La medicina de los trastornos del sueño era prácticamente desconocida para mí hasta no hace muchos años. El primer trastorno que me llamó la atención fue el síndrome de la apnea del sueño en el que trabajaba el grupo de Félix Payo en el Instituto Nacional de Silicosis. Con ellos aprendí a descubrirlo y pronto aparecieron casos en la consulta. Recuerdo el primero: un conductor profesional que se había estrellado y no se explicaba qué había ocurrido. La clínica era muy sugestiva y se confirmó con polisomnografía. Su vida cambió con el tratamiento que no hacía mucho se había descubierto: dormir con un aparato que mete el aire a presión. Pero tuvo que dejar de conducir.

El interés por el mundo del sueño creció en los últimos años del siglo XX y, paralelamente, se fueron creando unidades especiales en casi todas las regiones. Competían por el espacio los neumólogos y los neurofisiólogos. Con los segundos aprendí a reconocer las llamadas parasomnias. Es muy popular el síndrome de narcolepsia-catalepsia del que, aunque raro, había visto varios casos en mi consulta. Pero entonces no sabía que una de las causas desencadenantes de la crisis eran las emociones, cuanto más intensas más paralizantes. Un orgasmo pleno significaba quedar apresado en el cuerpo durante largo tiempo. Lo aprendí con Fernando Fernández, el neurofisiólogo que me introdujo en el mundo de las parasomnias.

La primera vez que oí hablar del síndrome de piernas inquietas fue, como estudiante, a un neurólogo mientras explorábamos a un paciente que padecía una neuropatía periférica asociada a alcoholismo. Ocurre por la confluencia de varias circunstancias: como el alcohol proporciona energía, disminuye el apetito; y si además padece una gastritis atrófica, muchos bebedores comen poco y mal, algunos nutrientes se absorben con dificultad y, en consecuencia, sufren ciertas enfermedades carenciales, especialmente de aquellas vitaminas que se afectan con el metabolismo del alcohol. La vitamina B es una de ellas, necesaria para el buen funcionamiento de los nervios.

Hoy esta denominación se reserva fundamentalmente para una parasommia que se diagnostica con más frecuencia cada día. Dependiendo de cómo se mida y defina, puede que afecte hasta al 8% de los adultos, y no menos del 2%. Es un problema de envergadura, aunque los casos importantes son pocos.

El síndrome de piernas inquietas se caracteriza por una sensación desagradable en las piernas y la irresistible tendencia a moverlas. Éstos son los síntomas cardinales, pero no bastan para su diagnóstico. Además es necesario que se agraven con el reposo o inactividad, como cuando se está en la cama, que se alivien con el movimiento, al menos mientras se realice, y que la clínica sea más patente al final del día o que sólo se presente por la noche. Recuerdo el vídeo que me enseñó el doctor Fernández de una paciente que se bajaba de la cama, desfilaba en el sitio y con un palo se golpeaba las pantorrillas.

Algunos casos son debidos a otras circunstancias como deficiencia de hierro, enfermedad renal crónica terminal o embarazo, pero la mayoría es de etiología desconocida. Cuando los casos son intensos, la vida puede ser muy miserable. Además de impedir dormir, ocurre que el insomnio u otros trastornos del sueño, como la apnea del sueño, pueden agravar este síndrome. El tratamiento es sintomático: no modifica ni el curso natural de la enfermedad, que por otra parte no se conoce bien excepto que no afecta más que a la calidad de vida; de manera que si es sólo una molestia y uno puede convivir con esa incomodidad, lo mejor es no tratarlo. Aunque puede ensayar tratamientos no farmacológicos que no tienen efectos secundarios. El más eficaz, no mucho, es la compresión neumática de las piernas. Quizá remede a los movimientos o incluso al golpeteo de aquella mujer.

Menos útiles son los infrarrojos y los ejercicios de fortalecimiento muscular. Cuando los síntomas son de tal gravedad que afectan seriamente a la vida, hay que ensayar tratamientos farmacológicos. Son bastante eficaces, pero tienen efectos secundarios importantes porque son sustancias muy potentes. Con la que se tienen mejores resultados es con la dopamina, un potente neurotransmisor que actúa como la adrenalina. El problema es que produce náuseas, vómitos, somnolencia y fatiga. Menos eficaces son la gabapentina y semejantes, entre ellos la popular Lyrica. Sí mejoran los síntomas, pero no la calidad de vida ni del sueño. El coste es somnolencia, inestabilidad, mareo y sequedad de boca. Finalmente, la terapia con hierro en personas sin deficiencia puede que mejore algo la clínica sin efectos secundarios.

Hay una preocupación porque parece que se hace un traje a medida para un nuevo fármaco. Creo que en el caso de las piernas inquietas hay un riesgo de sobrediagnóstico y exceso de tratamiento. Realmente, son pocos los casos que tienen una clínica tan severa que afecte seriamente al bienestar. Sólo ésos deberían ser tratados.