Son tiempos para protegerse de los excesos de sinceridad, de una supuesta virtud sobrevalorada que hay que saber manejar. Todos tenemos algún amigo que, suponiendo que es sincero, nos amonesta ante determinadas actitudes que no son de su agrado, aunque nunca sepa fundamentar razonablemente su crítica.

-Me pareces esnob, dice Margot.

-¿Por qué?, ataja veloz su interlocutora.

-Porque sí. Porque la gente no habla de estos temas que ahora has traído a colación. Parece que quieres demostrar algo. Encima, me da la impresión de que lanzas peroratas sobre lo que desconoces.

Bien. Margot sufre de incontinencia verbal. Y su interlocutora es apasionada y se siente simplemente libre de hablar de cualquier cosa ante sus amistades. Pero Margot jamás estará mal vista. Se escuda en la coletilla de "yo soy sincera", negándole a su contrincante dicha cualidad mediante la autoalabanza. Margot arroya mediante una continua verbalización a todos los que están a su alrededor, haciendo gala de sus insatisfacciones y reproches, que son lanzados en un tono de conmiseración, como si te estuviera haciendo un favor por decirte la verdad. La suya es una forma hiriente y egoísta de sinceridad, un modo de rebajar la insatisfacción e infelicidad personales, tratando de compartirla con el prójimo mediante leves arañazos en su corazón.

Los comentarios verdaderos sólo pueden hacerse desde la ironía y el máximo respeto.

A lo mejor estoy siendo demasiado franca, pero creo que el sincero redomado está dispuesto a entregar su vida a una causa estúpida (a la sinceridad) siempre que se crea que es propia, por sincera y auténtica.

Para darle una vuelta de tuerca más a toda esta reflexión, me río también de todos aquellos que se acercan a uno demandándole una crítica sincera, cuando en realidad sólo quieren recibir halagos.

En Estados Unidos, dicen que los hospitales son tan caros que resulta más barato morirse. Pero es que, hiperbolizando, uno podría llegar a decir que si alguien desea acelerar su muerte, lo que debe hacer es aguardar turno en la sala de espera de un centro médico. Esmin Green, una afroamericana de 49 años, se desplomó y agonizó tras 24 horas de espera en un hospital de Brooklyn sin que nadie pestañeara. En el vídeo registrado de la negligencia médica, hay un detalle atroz: un miembro del personal del recinto zurra con el pie el cuerpo de la fallecida para comprobar la morbidez y flacidez del cadáver, como si de un animal de matadero se tratase. El debate en América está servido. Muchos dicen que esto sucedió porque la víctima era negra. En internet, ya se encuentran comentarios frívolos, pero realistas: "Bueno, al menos, esto favorecerá a Obama frente a McCain". Esmin sigue sin importarle a nadie, porque todo, absolutamente todo, debe tener siempre una lectura política.

Ahora que estamos en verano y la gente se relaciona entre sí, fíjense bien en los diferentes personajes que componen los grupos de amigos. Hoy hablaré del sparring, del que adopta la postura del contrincante, poniendo a todo el mundo en jaque y a prueba. Es el evaluador de conciencias, el que analiza nuestras palabras con técnicas de laboratorio. Pese a ser un individuo con vocación de coñazo y que teme descubrirse a sí mismo, entraña un valor perfectamente interesante para los demás: al rebatirnos constantemente puede enseñarnos a desconfiar del convencimiento intuitivo de que uno mismo es quien siempre lleva la razón.