Hace un par de semanas terminó la reunión de jefes de Estado en el entorno de una más que debilitada Organización de las Naciones Unidas. Mucho podría decirse de la urgencia de fortalecer esta institución o de la necesidad de crear alguna que la sustituya, pero lo sucedido en el último cónclave se me ocurre preocupante. Todos o casi todos los países acordaron hacer una declaración conjunta de condena al terrorismo firmando un compromiso de lucha "a muerte" contra sus cabezas presentes y futuras. Hasta aquí muy bien; sin embargo el pronunciamiento en contra del hambre y la pobreza no tuvo la misma suerte. Si mal no recuerdo y no dudo de que los dirigentes mundiales lo saben, los jinetes del Apocalipsis cabalgaban juntos, amenazando a la humanidad. El hambre y la guerra siempre fueron compañeras de ruta de la Peste y la muerte en el camino trazado por estas nefastas figuras emblemáticas. Podríamos hoy cambiar lo nombres de los que cabalgan sembrando destrucción y muerte por los de pobreza, terrorismo y enfermedad (sea el sida, el virus de Ebola o el mal de Chagas), y la ecuación seguirá siendo igualmente fatídica.

En todo caso pregunto: ¿por qué privilegiar la lucha contra uno solo de los temidos jinetes? No puede ser argumentado que el terrorismo mata, porque las cifras de muerte por desnutrición superan con amplitud la cantidad de desaparecidos víctimas del terrorismo y de la guerra contra él (aunque quizás algún imbécil pudiera repetir lo que escuché de un comentarista de la televisión americana: que el terror mata más rápido que el hambre y por eso es más urgente?). No puede ser porque uno sea pensado más posible de ser erradicado que el otro, porque en todo caso ambos requieren la misma energía, decisión y dinero para ser derrotados. Puedo encontrar, eso sí, entre estos dos flagelos una diferencia clara, pero me asusta pensar en ella como el verdadero motivo oculto. El terrorismo amenaza las vidas y los bienes materiales en cada ataque en tanto el hambre tan solo (¿tan solo?) tiene víctimas humanas. ¿Podrá ser cierto que una organización internacional que defiende los intereses de toda la humanidad tome una decisión influida por la medida del daño que representa una amenaza en dinero contante y sonante? ¿O será que la segunda amenaza, la del hambre, la pobreza o la miseria, todavía le sirve a algunos poderosos del mundo como antes, hace no demasiado, le servía a esos mismos poderosos el terrorismo?

De todas maneras reconozco que casi prefiero pensar en alguna de estas malignas motivaciones antes que aceptar que simplemente el hambre está más lejos que el terrorismo de los países más desarrollados y por lo tanto no preocupa a los que más poder tienen.

Pero habrá que ser cautelosos, señores que toman estas decisiones. Los jinetes del Apocalipsis no cabalgan juntos por casualidad, se apoyan entre ellos, se cuidan, se nutren, se enlazan y se asocian. Y si no alzamos las voces y unimos esfuerzos para terminar con todos ellos o por lo menos restarles el poder destructivo que hoy tienen, tarde o temprano, diezmarán juntos todo el planeta.

¿Se acuerda usted de aquella historia relatada por el genial Bertold Brecht, que se expandió por el mundo después de la segunda guerra mundial?

En mis propias palabras el cruel relato describe las últimas horas de un hombre recluido en alguna oscura cárcel, que mientras espera su muerte, escribe: "Cuando vinieron a buscar a los gitanos de la planta baja y se los llevaron, dado que no soy gitano, no dije nada. Cuando encarcelaron a los dos homosexuales que vivían en el altillo yo, que nunca he tenido nada que ver con ellos, no dije una palabra. Cuando se llevaron a mi vecino judío, como yo no soy judío, preferí no hablar. Cuando finalmente vinieron a por mí, quise gritar, pero era demasiado tarde".