Paula Ortiz (Zaragoza, 1979) forma parte, desde que en el 2011 fue candidata al Goya por su ópera prima "De tu ventana a la mía", de un emergente grupo de directoras dispuesto a dejar su impronta. Si en aquella narró la historia entrelazada de tres mujeres de diferentes generaciones, ahora recrea "Bodas de sangre", de su idolatrado Lorca, con su filme "La novia", que llama la atención por la belleza de sus imágenes.

"La mujer tiene una tendencia natural a hacer más atractivo el entorno -opina-, aunque muchos hombres la comparten. Me llama la atención cómo la mujer, aun en los momentos más duros y en la pobreza, intenta rodearse de belleza, porque eso hace la vida mejor. Mi madre es de un pequeño pueblo de Teruel, y en sus fotos de posguerra se ve cómo cuidaban las flores e intentaban ir lo más guapas posible".

No tuerce el gesto, como muchas de sus colegas, al plantear las diferencias en la mirada de los cineastas según su género, "porque se puede hablar de ello si se trata con honestidad y sin etiquetar. Prefiero pensar que la sensibilidad del ser humano es global y que a veces tiene una visión más masculina, y otras, más femenina. Pocos como Lorca han sabido ahondar en el alma de la mujer; en cambio, sus personajes masculinos los definía muy pendientes del qué dirán o apasionados sin medida".

Le disgusta que el cine hecho por mujeres se suponga intimista o melancólico, aunque pocas dirijan comedia. "Como históricamente se nos ha considerado más frívolas, hemos querido reivindicar nuestra profundidad psicológica, pero ya estamos maduras para reírnos de nosotros mismas. O para enseñar nuestras miserias. En Bodas de sangre una madre le dice a una mujer a quien han abandonado que se vaya a su casa a envejecer y a llorar. A menudo las mujeres hemos sido nuestras peores enemigas. Y transmisoras del machismo más recalcitrante".

Piensa que en la educación está la raíz de muchas de las diferencias a la hora de encarar el mundo. "Hay expertos que explican que nosotras somos emocionalmente más maduras en la adolescencia, porque los juegos elegidos para las niñas son microconflictos emocionales que las preparan para las relaciones adultas. Los chavales están abocados a juegos espaciales y físicos". Y añade lo biológico. "La maternidad es un privilegio, pero también un techo de cristal, aunque cada vez más hombres incorporan ser padres al 100%.

Y lo hacen con esa óptica suya, más luminosa, directa y estructurada, tan admirable". Les pone, eso sí, un pero: "Los líos que se hacen con la ropa y esas combinaciones tan dolorosas que, a veces, nos hacen padecer", dice riendo.