Artista polifacético e intenso, siempre atento a reflejar la realidad, Aute no da un valor especial a su actividad como cantautor pese a haber compuesto canciones que permanecen en la memoria de mucha gente. En su nuevo disco, El niño que miraba el mar, busca descubrir cómo eran los sueños de su infancia para saber quién es respecto a lo que fue.

El próximo 13 de septiembre, Luis Eduardo Aute cumplirá 70 años. Nació en Manila, pero hace décadas que vive en Madrid a la sombra del Pirulí, el mismo desde el que, según dice la canción de su colega Víctor Manuel, "se ve un país". Allí, en una casa estudio de luz privilegiada, en la que se amontonan cajas sin abrir y lápices, paisajes, retratos y partituras, trapos con manchurrones e instrumentos musicales, escribe el poeta, compone el músico, pinta o esculpe el artista plástico o planea el cineasta. Son los campos en los que se ha desarrollado la desbordante creatividad que le acompaña, desde que era un chavalín. Una foto de él de espaldas, de aquella época, contemplando las olas que llegaban a la costa filipina, es la que articula su último trabajo, que se mueve entre la música y el cine.

El niño que miraba el mar contiene doce nuevas canciones y un mediometraje de animación en DVD, dibujado a mano por Aute, en el que han participado algunos de sus hijos. Es, según explica, "como una canción más, sólo que en imágenes".

-¿De dónde sale un proyecto tan original?

-De la casualidad. La fotografía la hizo mi padre, cuando era yo muy niño, y siempre me ha gustado, me parecía peculiar. Hace un par de años, estuve en La Habana con mi familia, y mi hija Laura me hizo una foto de espaldas, muy parecida a aquella y, ya de vuelta aquí, con su hermano Miguel, empezó a trabajar con ambas en el ordenador. Yo quería que aquellas dos imágenes, la del niño y la del hombre, se miraran frente a frente, por eso recurrí al dibujo, a la animación, y acabamos haciendo un mediometraje. La foto lleva zascandileando por la casa toda la vida, pero hasta ahora no había descubierto esta necesidad de verme las caras con mi yo infantil.

-¿Y cuál fue el resultado?

-Últimamente, como ya voy siendo mayor, que me acerco a los 70, he pensado en ocasiones sobre cómo era aquel niño y me intrigaba saber cómo pensaba él que iba a ser su vida. Me inquietaba descubrir qué habría en él, para saber si tiene algo que ver con lo que soy yo ahora.

-A ese personaje que ha creado plásticamente, y que es usted mismo, ¿cómo lo ha perfilado?

-Yo creo que de él, de sus ojos, emana una curiosidad y tal vez cierto asombro. Es algo que puedo reconocer en mí. Pienso que si perdemos la curiosidad no hay nada; no hay reflexión y, por tanto, no hay conocimiento y no hay ninguna posibilidad de saber, de llegar al final de algo. Sin curiosidad, directamente no estás vivo.

-Ha utilizado el verbo "perder". ¿Tiene la sensación de haber llegado a ese punto en que se pierden constantemente cosas: se pierde vigor, memoria, entusiasmo, apostura, impulso€?

-Lo peor que se puede perder es el tiempo. Y a mí esto sí me empieza a agobiar. La falta de tiempo. Evidentemente, me queda menos para palmar. Entonces, tengo una cierta ansiedad y una cierta urgencia por hacer cosas que no he podido hacer antes. Me ha entrado como una cierta prisa. En ese sentido, me queda esa energía de querer hacer; no tengo ninguna sensación de "lo que he hecho ahí está y ahora quiero jubilarme". No, al contrario. Tengo cada vez más ansiedad por aprovechar el tiempo, por eso prácticamente no salgo, quiero tiempo útil. Leer lo que aún no he leído, ver, pintar, pensar, imaginar.

¿Qué cree que, por el contrario, se gana con la edad?

Se supone que sabiduría, o por lo menos capacidad de objetivar mejor, pero no sé yo si en mi caso eso es así. También la posibilidad de hacer las cosas tal y como las ves o las sientes, sin marear la perdiz y sin que nadie te imponga criterios. Por eso el proceso creativo de este trabajo ha sido tan especial. Se ha desarrollado en paralelo. La película se ha hecho aquí en mi casa, con mi hijo y un amigo que escaneaba mis dibujos, mientras yo salía a dar algún concierto. En cuanto volvía, me ponía a dibujar, o cogía la guitarra y escribía las canciones. Iba de una cosa y la otra al mismo tiempo.

-¿De dónde sale ese deseo de expresarse tan esencial que marca su vida?

-Es que, si no, ¿qué hago? No sabría qué hacer. Yo fui hijo único hasta los 15 años y no tenía mucha facilidad para comunicarme con los niños del colegio. Pasaba mucho tiempo en casa y sacaba muy malas notas en todo menos en dibujo; ahí, siempre sobresaliente. Recuerdo que mis padres me llevaban mucho a una librería en Manila. Mi padre, que era comerciante, pero tenía intereses muy diversos, compraba publicaciones, periódicos, y yo siempre acababa en el velador donde estaban los libros de arte.

Yo creo, al cabo del tiempo, que lo que me gustaba era ver tías en pelotas por el morbo de ver cuerpos desnudos. Entonces le pedí a mi padre que me comprara esos libros, que aún conservo, y cuando llegaba a casa me dedicaba a copiar las pinturas de los clásicos con lápices de colores. Disfrutaba más haciendo eso que yéndome a jugar al fútbol con los amigos del barrio. Escuchaba además ópera de fondo, porque a mi padre le encantaba, y tengo una memoria musical de autores italianos que me sorprende a mí mismo. Y un soldado americano regaló a mi padre una cámara de 8 mm, y se pasaba el día rodando a la familia. Yo se la quitaba y me ponía a filmar con algún amiguete unas historias inventadas bastante insensatas. He tenido muchos estímulos, pero el deseo de expresarme a través de la pintura, el cine o la música siempre me ha acompañado. Me regalaron para Navidades una caja de óleos a los 7 años, y aquello fue la locura..., pero todo comenzó por lo de los desnudos€

¿Cree que el erotismo, el sexo en definitiva, es una de las fuerzas que mueven el mundo?

-Sin duda. Del sexo venimos, y nos pasamos la vida buscando el sexo con mayor o menos predisposición. Además, estoy convencido de que morirse también tiene algo de orgásmico. Es curioso, la cara de un recién fallecido suele tener una expresión muy similar a la del éxtasis. Hice un trabajo sobre esto hace algunos años. Recortaba de revistas pornográficas las caras de las mujeres en el momento del éxtasis, totalmente ficticio en su caso, y las pegaba sustituyendo las de los cadáveres que había encontrado en un libro de anatomía forense. Tenían el mismo gesto; por eso creo que debe de haber algo de orgásmico en ese tránsito final. Luego, me he educado con dos conceptos de la sensualidad completamente contrapuestos en la cabeza. En Filipinas, país tropical, está a flor de piel, y mi familia, que era muy liberal, entendía que el desnudo es un arte. Y luego, los curas en el colegio se pasaban el día tratando de sabotear los instintos sexuales naturales y consideraban que todo desnudo era pecado. De esa fricción entre algo que para unos era terrible y para otros maravilloso algo debió de salir.

-Su primera vocación fue, por tanto, la plástica. ¿Cómo se produce el salto a la música?

-Me costó tomármela en serio. A veces, creo que todavía es así. Escribo canciones, las grabo, las canto por ahí, pero no tengo todavía ninguna sensación de profesionalidad. No sé por qué. De chaval tenía una guitarra, pero no le hacía mucho caso. Mi encuentro con ella fue ya en España, haciendo la mili. Como de lo que se trataba era de perder el tiempo haciendo marchas y dando barrigazos por el monte, para luego llegar a la cantina y emborracharte para olvidar la estupidez en que estaba sumergida tu vida en ese momento, allí había una guitarra, y empecé a componer canciones que pudiéramos cantar todos contra el sargento y contra el servicio militar. Ahí empezó todo. Y luego, al terminar la mili, me puse a investigar sobre el surrealismo y los cantautores franceses como Brel o Brassens. Y debí de pensar: "Si este tío con esa voz tan desagradable y con cuatro acordes hace estas canciones maravillosas, yo también lo puedo hacer". O al menos intentarlo. Y de ahí surgen las primeras composiciones que yo hacía para mí, por el hecho simplemente de hacerlas.

-¿Cómo acabaron impresas en un disco?

-Por Massiel, que accede a ellas por amigos comunes. Ella fue quien las grabó primero. Yo no tenía ningún ánimo ni de cantar ni de hacer discos ni nada; estaba preparando exposiciones en mi estudio, pero fue a partir de que esas primeras canciones se dieron a conocer cuando una compañía discográfica me propuso que las grabara yo. Estuve como un año sin entrar al trapo, hasta que ya insistían tanto que me decidí.

-Muchos de los que las han interpretado consideran que era usted un compositor muy diferente de los demás€

-Yo trataba de componer las canciones que no escuchaba. Las que quería escuchar, pero que no existían. Quería que hablaran de otras cosas. No esperaba que resultasen comerciales. Rosas en el mar o Aleluya fueron éxitos en todo el mundo. Recibía cartas de todas partes, había interpretaciones de las canciones de todo tipo. Entonces descubrí que el fenómeno canción era muy importante, que había mucha gente que el único contacto que tenía con alguna propuesta artística o creativa era la canción. Gente que no había leído un libro en su vida las escuchaba y daba su opinión sobre ellas. Esto me abrumó. Pensé que era una cosa muy seria y paré. Estuve cinco años sin hacer nada, sin grabar discos. Me retiré de la música por completo.

-¿De qué vivía?

-De pintar retratos, de hacer diseños de portadas, carteles de cine, bandas sonoras. Hice hasta videoclips en 16 mm, cuando el videoclip no existía. Pero mientras tanto, seguía componiendo; quería hacerlo muy bien porque ya era consciente de su alcance. Y pasados esos años, trabé amistad con Pepe Caballero Bonald, que tenía un cargo ejecutivo en Ariola. Escuchó esos nuevos temas y se empeñó en que los grabara, aunque yo no quería. Cedí, pero sólo a eso. No a hacer promoción ni a salir en la tele, ni nada de nada€ El paradigma de un artista difícil€ Bueno, era como lo veía, y ellos lo aceptaron así. De conciertos ni hablamos, claro. Pero ya casi en los 80, por una serie de circunstancias, participé en un acto organizado por la CNT y sentí lo especial que era que la gente se identificara tanto con las canciones. Con Al alba, por ejemplo. Algo cambió. Aunque los conciertos, aún hoy, me resultan difíciles, una vez allí, intento pasármelo lo mejor posible. Pero no tengo ninguna predisposición al foco. Me tengo que hacer un paripé del estilo: "Es como si estuviera en el salón de mi casa y en lugar de cantar para ocho o diez amigos, hay unos cuantos más". Así logro salir.

-Hablaba de canciones como 'Al alba' y 'Rosas en el mar', a las que se puede añadir Las 4 y 10 y Siento que te estoy perdiendo. ¿Cómo gestiona sentimentalmente ese legado?

-No soy muy consciente de que hay ahí unas canciones que han marcado la vida de algunas personas. Hay mucha gente que me dice que soy la banda sonora de su vida o que viene con un niño y me dice: "Mira, a este lo fabricamos escuchando esta canción tuya". Y, a veces, pienso que me están tomando el pelo. No tengo ninguna conciencia de legado para nada, no. Ni siquiera con Al alba, por vigente que pueda estar en algunos de sus tramos.

-¿Qué cree que le hace mostrarse tan esquivo en su relación con el público que le sigue?

-Tengo la sensación de que no va conmigo. A veces he llegado a creer que están interpretando el papel de que les gusta la canción.

-En la letra de uno de sus últimos temas, recogido en el álbum, dice: "No quiero ser cabeza de cartel". ¿No va la sociedad por otro lado?

-Así estamos. Te empujan a ser un triunfador, un número uno en todo. Y a mí lo único que me interesa es expresarme; si es con música y palabras, que esas palabras sean las que tienen que ser, que no haya adjetivos; allá cada uno. No quiero juzgar, y un adjetivo es un juicio. Me interesa llegar a la máxima desnudez; que hasta las instrumentaciones sean mínimas. El trabajo es quitar más que poner, ir a lo esencial. Los tiempos no corren en ese sentido. Yo tengo el privilegio, a la hora de trabajar, de poder aislarme de ese ruido de fondo, y lo hago cada vez más, pero claro, una sociedad que valora el triunfo con esta desproporción valora el fracaso con la misma intensidad.

¿Es la razón de la tristeza y de la falta de estímulos frente al futuro en las que estamos sumergidos en la actualidad?

El fracaso de los responsables de gestionar el presente y el futuro de este país o de esta sociedad no debería tener que ver con el fracaso personal de quienes aquí vivimos, y, sin embargo, mucha gente lo está viviendo así. Y el dolor es muy grande. Es un desastre de grandes proporciones, absolutamente demencial. Estamos asistiendo a los últimos coletazos de un sistema que muere. Lo tengo muy presente a través de mis hijos también, de distintas edades, pero descolgados, sin horizontes. Y me empuja a escribir sobre ello. "Todo lo entiendo, menos el crear el desastre de la necedad", es una frase de una de las últimas canciones. Resume una conversación con Dios, que es algo que me ocurre a menudo. Y le digo que puedo entenderlo todo; que haya dolor, que haya hijos de puta, que haya creado un mundo tan imperfecto, que exista el mal, pero que no entiendo para qué creó la estupidez, la necedad. ¡Qué innecesario!

-¿Dónde se subraya esa necedad en estos momentos?

-En la codicia. Hayas aprendido lo que hayas aprendido, en la dirección en que tu curiosidad te haya querido llevar, llega un momento en la vida de cada uno de nosotros en el que te dicen que eso ya no vale para nada. Que tienes que ser un hijo de puta, intentar machacar al otro, destacar, ser rico, triunfador. Eso para mí es la necedad. ¿Qué tiene que ver eso con la vida? La vida no es eso, es otra cosa muy distinta. Es ser competente antes que competitivo. Es la necedad, no saber qué es el ser humano, la que nos ha llevado a este delirio de la economía que está en manos de terroristas financieros que tienen tanto dinero y tanto poder que quieren directamente comprar el mundo, aunque, para ello, tengan que arruinarlo antes.

¿Hay lugar ahí para el individuo? ¿Para el ser humano?

Todavía creo un poco en él. Mientras quede un ser humano que considere a los demás como seres humanos y no como material negociable, el mundo puede tomar otro derrotero. La gente ha salido a la calle a frenar los desahucios. A frenar los muertos, porque, al final, siempre tiene que haber muertos. Creo que estamos ya en un estado prerrevolucionario y todo va a saltar por los aires. Lo que no sé es lo que pasará después. El propio sistema se está suicidando. Se queda sin consumidores porque el que ha de gastar no tiene dinero y ese es el principio del fin de la sociedad de consumo, que es la que conocemos. Marx se equivocó en muchas cosas, pero en otras acertó, como cuando dijo que el capitalismo se derrumbaría cuando entrara en conflicto con sus propios intereses. Lo estamos viviendo. Ya son mafias contra mafias a ver quién puede más. Todavía no se han enterado de que esa guerra no se puede ganar.

-¿Cuál es el lugar del creador en un momento tan peliagudo?

-No interesamos absolutamente nada. A la mayoría de los integrantes de las últimas generaciones parece que los libros les queman en las manos. No tienen especial deseo de conocer qué pasó antes. Sales a la calle y preguntas quién fue Einstein y no saben si es un jugador de fútbol o qué. Una sociedad inculta es una sociedad que tiende a la barbarie directamente; en ese sentido, la cultura tiene una importancia enorme. Pero no la del entretenimiento, la de las películas de espías en el Pentágono. Me refiero a la que, desde un poso educativo, abre las puertas a la reflexión o provoca un sentimiento o una emoción. Por eso creo que no sobramos, pero desde luego, en este momento, tampoco interesamos.

-¿Está un poco quemado, adjetivo tan de moda?

-Yo creo que no. Quemaduras tengo como tenemos todos, pero no acepto su tiranía. No acepto el "estoy quemado y no hay nada más que hacer". Para mí vivir es€ Esto que hago no lo considero trabajo: escribir, hacer canciones o pintar, dibujar, hacer películas. No lo considero trabajo: es vida. Es mi forma de vivir, es que si no es así, no sabría qué hacer. Me buscaría un trabajo para mantener a mi familia y eso, pero a la mínima de cambio me pondría a tocar la guitarra porque es lo que me gusta hacer y lo que da sentido a mi vida.

-¿Qué queda en usted de aquel niño que miraba el mar?

-El hecho de que me motive una imagen de un niño -olvidémonos de que sea yo- que está mirando el horizonte es esperanzador. No todo está quemado, en absoluto. La necesidad de ver el horizonte, de ver un poco más allá, es lo que nos salva. Y creo que está en todos nosotros.