Hace un par de semanas, el Instituto de Política Familiar pidió a la autoridad competente la prohibición de tomar el sol en topless en algunas playas mallorquinas para que a ellas puedan acudir las familias sin ver herida su sensibilidad. Por suerte, en periodo estival nuestros próceres no se encuentran disponibles para las recurrentes chorradas que se les puedan ir ocurriendo a estos señores. Cabe recalcar que el citado Instituto de Política Familiar es una pequeña asociación conservadora, no un instituto al uso con cátedras y todo eso, como el Pasteur, donde puedan pulular investigadores de primer nivel que emiten opiniones e informes basados en la ciencia. Se han bautizado instituto para impresionar, no lo digo por desmerecer la lucha que se llevan contra las mujeres y sus pecaminosos cuerpos. Lo menciono para que no se vaya a pensar la gente que existe algún motivo eminente y erudito salido de los microscopios y los aceleradores de partículas para ponerse la parte de arriba del bikini. Para nada. Es cuestión de gustos. Y de mirones. Los mirones de las playas, que son bien molestos, han decidido que no quieren ver tus tetas, ni las de nadie, cuando ejercen su legítimo derecho a fisgar más allá de sus castas toallas. Una chica mexicana que conocí empleaba un verbo que me encantó: morbosear. Señores del Instituto de Política Familiar: dejen de morbosear en los arenales y así no les molestarán nuestras pacíficas tetas al sol.

O mejor aún. Miren bien a su alrededor y se darán cuenta de que se hace menos topless y menos nudismo que nunca en esta isla. O sea, que su petición resulta tan extemporánea como exigir que los carromatos y las mulas circulen con seguridad por los caminos mallorquines. Ignoro el motivo de esta ola de recato. Puede ser porque nos gastamos un dinero en bañadores y lo queremos aprovechar, porque las marcas en la piel se han puesto de moda, o porque estamos en un momento de enseñar lo justo y sanseacabó, pero el caso es que los catedráticos del Instituto pueden nadar y guardar la ropa tranquilos. Ellos y el señor que el otro día no me quitaba ojo de encima, mientras su esposa tomaba el sol con leggins, pañuelo y camisola de manga larga, hasta que me puse delante el último libro de Henning Mankel y dejó de fastidiar. Mano de santo fue el sueco, aunque no logró el milagro de que el tipo posara la vista sobre su propia mujer, ataviada como a él tanto le gusta.

Y todos ustedes se preguntarán: ¿Dice algo el Instituto de Política Familiar sobre, por ejemplo, el tanga masculino? ¿Y sobre la braga náutica no emite un comunicado veraniego? Pues no. Parece que los cuerpos de los tíos no suponen ningún riesgo para los núcleos familiares, ni son capaces de escandalizar a los niños pequeños. Porque tal vez convendría profundizar en la segregación de nuestro litoral y declarar esta playa sólo para bañadores con pata y aquella para trikinis, y la de más allá para gente que llega con sandalias y calcetines. Preguntaremos la opinión al Fomento del Turismo, pero ya se percibe que existen un montón de frentes abiertos para el Instituto. Un problemón con tantos perfiles que bien dará para toda una tesis doctoral. Subvencionada, claro está.