¿Se puede matar a dos personas, descuartizarlas, ocultarlas y poner luego un puesto de helados? Sí, perfectamente. Helados de fresa, de yogur, de pistacho, de mandarina, al corte, de cucurucho… Una camarera encantadora acaba de servirme un sorbete de limón. Entonces me ha dado por pensar en Goidsarji Carranza Zabala, la heladera asesina que hasta ayer mismo gozaba de una reputación inmejorable entre sus clientes. Como no conozco a sus víctimas, he sentido una piedad provisional por ella al recordar su huida de Viena, sus intentos por llegar a Barcelona (en busca del amparo familiar, supongo), su entrada en Italia, su detención... Nos referimos a la maldad y a la bondad como si habitaran en compartimentos estancos, cuando conviven de una forma tan estrecha que a veces no se pueden distinguir.

En EE UU, un niño de 12 años va a ser juzgado por el asesinato de su hermanastro (un crío de dos). El fiscal ha solicitado que se le juzgue como si fuera un adulto para que se le pueda condenar a cadena perpetua. Ignoramos si se trata de una práctica habitual y si en ocasiones se juzga a los adultos como si fueran niños, pero tampoco el niño y el adulto viven en compartimentos estancos. Hay adultos niños y niños adultos. No sabemos a la categoría a la que pertenecen ni el niño asesino ni el fiscal porque todo está confundido. En Dexter, la celebrada serie de televisión, el protagonista es un psicópata que sólo mata psicópatas. El bien y el mal están anudados de tal modo en su cabeza que no hay manera de destrenzarlos.

Me pregunto qué tal vendedor de helados sería el fiscal de las líneas anteriores. También me pregunto qué clase de asesino sería yo. Y me respondo que malo, no porque no haya deseado acabar nunca con nadie, sino por los remordimientos. Los remordimientos son una cosa muy antigua, en peligro de extinción. Sirven para no hacer cosas feas. Sirven también para distinguir entre lo que se puede imaginar y lo que se puede llevar a cabo. La heladera creía que lo que pasa por la cabeza y lo que pasa por la realidad son la misma cosa. Y no, coño, no tienen nada que ver. Ahí sí deberíamos acudir a los compartimentos estancos.