En los últimos vídeos Angélica ya no fingía ser adolescente porque hasta en el porno se tiene sentido del ridículo. Aunque siempre interpretaba papeles inocentones, generalmente, como la universitaria asombrada al que visita el plomero, el chico de la pizza, el amigo de su hermano, o todos a la vez cuando no había argumento.La primera película que encontré -transcurrida en un aula escolar- no me perturbó como era de esperarse. Un sujeto, supuesto adolescente por llevar gorrita de béisbol y camiseta de baloncesto, quedaba castigado por el profesor junto a la adolescente de cabello amarrado en colitas interpretada por Angélica. El resto de la trama es el mismo de siempre.

Angélica estaba pelirroja y en la escena final casi vomitaba debido a la desmesura del actor. Su voz había sido doblada al español rioplatense, pero con falta de sincronización entre imágenes y sonido. Las Tres Marías sobre el lado izquierdo de la boca aparecían pero podían ser una coincidencia. Más adelante, en otras páginas observé que los pequeños lunares desaparecían, por eso la duda de si era mi amor adolescente la misma mujer que veía atravesada en el monitor.

Debido a la baja calidad de los archivos a los que pude acceder y al maquillaje, Angélica se presentaba de manera tan disímil que me dejaba esquizoide el comparar uno y otro vídeo -cabello muy corto o muy largo, rubia, pelirroja o morena, cuerpo exuberante o grácil, piel bronceada o nívea.

Navegué por ella varios meses y, más allá de arranques lascivos, quedé obsesionado por confirmar que Angélica era la elástica Claire Duna, alias Charlie D, nacida en Sonora, 21 años, bisexual, sin cirugías, piercing o tatuajes, y retirada de la industria en el 2006, según referencias de páginas especializadas, bastante mentirosas. A veces sus seudónimos y los pocos datos relacionados eran acompañados simplemente por un recuadro plomo en el que resultaba enervante un signo de interrogación rojo.

Su hermana Claudia me contó que viajaba mucho y llegó a enseñarme fotos de Angélica que habían llegado por correo tradicional. Al inicio, desde lugares del Perú y luego intempestivamente desde Cuenca, Lourdes, París, San Francisco, Río? Infinidad de ciudades que describía en el mínimo de líneas ("Sydney es un horno y todo es venenoso", "Quiero morir de vieja en Lisboa, en esta finca", "¡Aprendí neerlandés!").

Generalmente comentaba que la pasaba bien y que, por favor, le guardasen las estampillas de los sobres. Advertía sobre no escribir de vuelta porque pronto estaría viajando.

Vivía sin dirección fija y su cuenta de correo electrónico ya no existía, confirmó Claudia mientras reemplazaba el café que le había rechazado por una taza de té.

Durante la adolescencia, Claudia, mayor por solo unos años, había sido nuestra cómplice si Angélica y yo queríamos pasar la noche juntos. Pero nos acosaba con el uso de preservativos y anticonceptivos, lo que para nuestra fiebre hormonal era una cláusula más que aceptable.

Cuando murieron sus padres a Claudia le correspondió la casa a medio construir y a Angélica un mediano departamento situado en Surco que vendió por una buena cantidad. Ese fue el primer capital que obtuvo para viajar.

Por el brusco rompimiento, las únicas dos cartas que me escribió nada más empezar su odisea las tiré al basurero sin leerlas.

Al llamar a Claudia le había preguntado si todavía se comunicaba con Angélica.

-De cuando en cuando llega correspondencia -respondió-. Bueno, desde Navidad no envía nada?

Quedamos en que iría a ojear las cartas y ahí estuve.

-Bien rara mi hermanita -repetía y reía a cada momento pasándome postales, fotos y cartas. Para Claudia trabajaba en traducciones y era intérprete. La última postal traía la imagen de un camino de pedregal que desembocaba en un lago poblado por yates de lujo. La vista crepuscular era del lago Ontario. Angélica sólo había firmado atrás, sin ningún comentario.

- ¿Y por qué la buscas tanto?

-Soñé con ella y pensé que la pasaba mal -mentí. Trataba de ubicar mis medias bajo la cama.

No sabía en qué momento Claudia había cambiado el té por el vino, las sonrisas por el sexo.

- ¿Todavía estás enamorado de Angélica? -preguntó tirándome del cabello. A los pies de la cama, yo ahora recogía las fotos dispersas por el suelo.

- ¿Enamorado? -pregunté socarrón mientras levantaba la cabeza. Le atrapé un pezón con los labios y le hice crepitar el denso vello púbico rozándolo con las fotografías.

-Si quieres llévatelas? Después me las traes -propuso. Se acomodó colocando mi rostro entre sus piernas.

No volví.

En una de las primeras fotografías, todavía en Perú, Angélica aparecía en picado con el brazo estirado sosteniendo la cámara, un mechón de cabello revuelto sobre el lado izquierdo de la boca, rozando los lunares, los ojos verdes entrecerrados, el muelle detrás y caballitos de totora a lo lejos. "Adivina dónde estoy", se leía. En la hoja adjunta mencionaba que partiría en automóvil desde el pueblo natal de su padre, Pimentel, hasta Colombia cruzando por Ecuador. Había conseguido trabajo como intérprete de una pareja de belgas.

En otras fotografías rara vez aparecía acompañada y sonreía poco, aunque las líneas escritas detrás solían ser divertidas y enigmáticamente llenas de borrones ("No entiendo el idioma de los españoles" o "¡Probé un plato de tripas de cordero con caca adentro!... ¡Rico!"). Se le veía de perfil o mirando intensamente a la cámara. A veces bastante incómoda, sin saber cómo ubicarse, esperando el flash con leve angustia. De manera similar a la toma final de los vídeos.

Inserté algunos retratos en el marco del espejo de mi cuarto. Si alguna mujer preguntaba, le decía que era mi hermana muerta. No nos parecíamos en absoluto, pero bajar la mirada y apretar los labios siempre ayudaba.

A los tres meses de la epifanía porno ganó la impaciencia, el odio gratuito, la frustración y dejé de buscarla. Guardé los recuerdos en una caja de zapatos cuando volví a enamorarme por enésima vez.

Angélica desapareció de mi cabeza otra vez y solo en las noches sin sexo cuando buscaba páginas depravadas en internet volvía a relampaguear su recuerdo.

En ocasiones, a no ser por el nombre, la encontraba irreconocible, provista de pelucas fucsias o denso maquillaje negro corrido por las lágrimas. Otras, era la misma adolescente a la que había celebrado todos los lunares, entre los que reinaba el trío celestial.

Después del automatismo, apagaba la computadora y la olvidaba sin remordimientos. O quizás con una lejana marea en el pecho que no sabía si identificar con tristeza o desprecio.

El último naufragio me llevó a una página húngara, donde la encontré cubierta de cuero y clavos erizados. Era la dominatriz que dirigía un grupo esclavizado de actrices mutiladas -cojas o mancas- que eran asaeteadas por negros escuálidos y tristísimos, provistos de miembros equinos, con seguridad inmigrantes ilegales.

Habían pasado algunos años y analizaba en la oficina el cuento de un autor veinteañero que escribía sobre el engranaje secreto del universo, aquel que nos es mostrado mediante señales que casi siempre tardamos en descifrar. En la historia, el narrador cuenta sobre tres sueños que tiene con una bella ex compañera de la universidad, casi desconocida, pero a la que encuentra consecutivamente después de los sueños en lugares inusuales. Sabe que ambos se gustan, pero a veces la encuentra con pareja o es él el que está acompañado por su mujer. Angustiado, el narrador termina por preguntarse si después de tantos fracasos es la ex compañera quien le está predestinada, si es por tal ausencia que falla tan catastróficamente el engranaje de su vida. Después del último encuentro en un balneario desierto decide salir durante la noche a buscarla pero no la encuentra. Al final, el narrador informa que la noche anterior, luego de hacer el amor con su novia, ha vuelto a ver a la casi desconocida en sueños, presagio de que la encontraría nuevamente.

Estaba mal escrito pero el tema era seductor. Las demás historias que enviaban para publicar estaban dedicadas en su mayoría a ciencia ficción apocalíptica, misteriosos guerreros medievales, relatos edificantes? Igual de mal escritas.

Mientras buscaba el teléfono del veinteañero entre mis fichas, de recepción llamaron diciendo que Angélica Rubio me buscaba.

Idiotizado por el llamado, salí corriendo y a punto estuve de rodar por las escaleras. Me torcí el tobillo.

Llegué cojeando y quedamos frente a frente en el vestíbulo, bastante incómodos por no saber si estrecharnos las manos o besarnos las mejillas. Así que estuvimos un par de segundos titubeantes, un poco asustados de caer al abismo, hasta que Angélica rodeó mi cuello con los brazos y me besó en la comisura de los labios.

-Me has estado buscando?

-Sí? Hace un tiempo.

-Volví a inicios del verano?

Llevaba vestido lila y el cabello largo sujeto por una trenza. Estaba delgada, los rasgos afilados, los ojos verdes luminosos y la piel muy blanca. Además había crecido unos centímetros o yo me había achicado otros tantos. Las Tres Marías seguían ahí y no me resistí a rozarlas con los dedos.

Luego de unas cuantas risas tontas entre los dos, volvió a ponerse las gafas oscuras que llevaba en la mano. Tras ellas vi lágrimas cayendo, su sonrisa quebrada. Le di dos palmaditas en la mejilla, como hacíamos cuando éramos frágiles adolescentes. ´Te has operado la nariz, ¿no?´, le susurré. ´Idiooota´, cantó entre risas.

Vivía a poca distancia de mi trabajo. En una ex finca de Miraflores convertida en condominio. Nos sonreíamos incómodos sin querer hablar delante del taxista.

Pasamos por un puesto de helados McDonald´s que tenía la fotografía de una bella morena disfrutando un helado de fresa.

Tuve la tentación de contarle lo que había descubierto mi jefe: la modelo del aviso era también actriz porno. Se llama Kacey. Actriz que en su página se autodefine tierna, resistente y depravada. Si esa mujer no era la morena que lamía el helado, por lo menos era idéntica.

-Ahí donde ve los cipreses -señaló Angélica al taxista.

Vivía en un departamento dúplex, al parecer costoso. Delante de la puerta de entrada había un marco de madera en el que crecían enredaderas. Había varias macetas con violetas africanas a lo largo de la entrada. Un gato maullaba dentro.

La sala era espaciosa, el parqué reflejaba el ambiente. Un espejo biselado y oscuro cubría la pared frente a la puerta. En las demás paredes había grandes fotografías marinas. Un lejano aire art decó.

Si un hombre llegase de trabajar durante el ocaso, y Angélica lo esperase con delantal y la cena lista, hubiese sido una linda postal hogareña de los años treinta.

Comenzamos a beber pequeñas cervezas sentados en el comedor mientras Angélica me mostraba en su portátil las fotografías de los lugares donde había vivido.

Me levanté de la mesa para buscar más cerveza en la cocina y sentí una punzada de dolor intensa en el tobillo que me arrancó lágrimas. Angélica fue al baño a buscar un ungüento para esguinces.

Al terminar de frotarme el tobillo hinchado se quedó mirándome como lo hacía siglos atrás. Olvidé el dolor mientras me jalaba de los brazos hacia las escaleras, rumbo al dormitorio.

La luz apagada fue una sorpresa algo atemorizante -quién sabía si escondía alguna huella de sus andanzas-. Después pensé que estaba bien: desde el reencuentro nos mirábamos con curiosidad incisiva.

A los pies de la cama todavía tenía la sensación impura que me provocaba haberla visto en la computadora. Pero la olvidé cuando se dedicó a besar delicadamente mis manos.

Luego, otra sorpresa: su cuerpo continuaba siendo frágil.

Quedé satisfecho de que el sexo hubiese sido bueno y no espectacular, sin haber despertado las aberraciones con las que solía fantasear mientras navegaba por ella.

Nos sentamos en la cama a beber cervezas y contarnos entre penumbras viajes antiguos e inofensivos fracasos.

Vi un demonio de ojos naranjas arrastrándose hacia la cama.

Apreté la mano de Angélica hasta hacerle doler.

- ¡Auch, suéltame!...

- ¿Ves?

- ¡Es Mara, mi gatita!

- ¡Carajo! Casi me desmayo?

Angélica reía. Por la vergüenza, yo agradecía la luz apagada. Traté de reír pero de un salto la gata se acostó sobre mi regazo. En mi desnudez rogué que no confundiese mi pene con un roedor.

- ¿Cómo se llama? -balbuceé.

-Mara.

- ¿Mala? -pregunté nervioso.

-No. Mara? Ay, tu cara de asustado da miedo. Tienes los ojos todos blancos y tus dientes parecen colmillos?

-Diablos, yo te veo igual. "Nunca te mires en un espejo en la oscuridad", decía mi abuela.

-Mejor mira para otro lado...

-¿Por qué le pusiste Mara?

-Es que en la India me contaron una historia que? No trates de levantarla porque te puede clavar las uñas? Ahorita viene a mí.

Me confortó ese ´ahorita´ porque todavía se le notaba un acento extraviado entre el italiano y el inglés. Y varias veces se le habían escapado interjecciones en otros idiomas. No por presumir de políglota -lo era- sino espontáneas, pues al notarlas se turbaba. Entendí los borrones en cartas y fotos.

- ¿No es por Mara Salvatrucha?

- ¡Ay! Claro que no.

Me contó la historia de un campesino que al bautizar con ese nombre a su hijo, había salvado la vida porque resultó ser el nombre oculto del dios del mal y de la muerte?

No presté mucha atención. Lo cierto era que no veía el momento de confesarle mi hallazgo. Desde que me buscó en la oficina estuve a punto de soltarlo todo. Haberla tocado nuevamente convertía en una tortura no preguntarle sobre la pornografía. Sin recriminaciones sino para... para? La verdad no sabía para qué.

-Creo que va a entrar en celo? Me encantaría tener más gatitos.

-Se necesitan como siete gatos para que una gata quede preñada?Sólo así estimula los ovarios?

-Ay, qué perra -comentó graciosa. Y no pude reprimir en mi mente las escenas en las que la había visto.

-Una orgía pornográfica? -solté de manera idiota.

Quedamos callados varios segundos.

Angélica prendió la luz de la lámpara del velador.

Aventó la gata al piso, acercó su rostro al mío, y clavó sus ojos verdes en los míos.

- ¿Vamos a ducharnos? Estamos oliendo a gata en celo -dijo mientras se ponía de pie y me jalaba del brazo. Le dije que tenía que recoger mis ropas del comedor.

Salí al pasillo y me dediqué a acariciar a Mara que rodaba por el suelo llena de placer. En realidad, esperaba que alguna partícula de mis sentimientos de repulsión o ternura se decidiera a purificarse.

- ¿Vas a venir? -gritó Angélica desde la ducha. Me pareció notar furia reprimida en su voz. Encendí un cigarrillo. La gata continuaba frotándose contra mi empeine. Hasta que Angélica volvió a gritar. Ya no tenía más cigarrillos. Sonreí porque al abrir la puerta del baño salió un vapor que me pareció presagio de infierno. Le di una patada a la gata para que se quedase afuera.

El agua formaba una película lustrosa sobre los senos de Angélica. Puso una pompa de jabón sobre mi nariz y me dio la espalda a la que me dediqué a lavar, hipnotizado por la capa cristalina.

-Era mentira lo que le dijiste a Claudia, ¿no? -preguntó después de mucho rato sin darse vuelta.

- ¿Qué le dije?

-Eso de que me buscabas porque soñabas conmigo?

Abracé su espalda contra mi pecho y atrapé entre los labios un mechón de sus cabellos. Angélica sujetó mis manos contra su vientre. Sin escapatoria, lo único que se me ocurrió antes de responder fue darle un beso en las Tres Marías.

-Era mentira -confirmé-. Te vi?

Llevábamos más de media hora bajo la ducha. Se zafó de mi abrazo y cerró la grifería. Estar tanto tiempo bajo el agua tibia le había dejado la piel de rosa inmaculado. Giró sobre los talones, la mirada sobre el jabón gastado caído en las mayólicas. Cabeceó ligeramente y sacudió las palmas entre sí como limpiándoselas. Un gesto enigmático que había estado repitiendo durante el día cada vez que iniciaba el anecdotario de su largo viaje. Aunque ahora entrecerraba los ojos.

La gata raspaba la puerta del baño con las garras y maullaba. Angélica susurró una frase larga que no entendí y que pareció una plegaria. Puso los dedos sobre mis labios, yo puse mis dedos sobre los suyos.

-Shhh -dije yo. O quizás lo dijo ella.

Gerardo Polo Churrango es periodista, tiene 29 años y vive en Lima. Cursó estudios en la Pontificia Universidad Católica de Perú, y ha trabajado en diversos medios de comunicación de su país. También ha desempeñado empleos en consultoras de comunicación y marketing. En la actualidad lleva a cabo un proyecto personal sobre la educación y la red pública de bibliotecas de Perú.