Mallorca es un territorio de ciencia-ficción, y la única forma de exorcizarla consiste en vivir en ella. Hace 17 años, después de su improvisado concierto veraniego en sa Fonda de Deià, un sudoroso Mike Oldfield me anunció que deseaba encontrar "un château en esta fantasía mediterránea". Su lenguaje siempre alusivo traducía el ímpetu de un conquistador, pero la isla se revuelve contra quienes desembarcan en ella con demasiadas exigencias. Entregada como obsequio conciliador, la portada de Crises -a partir de una cala mallorquina- no reblandeció una marca insular acostumbrada a la mitificación. El autor de Tubular Bells huyó de La Residencia, pero ni siquiera Eivissa logró atraparlo. Ha retornado a la isla-ficción, tan apropiada para su música y donde ejercía una sinceridad apabullante, cuando se le mostraba uno de sus discos no tan afortunados. "Es pura basura".