Cuando a unos padres se les dice que su hijo necesita llevar gafas y que el empleo de ellas se prevé para toda la vida, se crea una ansiedad que se desea solucionar lo antes posible, siendo la siguiente pregunta que nos hacen, la posibilidad de operarlo para evitar su uso, como se oye continuamente en la publicidad de las clínicas oftalmológicas.

Pero éste es un tema muy controvertido. El niño, al contrario que el paciente adulto, está en un periodo de su vida de constante desarrollo, por lo que la graduación del niño va a sufrir cambios durante esos años, es decir, las gafas habrá que ir cambiándolas y ajustando a sus necesidades según su evolución. Así, todos sabemos como por norma general que la miopía aumenta en dichas edades y la hipermetropía suele disminuir, pero no podemos conocer de ninguna forma la exactitud de dichos cambios, e incluso en ocasiones puede ocurrir lo contrario, pequeñas disminuciones de la miopía y aumento de la hipermetropía.

Con la cirugía refractiva (lo que comúnmente se conoce para quitar las gafas), lo que hacemos es eliminar el "artilugio" físico de la montura sobre la nariz, pero las distintas técnicas quirúrgicas lo que hacen es bien tallar el cristal sobre la cornea del ojo, bien colocar una lente dentro del ojo, o en ocasiones ambas técnicas, con lo que podemos decir que lo que estamos consiguiendo es colocar esa graduación que lleva en una montura sobre la nariz, ya propiamente en el ojo, evitando el empleo de las gafas.

Por lo tanto, con la cirugía refractiva estamos pretendiendo una visión similar a la que tiene el paciente antes de la operación con las gafas, pero luego sin ellas. Ahora bien, para que esto tenga un éxito duradero en el tiempo, requerimos que dicha graduación sea estable, y como decíamos antes, en el niño va a cambiar de una forma que no podemos precisar con ningún sistema de una forma totalmente exacta. Es por ello que aunque operásemos a un niño y le corrigiésemos toda la graduación de ese momento, en el futuro al cambiar la graduación, requeriría someterse a nuevas intervenciones a medida que dichos cambios se produjesen, lo cual implicaría someterle a un riesgo quirúrgico totalmente innecesario, desde mi modesta opinión.

De todas formas cada caso debe verse de una forma individualizada, pues cabría la posibilidad de afrontar dicho tratamiento en un niño que tuviese mucha diferencia de graduación entre un ojo y otro, y ese fuese el motivo de tener un ojo vago y que no mejora tras haber intentado los múltiples tratamientos rehabilitadores de la ambliopía. Es decir, en esos casos, puede intentarse realizar cirugía en el ojo que tiene más graduación para igualarlo con el otro (nunca para eliminar el empleo de gafas) y después seguir afrontando el tratamiento de la ambliopía, para ver si tras eliminar el escalón de la diferencia de graduación entre ambos ojos, conseguimos cierta mejoría de la visión, pero por desgracia sin poder tener garantías de dicha mejoría, por lo que debe afrontarse la cirugía como última solución y nunca antes de haber intentado la recuperación de la visión por otros medios (lentes de contacto, oclusión, etcétera).

Debemos poner todos los medios necesarios para recuperar una visión antes de afrontar una cirugía, y solo en el caso excepcional que comentábamos, realizarla, pero sabiendo que no tenemos garantías de éxito, entendiendo por ello la plena recuperación visual y siendo conscientes que el objetivo no será el no llevar gafas, sino el intentar recuperar visión, aún con ellas, lo cual de otras formas no se podía conseguir.

Incluso en esos casos el empleo de lentes de contacto en niños es una buena alternativa que ofrece la posibilidad de valorar los posibles resultados sin necesidad de los riesgos de una cirugía sin garantías de recuperación visual.

Posiblemente el futuro nos permita realizar técnicas refractivas que sin riesgo puedan corregir la graduación y los defectos visuales, pero actualmente todas las técnicas quirúrgicas en este sentido conllevan una cierta impredictibilidad en el caso de los niños y desde luego no exentas de posibles complicaciones.

Por todo ello, la regla que debemos aplicar, salvo contadas excepciones, es que el momento de afrontar una cirugía refractiva en un niño con el objetivo de eliminar las gafas, es cuando la graduación esté estable y tengamos una edad donde ya no debiera haber grandes cambios, es decir a partir de los 19-20 años y tras unos años de estabilidad, y a pesar de ello, nunca estaremos exentos de la posibilidad de requerir futuras reintervenciones se existen cambios que no pudimos prever.

La cirugía refractiva es una excelente técnica en manos de cirujanos expertos y con una correcta y ética indicación que nunca debemos obviar. Si podemos llegar al mismo resultado con menores riesgos, el camino está muy claro, por ello en los niños el empleo de lentes de contacto en una edad en la que sean responsables para su manejo o incluso como tratamiento en esos casos de grandes diferencias de graduación que no existe otra posibilidad para recuperar visión, es una buena alternativa con riesgos mucho menores.

Por ello toda unidad de oftalmología pediátrica y estrabismo, debe verse apoyada en estos casos por la labor conjunta de optometristas especializados en contactología y en la adaptación de lentes de contacto en niños, con una labor coordinada que nos ofrezca los mejores resultados. Destacar la labor de los optometristas, tanto desde ópticas como desde unidades clínicas, que muchas veces son el primer eslabón para el diagnóstico de los ojos vagos y cuya excelente labor contribuye a que se detecten muchos problemas visuales que los oftalmólogos pediátricos podemos tratar a tiempo para conseguir la recuperación visual.

La cirugía refractiva constituye uno de los más importantes adelantos de las últimas décadas, pero su éxito radica en una correcta aplicación y una exacta indicación de cada caso de forma personalizada, pues al igual que no todas las personas llevan los mismos pantalones, no todos los pacientes deberán tener la misma cirugía.