sociedad

Los fantasmas de La Misericòrdia

Las sastras y los vigilantes jurados del edificio aseguran que por las noches se producen apariciones y se escuchan extraños ruidos

Recreación de una de las supuestas apariciones que tienen lugar en La Misericòrdia.

Recreación de una de las supuestas apariciones que tienen lugar en La Misericòrdia. / Foto: Sebastià Llompart.

gabriel rodas. Palma.

Luces que se apagan y se encienden de madrugada, gritos de gente pobre y espíritus de monjas, pasos y puertas que se abren y se cierran. Son algunos de los episodios que aseguran haber vivido los trabajadores de La Misericòrdia, uno de los edificios más emblemáticos de Palma y uno de los más grandes, un inmueble con mucha historia, parte de ella maldita, protagonizada por niños incluseros y ancianos sin familia ni medios de subsistencia.

"Nosotras no creemos en fantasmas ni hemos visto ninguno, pero en La Misericòrdia se vivieron situaciones no muy agradables tiempo atrás y quizá haya una energía" que se manifiesta en forma de sonidos, señalan Pepita Matas y Carmen Rojas, que han trabajado durante seis años en una de las salas de La Misericòrdia, en la misma en la que ensaya el coro infantil del Teatre Principal. Ellas son las encargadas de dar forma al vestuario de las producciones de la Fundación del Principal. En los días previos a un estreno les han llegado a dar las tres de la madrugada y han sido varios los sucesos que les han encogido el alma.

Más que de miedo, Pepita y Carmen prefieren hablar de "aprensión". La Misericòrdia "es muy antigua y muy inhóspita, y cuando escuchas ruidos extraños, te entran unas ganas locas de dejarlo todo y marchar para casa, algo que hemos llegado a hacer en alguna ocasión".

El resto del personal de La Misericòrdia les gasta bromas acerca de sus fantasmas, aunque ellas no ríen cuando cuentan uno de los capítulos de espíritus más conocidos de la antigua casa de la caridad: "Dicen que en el llamado pati de les dones una vez se apareció una monja con una niña".

Fue a principios del siglo XIX cuando empezaron las obras del edificio, tal y como lo conocemos hoy. Al estar situado sobre un pequeño puig, el del Sitjar, era un lugar ideal para tratar a enfermos ya que en aquel punto corría más aire. La Misericòrdia, que no sólo acogía a pobres, ancianos y niños, también funcionó como manicomio, y fue construido sobre el antiguo cementerio de Camp Roig. Sa Riera sirvió de escombrera para los huesos, aunque todavía hoy, cuando se acomete alguna reforma, salen a la luz restos humanos.

El inmueble poco ha cambiado desde el siglo XIX. Muchas de sus salas, que se cuentan por decenas, permanecen tal y como eran entonces, en especial las de la planta superior, a la espera de una reforma que tarda en llegar. Cuando cae la noche, la mayoría del personal abandona el edificio. Solo son unos pocos los que se quedan más allá de la medianoche, entre ellos, los vigilantes.

El guardia jurado Marc Adrover ha escuchado la historia de la aparición de la monja junto a una niña, "una leyenda", suelta con una sonrisa. "Es cierto que yo he oído cosas, pero seguro que era el viento o algún animal. Yo no me creo eso que cuentan de gritos de gente pobre y espíritus de monjas".

Sea cierta o no la existencia de almas desencarnadas, en los últimos años han sido varias las personas que han dejado de trabajar allí hartos de "ruiditos y cosas raras". Así lo afirma Joan Morlà, antiguo jefe de seguridad, ligado a La Misericòrdia desde 1987. "Hubo un obrero, que trabajaba en la zona del Hospital de Nit, que se negaba a ir en horario de tarde porque decía que escuchaba gritos y silbidos extraños. Y tuve un compañero, guardia jurado, que también se fue por patas: decía que había alguien que nos hacía la puñeta y de madrugada encendía y apagaba las luces".

Hace unas semanas un equipo del programa de IB3 Misteris illencs, ya retirado de la parrilla, entró en La Misericòrdia en busca de fenómenos paranormales. "Buscaban presencias y, aunque no la emitieron, se dice que grabaron unas psicofonía en la que la famosa monja se identificaba", asegura Joan Morlà.

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