourosa y elitista. Al principio hizo algunas cosas buenas pero, al poco tiempo, ya nos dimos cuenta que algo malo estaba pasando. La gente sigue ahí, pero en sus casas. El Marbella Club sigue siendo un lugar maravilloso con un servicio impecable. Ahora viene gente de todo el mundo, antes era lugar de encuentro de la vieja Europa. Espero que ésto no pase en Mallorca.

– ¿Cuándo llego a la isla?

– Vine desde Eivissa y después, en los años ochenta, vine a Cala Rajada invitada por la familia March, una gente maravillosa. Había conocido a Juan March en París, era un hombre, no sé si tímido, pero si adorable y muy amable, con una sensibilidad exquisita. A Manolo March le conocí en Madrid y para mí es como un hermano. Es una persona generosa con sus amigos, nunca falla. Me ha demostrado su amistad en varias ocasiones, sobre todo durante una época complicada, y se lo agradeceré siempre, le quiero muchísimo, siempre ha estado ahí.

– ¿Cómo ha vivido estos días de mercadillo en Son Galcerán?

– Siempre vengo en esta época del año y me dijo que trajera mis cosas. Ha sido muy generoso dejándome por amistad poner mi chiringuito en este sitio que tanto queremos. Ha sido una idea fantástica que es habitual en otros países, vender cosas sobrantes cuando se vacía una casa. Se hace en las grandes y en las pequeñas fincas. Además, se ha convertido en una atracción más del verano, y esto siempre es bueno porque genera diversión.

– ¿Cómo comenzó en el negocio de la moda y los complementos?

– Muy poco a poco. Empecé trabajando con Bulgari y después me animé a hacer mis cosas. Nunca he tenido tienda y estoy encantada hoy de que así sea, pero tengo empresa. Fabricar en España era caro y empecé en India, un país que ha dejado de ser barato. Aún así sigo haciendo mis diseños en Jaipur porque me gustan sus piedras semipreciosas y como trabajan el oro, de veintidós quilates, y mate. Además entienden mi trabajo. Vendo en casa, en Londres, y en mi país, donde tengo un gran éxito. Todo viene de mi pasión por viajar... encuentro telas maravillosas, chales de una calidad exquisita, piezas únicas, auténticos tesoros. Mi piezas preferidas son las telas, tanto, que en vez de venderlas me las quedo. He sido una mujer caprichosa, ahora no tanto.

– ¿Existe todavía la jet set o es un concepto equivocado?

– Creo que no existe. Antes sí, conocí ese mundo pero era un poco ficticio. Gente que se divertía y trabajaba poco. Hoy nos hemos vulgarizado bastante porque la gente ha dejado de lado la cultura, se lee menos, todo gira en torno al dinero y las fiestas. Los ricos de ahora tienen otra sensibilidad. Yo, afortunadamente, he tenido una vida muy bonita, marcada por mi tío, un hombre maravilloso, que hizo mucho por la cultura. Se llamaba Roger Lindberg y le admiraba mucho.