La pequeña ensenada de Ca los Cans debe de ser una de las playas con más topónimos de la isla. Al tradicional Ca los Cans (de difícil explicación por el empleo de un artículo en castellano) se han añadido Cala es Camps, Caló des Camps o Caló des Cans. Sea lo que sea, la toponimia oficial ha intentado desterrar el irregular Ca los Cans sin éxito. La gente le tiene cariño al nombre y quiere conservarlo.

Esta playa es una lucha de elementos, geología pura. Se abre a la bahía de Alcúdia al este de la Colónia de Sant Pere, con la que le comunica un pequeño camino costero que debe ser de los más bellos de toda Mallorca.

La mayor parte del litoral de Artà está formado por acumulaciones de derrubios, que en una época remota fueron arrastrados desde las montañas por enormes lluvias, hasta formar unas lenguas de tierra y piedras que entran en el mar. Por eso aparecen constantemente esos abanicos terrestres, rompiendo la sucesión de pequeños acantilados de arena fósil.

Ca los Cans nos abre sus entrañas para mostrarnos un desfile parisino de pieles arenarias. Estratos superpuestos de dunas fosilizadas, convertidas en esa piedra dorada, táctil, modulada y casi epitelial. La materia física que en las horas del atardecer adquiere unos tonos casi de melocotón.

Cada rincón, cada pliegue, es una auténtica obra de arte. Debería de estar protegido no sólo por geología, sino también por estética.

La ensenada se abre en forma de semicírculo, formada probablemente por el torrente que desemboca en medio de al playa. Allí se levantan unos robustos tamariscos, con una hojas delgadas que gotean un agua cristalina poco después de amanecer. Condensan la humedad, en esa economía vital tan necesaria para los vegetales que viven en un medio hostil como la orilla del mar.

Los tamariscos son árboles además de colores singulares. Su verde es muy claro, casi grisáceo. Mientras que la madera, cuando se corta, aparece de un color rubescente, casi encarnado. Estos de Ca los Cans merecen estar en el museo de nuestros árboles singulares.

La cala resulta muy agradable para el baño. La orilla es mayoritariamente de piedra, pero redonda y desgastada. A veces cubierta por posidonia y a veces desnuda. La entrada en el agua es fácil, y una vez dentro se goza de unas calmas espejeantes, porque generalmente el viento viene de norte y la cala queda protegida por el pequeño espolón que la cierra.

Ca los Cans es una playa familiar, de habituales y gente del lugar. Tiene varios escars, alguno de los cuales remozado recientemente, y recordaría a muchas playas ibicencas por la sensualidad de sus colores si no fuera por la imponente presencia de las montañas de Artà. Que nos recuerdan que estamos en otra geografía paisajística.

Uno de los problemas de este paradisíaco rincón es el acceso. Los temporales van derribando los taludes de tierra que protegen el camino, y en sus inmediaciones una cantidad algo elevada de coches ya crea un caos. Porque la gente es renuente a caminar un poco, lo que en este caso facilitaría mucho las cosas.

En las horas del crepúsculo, la playa se sume en un silencio denso. El agua parece más mineral que nunca, y sólo unos cuantos bañistas comparten esos momentos mágicos.

Dominando la cala se divisa una vivienda moderna, construida junto a los restos de un poblado talayótico. La playa debió de servir de embarcadero. Eso explica que, después de los temporales más fuertes, salgan del fondo algunos fragmentos de cerámica. Como joyas olvidadas en el fondo del mar por la dama ausente de los siglos.

Ca los Cans es la mejor demostración de que la belleza real de una playa suele ser incompartible con la masificación. Y directamente proporcional con el respeto que muestran sus usuarios con el entorno.

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:)Un paisaje de gran belleza, entre dunas fósiles y algunos grandes tamariscos

:(El colapso que se puede formar en el acceso los días de más concurrencia