emos hablado mucho de la verdad, de su búsqueda y de la dificultad para encontrarla. Pero nunca nos hemos ocupado hasta hoy de la paradójica situación de aquellos que después de encontrarse frente a ella deciden que la aceptarán como determinante de su camino, como norte de sus decisiones, como rumbo de sus acciones.

Cualquiera podría darse cuenta de la conveniencia final de saber y aceptar la verdad, aunque quizás en un principio sea más doloroso saber que ignorar.

Anthony de Mello cuenta una historia más que reveladora sobre este tema. La llama La tienda de la verdad y en mis palabras dice así:

El hombre paseaba por aquellas pequeñas callecitas de la ciudad provinciana. Tenía tiempo y por eso se detenía algunos instantes delante de cada escaparate, delante de cada tienda, en cada plaza. Al torcer una esquina se encontró de pronto frente un modesto local cuya marquesina estaba en blanco. Intrigado, se acercó a la vidriera y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro del oscuro escaparate... En el interior solamente se veía un atril que sostenía un cartelito escrito a mano que anunciaba:

"Tienda de la verdad".

El hombre estaba sorprendido. Pensó que era un nombre de fantasía, pero no pudo imaginar qué venderían en ese local. Decidió entrar y averiguarlo.

Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó:

-Perdón, ¿esta es la tienda de la verdad?

-Sí, señor. ¿Qué tipo de verdad está buscando? ¿Verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa?

Así que allí vendían verdad. Nunca se había imaginado que aquello era posible.

Llegar a un lugar y llevarse la verdad era simplemente algo maravilloso. No podía dejar pasar esa oportunidad.

-Quiero la verdad completa -dijo el hombre sin dudarlo.

Estoy cansado de mentiras y falsificaciones, pensó, no quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños ni fraudes.

-¡Verdad plena! -ratificó.

-Bien, señor. Sígame.

La señorita acompañó al cliente a otro sector, y señalando a un vendedor de rostro adusto, le dijo:

-El señor le atenderá.

El vendedor se acercó y esperó a que el hombre hablara.

-Vengo buscando la verdad completa, la verdad absoluta, la verdad total?

-Ajá. Perdone, pero, ¿el señor sabe el precio?

-No. ¿Cuál es? -contestó rutinariamente-. En realidad, él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad.

-Si usted se la lleva -dijo el vendedor- el precio es, que durante mucho tiempo, no podrá dormir en paz.

Nunca se había imaginado que el precio fuera tan alto.

Y sin embargo era lógico. ¿Cómo estar en paz dándose plena cuenta del dolor de los otros, de la injusticia del mundo de la maldad de algunos y de los mezquinos intereses propios?

Un escalofrío recorrió la espalda del hombre.

-Gra... gracias... Disculpe... -balbuceó-. En todo caso, volveré más adelante.

Dio la vuelta y salió de la tienda mirando al suelo.

Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la verdad absoluta.

Aún necesitaba algunas mentiras en las que encontrar descanso, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo...

Quizás lo mismo nos pasaría si nos enfrentáramos como el protagonista de la historia con la posibilidad de una verdad sin ningún tapujo. Quizás también nosotros sentiríamos que el precio del beneficio de encontrar la verdad es demasiado costoso. Y aunque en algún lugar nos rebelemos, me parece más que válido que cada uno decida qué precio quiere pagar a cambio de lo que recibe, que cada uno elija el momento para recibir lo que el mundo le ofrece, sea la verdad o cualquier otra cosa.

En todo caso, mi propuesta de hoy sería que nos dediquemos conscientemente a trabajar en dos sentidos, deforma paralela y continua: Por un lado deberíamos ocuparnos de ser cada vez más hábiles a la hora de descubrir las verdades más ocultas y escondidas, por otro, progresar y crecer internamente hasta conseguir estar en condiciones de animarnos a pagar el precio de cierta incomodidad cuando la encontremos, aceptando la verdad absoluta como la mejor de las compañeras de ruta.

No se puede cambiar la realidad del mundo en el que vivimos si no partimos de la realidad actual, sea lo desagradable que sea y para hacer efectivo este planteo no puedo hacerle lugar a las mentiras, ni grandes ni pequeñas, ni siquiera justificándolas con el argumento de la buena causa, de la piedad o de evitar un mal mayor. La mejor y más bondadosa de las mentiras, podrá quizás (y lo dudo), postergar una frustración, posponer un dolor o disimular un problema, pero jamás serán una ayuda para resolverlos.