Su filosofía era simple: "Cualquier mujer puede ser bella". Era 1946 y la humanidad creía en el brillo de Hollywood sobre todas las cosas. Estée Lauder (bautizada Josephine Esther Mentzer en 1908) supo ver más allá. Ese glow podían conseguirlo todas. Creció en Queens, Nueva York. Rose, su madre, era húngara y su padre, Max, checo. Cuando estaba en el instituto su tío John vino a vivir con la familia y empezó a fabricar potingues caseros de textura aterciopelada en el horno de la cocina.