No fue un concierto más. Ni para la protagonista, que hacía ya tiempo que no actuaba en su isla; ni para el público, que la abrazó con la misma energía con la que ella interpreta sus canciones; ni para el Jazz Voyeur, festival que arriesgó con una propuesta situada en los márgenes del género que le da nombre y encontró recompensa en forma de aplausos y euros. Fue un concierto especial, una noche en la que Concha Buika cameló al Teatre Principal, le susurró a su ´niña Lola´, habló de recuerdos y ´ojos verdes´, cantó por ´bulerías´, siempre´ alegres´, demostró el por qué de su ´triunfo´ y declaró aquello de ´jodida pero contenta´.

El Principal se llenó para la ocasión, la del regreso de una mujer que creció en Mallorca como artista y sigue creciendo como tal fuera de ella, o mejor dicho, con la isla dentro, porque como recordó en la rueda de prensa anterior, "Mallorca soy yo". En primera fila se situaron los más fieles seguidores de la cantante, curtida en la noche palmesana y lanzada al estrellato desde la capital. Ay qué poco cuidamos a los nuestros, que se ven en la obligación de emigrar para ver cumplidos sus sueños. Atenta y radiante en todo momento estuvo su madre, a quien la hija le dedicó el tema Nostalgias. Fue un recital de dedicatorias: a los que pecan, a las mujeres, al color de su piel y a la valentía. Porque si algo caracteriza a Buika es su firmeza. En lo que piensa, en lo que canta y en cómo lo canta. Ya sea en clave de jazz, copla, soul o flamenco, lenguajes a los que imprime su sello. Como lo siente y como lo vive.

Fue sólo una anécdota, pero sobró la enumeración de los patrocinadores que hacen posible el Jazz Voyeur. Enseguida la voz de la cantante de origen guineano penetró con fuerza en el corazón de los presentes. En algunos momentos, con demasiado ímpetu. Se la oyó rasgada, íntima, delicada, pícara... Con rabia unas veces. Otras con suavidad, uniendo razas y culturas, cantándole a Africa.

La sensibilidad fue una de las notas dominantes de la velada, en la que también brilló la banda que le acompaña en una gira que también parará en las principales ciudades europeas. Guitarrista y bajo estuvieron notables, y pianista y cajón, el de Ramón Porrina, sobresalientes. Banda y cantante lograron algunos momentos mágicos, emocionantes, que cautivaron a un público ya entregado desde el inicio.

Concha Buika se movió entre la felicidad y la angustia, la que le producía tocar en casa. "He tocado en teatros más grandes que éste, pero éste, en este momento, lo siento muy grande", dijo con ojos brillantes. Fue un concierto a dos bandas. En el escenario y en platea palpitaban los mismos sentimientos. Y suspiraron por el mismo deseo: que no pasen tantos años para poder volver a verse.

Y sobre todo, que no cambie la artista, por más que siga creciendo.