Acabaron como el rosario de la aurora, pero su amor hizo historia precisamente por esto: por cómo se finiquitó. Ivana y Donald Trump fueron durante muchos años los protagonistas del divorcio más caro de la historia. Su separación catapultó a ambos a la fama y fue seguida por prensa, radio y televisión, episodio a episodio, a principios de los años 90, con una repercusión -ya quisieran los "Brangelina"- inimaginable hoy en día sin internet ni redes sociales. En 1991 no había nada de esto, pero la guerra de los Trump se siguió en todo el mundo y ambos forjaron su leyenda: Donald, como el magnate adúltero que pagaba millones, muchos millones, por su infidelidad; e Ivana, como la mujer despechada que no dudaba en sacarle los higadillos a su marido por el daño que había hecho a su honra y a su corazón.

Hoy, pelillos a la mar. Ambos, por lo visto, se llevan muy bien, y ella incluso se ha atrevido a sugerir al presidente electo de los EE UU que la nombre embajadora ante Chequia, su país de origen. En Gottwaldov (ahora Zlín) nació hace 67 años. Ivana Marie Zelnícková pronto destacó por su destreza en la educación física hasta revelarse como una gran esquiadora. El deporte de nieve sería su pasaporte de salida del bloque comunista para aterrizar en Canadá, casada con un amigo de la familia al que dejó en 1976 para irse a Nueva York, donde empezó todo. Joven, guapa y, por decirlo de alguna manera, "echada p'alante", la esquiadora y modelo ocasional cautivó al joven Donald, entonces el hijo de un magnate del ladrillo que tenía que demostrar a su padre que era capaz de ser tan hábil o más que él en los negocios, en los que ya llevaba varios años metido. Y vaya si lo consiguió.

La boda de los Trump se celebró con toda la pompa y lujo de la época, en 1977. No faltaron montañas de caviar, ríos de champán y llamativos adornos dorados que tanto parecen gustar al futuro presidente de Norteamérica (basta ver la decoración de su casa neoyorquina que tanto ha salido retratada en las últimas semanas). A partir de aquí, la historia no es como se esperaba, porque la joven, bella y aparentemente modosita mujer que Donald se había colgado del brazo resultó ser mucho más ambiciosa, inquieta y con olfato para los negocios que su todopoderoso marido. Así las cosas, éste la integró en sus quehaceres diarios en la oficina, dándole poder en sus empresas y capacidad ejecutiva.

Todo por parte de un hombre que se reveló en la campaña electoral como un auténtico misógino y machista que cree que las mujeres han de estar metidas en casa criando a los niños y haciendo la comida (o en el caso de los de su clase, eligiendo la mejor "nanny" de Manhattan y dando órdenes al chef sobre el menú del día).

La cuestión es que Ivana mandó y mucho. Los Trump eran uno solo en los negocios y parece ser que esta buena relación la mantenían en casa. Hasta tres hijos tuvieron tiempo de concebir y educar: Donald John, Ivanka y Eric. Cuidar de los tres retoños no le impidió a Ivana, por ejemplo, encargarse de gestionar la Torre Trump (sí, el diseño "kitsch" que luce el edificio es obra suya) o dirigir con gran éxito el emblemático hotel Plaza de Nueva York cuando su marido lo compró. Era 1990 y todo iba bien hasta que Donald la lió no sólo en cuestiones financieras (el imperio Trump no se ha librado de momentos difíciles) sino, lo más grave, en cuestiones sentimentales. Al magnate se le ocurrió ponerle los cuernos a su mujer con otra más joven, la exreina de la belleza Mara Marples.

En las hemerotecas ha quedado guardado un artículo de 'The New York Post' que recogió el enfrentamiento de ambas en las montañas nevadas de Aspen (Colorado) cuando la checa, quizás animada por sentirse como pez en el agua entre esquiadores, le soltó cuatro frescas a la rubia Mara, entonces liadísima con Donald Trump.

Éste no sabía bien dónde se había metido. Neil Papiano es un abogado que después de resolverle el divorcio a Ivana se convirtió en el más temido del planeta. Y es que ésta se fue ultrajada de la Torre Trump pero con los bolsillos bien llenos después de demostrar que la riqueza que amasaba su marido era, en parte, gracias a su buen hacer. Según trascendió, la primera ex del próximo presidente de Estados Unidos se llevó 25 millones de dólares en efectivo, la mansión familiar de 41 habitaciones en Connecticut, una pensión alimenticia millonaria, joyas, además de otras casas y participaciones en diversos negocios. Así nació la alegre divorciada, abanderada de las mujeres cornudas de medio mundo que desde entonces aspiran a marcarse "un ivana" en su divorcio.

Con tanto dinero, el rencor hacia Donald rápido desapareció. Compartieron la educación de sus tres hijos (la mediana, Ivanka, lleva el mismo camino que su madre en los negocios de papá y dicen que manda mucho) e incluso él le dejó a ella casarse con uno de sus muchos jóvenes y guapos novios en el resort que gestiona en la Costa Este. Por supuesto, asistió toda la familia. A Mara Marples le sustituyó, tras tener a su hija Tiffany, la eslovena Melania, que está llamada a ser la primera dama. A buen seguro que las maduras divorciadas de Manhattan, pero también las abnegadas madres del Medio Oeste americano que criaron a sus hijos en los 80 y 90 como Ivana, desearían que fuera ésta la que ocupase el Despacho Oval. De consorte.