Como siempre, con la llegada del verano comienzan los baños en el mar y en las piscinas, pero también llegan los temidos cortes de digestión. Todos los años muchas personas pierden la vida debido a este fenómeno por no tomar las precauciones necesarias para evitarlo.

Su nombre científico es hidrocución, y aunque el término coloquial hace hincapié en la cuestión de la digestión, realmente ésta no tiene tanta importancia en el proceso como los contrastes de temperaturas, ya que el corte se produce como consecuencia de un cambio súbito de temperatura de la piel en contacto con el agua fría.

Meterse en el agua de golpe supone un impacto para el organismo, ya que normalmente éste experimenta una bajada repentina de temperatura de unos 20ºC. El cuerpo trata de conservar el calor a toda costa, lo cual provoca, entre otras cosas, una reacción en el sistema cardiovascular que disminuye la frecuencia cardíaca.

De esta manera, la persona que lo sufre puede sentir náuseas y vomitar, marearse e incluso perder el conocimiento, algo que puede resultar fatal dentro del agua (la mayoría de las muertes por cortes de digestión se producen por ahogamiento). Científicamente, esto se conoce como síncope de hidrocución.

El riesgo de sufrir un corte de digestión es independiente de la edad. Puede ocurrirle a cualquiera, tanto a un niño como a un anciano, aunque su gravedad suele ser mayor en personas de edad avanzada o con problemas de corazón, ya que además de los síntomas antes mencionados, tienen mayor facilidad para entrar en parada cardiorrespiratoria.

También es más probable que se produzca un corte cuando el agua esté especialmente fría o cuando la temperatura corporal sea más elevada de lo normal, bien por haber pasado mucho tiempo al sol, bien por haber realizado un ejercicio intenso o bien porque sencillamente el día es extremadamente caluroso. En estos casos, el contraste de temperaturas es más fuerte y la reacción del organismo, más exagerada.

Una comida abundante y pesada también aumenta el peligro, porque después de comer la sangre se acumula en el aparato digestivo y llega en menor cantidad al resto del cuerpo. Por ello, es recomendable, sobre todo entre los más pequeños, esperar entre una hora y media y dos horas antes de meterse en el agua.

De cualquier modo, siempre resulta aconsejable entrar en el agua poco a poco, mojando el cuerpo de manera progresiva, especialmente la cabeza. Así, se adaptará gradualmente al cambio de temperatura y la consiguiente pérdida de calor no será tan brusca.