El afamado saxofonista y compositor norteamericano Michael Brecker dejó claro el pasado jueves en el Casino Mallorca por qué está considerado uno de los nombres más importantes del jazz actual. Su recital, al frente de un sexteto en el que todos los componentes brillaron por igual, era uno de los grandes reclamos del Jazz Voyeur Festival y el ganador de once Grammys cumplió las expectativas con un concierto elegante, cargado de virtuosismo y extensos solos que arrancaron algunas de las ovaciones más ruidosas de este encuentro musical que gana en calidad con cada episodio.

Brecker (Filadelfia, 1949), poseedor de una técnica instrumental formidable, se sintió cómodo sobre el escenario desde el primer momento, cuando supo que el cuarteto que debía precedirlo, el de Molly Duncan, había dado 'plantón' a la organización. "Ningún problema, yo me telonearé a mí mismo", comentó el saxofonista, quien arrancó con tal fuerza que de inmediato se ganó el apelativo de 'el pulmón del festival'.

Eficaz y brillante, adentrándose en diferentes direcciones, desde el free jazz a un estilo más clásico, pasando por reminiscencias africanas -como consiguió merced a un instrumento canadiense con el que imitó una amplia gama de sonidos, alternados con otros pregrabados-, Brecker logró que el público no decayera en su expectación, en un concierto que logró sus mejores momentos en los solos.

Unos solos a los que el saxo daba paso con mirada cómplice, esas que dan a entender que el músico se lo pasa bien sobre el escenario, algo que, cuando ocurre, se contagia a todo el auditorio. En ese diálogo fluido entre los instrumentistas -interrumpido por algún silbido impertinente de los espectadores- participaron todos, con especial resonancia del trompetista Alex Sipiaguine, el bajo Boris Koslov y el pianista Gil Goldstein. "Tomáoslo con calma y disfrutad", dijo en uno de los paréntesis este maestro del jazz. Su parroquia, lejos de desobedecerle, se le entregó en cuerpo y alma.