La Semana de la Moda de Nueva York recibió por todo lo alto a dos de las diseñadoras más habituales y destacadas de la cita, las británicas Georgina Chapman y Keren Craig, que volvieron a demostrar que en cuestiones de romanticismo la pasarela neoyorquina solo tiene un nombre, y es el de Marchesa.

La esencia más delicada de la firma despertó a la semana de desfiles con una propuesta inspirada en el charlestón que contraponía la tentación del rojo y el negro a la delicadeza del blanco, y que reivindicó de nuevo que, en cuestiones de feminidad, todavía no hay rival para esta marca con orígenes londinenses.

Un desfile de tul, flecos y apliques de flores para guiñar el ojo a los locos años veinte, y que abrió y cerró una de las grandes de la pasarela, la supermodelo checa Karolina Kurkova, quien quitó el aliento al despedirse con un delicado juego de transparencias y pedrería que dejaba muy poco a la imaginación.

Vestidos a partir de plumas y flecos oscuros, en rojo cereza y azabache, se medían con diseños livianos de los mismos materiales en gris perla y blanco, y con labios burdeos y ondas en el pelo, las modelos desfilaron evocando a las noches neoyorquinas de jazz en blanco y negro.

También desórdenes de tul, escotes en "v", espaldas de infarto y contraposiciones de capas de flecos brillantes en vestidos que llamaban a gritos a la alfombra roja de Hollywood, como ya es habitual en la marca, que acostumbra a vestir a destacadas actrices en citas tan especiales como los Óscar.

Proenza Schouler se rasga las vestiduras

La firma neoyorquina Proenza Shouler, formada por la pareja artística y sentimental formada por Jack McCollough y Lázaro Hernández, volvió a dar una lección de concepto, ejecución y belleza en su desfile en la Semana de la Moda de Nueva York, en el que literalmente se rasgaron las vestiduras.

La costura vista, las piezas en aparente caos, alumbran abrigos elegantísimos con maxicinturones, faldas con las tablas rebeldes y separadas las unas de las otras y vestidos con un efecto de manualidad textil. Prendas descosidas o incluso rasgadas.

Con esa sensación de que la tijera pasó hace apenas unos minutos, el juego de aperturas, de líneas torcidas y superpuestas crea una sensación de que la mujer de Proenza Shouler viene, para el próximo invierno, precintada, lista para estrenar una nueva feminidad.

Las medias, con un grosor tan llamativo en el hueco como en el vano, quedan a la vista bajo vestidos agujereados. Las estolas cambian su lugar del sobre al bajo los hombros, y también inmovilizan a las modelos en una exquisita incomodidad.

Finalmente, las solapas en los abrigos, además de gigantes, vienen deconstruidas, convirtiendo su flecos prácticamente en un foulard.

Se cuelan en esta colección tan arquitectónica una mujer con un abrigo de piel de vaca o un hombre en monocromático negro, definitivamente el color favorito para el próximo invierno en los diseñadores mejor considerados en Nueva York.

Pero Proenza Shouler, al margen de ese modelo masculino, cuando se entrega al negro lo hace siempre combinándolo con el rojo, poniendo pasión a los vestidos tanto si son de cuello caja como si tienen un escote tan espectacular en uve que casi son dos piezas separadas. Un abrigo elegantísimo abrigo de flores negras y rojas acaba siendo como una de las mejores piezas de la colección.

Los diseñadores, en contra de lo que se ha visto en otros como Alexander Wang o Delpozo, apuestan claramente por resaltar la figura femenina, porque su piel sea una de las telas y su cuerpo marque los volúmenes.