¿Será cierto que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad? Creo que Goebbels estaba convencido de ello pero nosotros tenemos motivos para celebrar lo contrario. Sólo en sociedades cerradas y amordazadas por el miedo o la precaución, estrangulada la libre discusión y suspendida la elocuente esgrima de los argumentos, podría darse un supuesto semejante: una tribu de tontos adocenados que cabecean repitiendo lo que oyen.

Demos gracias a los dioses protectores y conjurémonos para que el actual estado de cosas, felizmente democrático, dure entre nosotros pues si por un desafortunado incidente el azar nos acarreara la catástrofe de sucumbir a la tiranía del engaño, el oprobio nos oprimiría para siempre.

Efectivamente, como ya habrá intuido el lector más temeroso, los motivos para evitar la tentación de divulgar y repetir una mentira, no sólo son morales. Por arte del misterioso don de la lengua, es bien sabido que todos los seres vivos están en condiciones de mentir. Pero, afortunadamente, no todos están en condiciones de engañar. El mentiroso es libre de decir lo que le place y sólo el discernimiento racional nos librará de sus perniciosos efectos. Por lo tanto, no es por consejo del precepto moral que debemos evitar la mentira sino para evitar la humillación de la inteligencia. Hay que impedir a toda costa que nos engañen. Este sería el primer mandamiento de una moral descalza, esto es: una moral inteligente.

Veo que en el asunto de la Fundación Bartolomé March se pondrá a prueba la resistencia de la credulidad ciudadana y el afán de explotar hasta el final su paciencia. No me importa defender otra vez el relato veraz y comprobado de los hechos pero lamento reclamar la atención de los lectores y fatigar un criterio que ya puede estar suficientemente formado.

¿Cómo puede resumirse el caudal de informaciones aparecidas en la prensa los últimos veinte días? Muy sencillo: en los mismos archivos de la Fundación constan los documentos que prueban su propiedad sobre el famoso óleo de Goya. Para entregar al Govern el inventario de los bienes de la Fundación era preciso cumplir algo a todas luces obligatorio: entregar el inventario auténtico y no el inventario cojo. Al incluir en el inventario los bienes ausentes de la Fundación -el Goya, el Tríptico y numerosos objetos de sus colecciones-, los patronos adversos al inventario auténtico lo rechazan rotundamente.

Aunque una y otra vez afirmen en público lo contrario, reiterando con vehemencia una falsedad tan fácil de desmentir, el Patronato de la Fundación se ha reunido legalmente para cumplir sus obligaciones y tratar este escandaloso asunto. Se reunió el 28 de mayo de 2002 para aprobar por unanimidad sus cuentas y presupuestos y se volvió a reunir el 12 de diciembre de 2003 para escenificar ante notario la gran colisión: contra toda lógica y pronóstico los cuatro patronos que retienen en su casa bienes propiedad de la Fundación rechazaron el inventario auténtico.

¿Por qué se repite incansablemente lo contrario? ¿Para qué esparcir sospechas malévolas cuando está certificada ante el juez, el notario y el Govern la impecable gestión de la Fundación? Es en este punto donde debe activarse el discernimiento autónomo de los lectores y oyentes, ciudadanos que asisten con legítimo interés a un tema que les concierne directamente.

(*) Basilio Baltasar es Director General de la Fundación Bartolomé March.