Vamos a concederle una tregua al presidente trimestral de UM, para centrarnos en episodios mallorquines de los que todavía podemos hablar sin avergonzarnos. Entre mis marcas nada memorables, entrevisté con apenas unas semanas de paréntesis a Camilo José Cela/Rosario Conde –en Palma– y a Cela/Marina Castaño, en Estocolmo. Una experiencia plácida y otra tempestuosa. Se advertirá que la mujer cambia en ambas conversaciones, pero lo más curioso es que el varón también mudó su identidad, guiado en el segundo capítulo por la confesión a su primera esposa, "me he enamorado como un colegial". Tenía 73 años, y estaba a punto de ganar el Nobel contra Borges. Más adelante, la dignísima y añorada Charo Conde habló de Caballero Bonald en Interviú, y el escritor se sintió tan lesionado en su hombría que se enclaustró durante meses en su casa alcarreña, según nos informaba puntualmente el maestro Manu Leguineche. Padecer una broma nunca será tan divertido como infligirla.

Cela se metamorfoseó, y nadie puede reprochárselo, pero los mallorquines teníamos derecho a una indemnización que compensara la pérdida. Por eso, un juzgado de primera instancia no sólo ha fallado sobre la herencia económica que corresponde a su único hijo, Camilo Cela Conde. También ha decidido sin quererlo dónde se refugian los valores que apreciábamos en la enormidad desaforada del Nobel.

En este párrafo se cruza la deontología, que obliga a confesar que Camilo hijo me honra con su amistad –no sólo mano a mano, sino en su variante más arriesgada frente a terceros–. Sería injusto que esa flaqueza por su parte me impidiera consignar para la historia que preserva la flema, la ironía y el acentuado escepticismo que Camilo padre escanciaba gracias a la escenografía de Charo Conde.

La labor testamentaria de Camilo catedrático no desmerece de la persecución a fondo de sus intereses, de nuevo en aplicación de la herencia británica condensada en el apellido Trulock. El vástago se erige así en el único y auténtico Cela de esta historia, según corroboran los tribunales con otros argumentos, mayor estruendo y un aprecio de cinco millones de euros. El dinero recaerá donde dictaminen los jueces, pero el espíritu aristocráticamente campechano del mejor escritor en castellano después de Cervantes es propiedad de su hijo, ganado a pulso y sin demasiado estímulo paterno.

Incluso en vida, Camilo padre humilló a su descendiente con el mazazo de que ya había heredado el Miró acuchillado. A cambio, miles de interlocutores saben que Camilo hijo ha honrado continuamente la memoria de su padre y, si no ha elogiado las virtudes de otras personas que lo rodeaban, es porque carecían de ellas y no deseaba forzar su imaginación. Un juzgado decide hoy que los genes son más poderosos que el entorno, un veredicto que paladeará de forma especial un catedrático de la asignatura. Ya es curioso que el pleito paternofilial venga firmado por el autor del libro De genes, dioses y tiranos, que hoy parece titulado en defensa propia.

Camilo hijo es mayor que la segunda esposa del Nobel, una desigualdad que me dio mucho juego cuando estalló el idilio. Dos décadas más adelante, la sentencia nos confirma que Marina Castaño es la viuda porque perdió a Cela, y que ha heredado muy poco de él. Simultáneamente, la prosa judicial aherroja la filiación del primogénito, en cuanto que prolonga a su padre. Si quieren entender a aquel energúmeno entrañablemente despótico, disfruten de un rato en compañía de Camilo hijo. A la Castaño tampoco le vendría mal ensayar la experiencia.

Cuando se gestaba el melodrama que hoy ocupa a los tribunales, escribí que Camilo padre nunca regresaría a Mallorca, y así fue durante los quince años siguientes. Pese a ello, los adeptos celianos se me echaron encima con epítetos que dejan modosita a Esperanza Aguirre. Pronto cambiarían de fe. Recuerden que fue en Mallorca donde el rector de la UIB puso el coche oficial de la institución a los pies de Marina Castaño.

Hablando de mitos, el bicentenario de Chopin se abate sobre la isla donde vivió un par de meses, aunque la explotación comercial de su infierno en Mallorca invita a pensar que lleva dos siglos entre nosotros. Como homenaje, vamos a recordar la frase que le dedicó George Sand, "junto a él tenía la sensación de dormir con un cadáver". Y eso que no estaban casados. En la geografía que habitaron –término de Deià– se halla la casa que nos ilustra, cuya venta se promociona cada domingo y también hoy en el dominical señero en Europa, el Sunday Times. A toda página.

La finca ocupa 85 mil metros cuadrados, con una docena de habitaciones y de cuartos de baño. Su precio ronda los doce millones de euros. Sí, dos mil millones de pesetas. El vendedor es angloirlandés, hay suizos interesados. Es decir, la propiedad transcurrirá de un europeo a otro. Mallorca sólo aporta el terreno, como en los Preludios de Chopin, otro ejemplo de la visión comercial que ha destruido la isla a cambio de conducirla a la bancarrota. La situación de los ínclitos hoteleros es inconfesable, y las inmobiliarias amontonan cada vez más mansiones a vender, sin divisar compradores en lontananza.

Cientos de personas me abordan por la calle para preguntarme en qué consiste el "periodismo ciudadano". Por ejemplo, en el correo electrónico que recibí el pasado martes. "El conseller de Educación entró ayer en el bar Dry de la calle Bonaire, a eso de las 19.30. Le acompañaban una rubia y una morena. Estuvieron hasta las 21.15. La rubia pidió una caña, la morena un gin-tonic y el conseller, un San Francisco. Pagó la rubia, en metálico". No sé si sobreviviremos a un Govern abstemio, suerte que en el consumo privado ahorran el dinero público que malgastan en tenistas.

Reflexión dominical timorata: "La vida es un combate entre la curiosidad y el miedo".