El único premio que anhelo es el Cro Magnon, otorgado anualmente por el Lobby de Dones. A cada mujer que me despacha le pido un favor póstumo, "ve y cuenta lo que has visto al jurado que otorga el galardón", pero ni por ésas. Encima, ahora estoy obligado a aplaudir al citado colectivo feminista por haber denunciado el uso del burka en Mallorca, un encomio que me aleja de mi preciado trofeo. Tengo alergia a las ONGs, que son carísimos partidos políticos con burka, pero agradezco la valentía de mujeres que reconocen al enemigo de la libertad, sin necesidad de compartir las tesis radicales de Oriana Fallaci o de Ayaan Hirsi Ali.

En un mundo con burka, nuestros ojos morirían de sed. El feminismo ha sido cuando menos complaciente con las formas de esclavitud con aval islamista, una condescendencia que sorprende incluso a quienes aceptamos que el Islam es la única religión verdadera, y de ahí su peligro. Hay mujeres que arriesgan su vida para no someter su vestuario al dictado de varones que no llevan burka. El peligro de muerte rechaza la pretensión de que las prendas oscurecedoras encarnan una opción libre. Para seres más sosegados que nosotros, Lévi-Strauss negaba la existencia de culturas superiores, pero en lo tocante a veladuras se limitaba a alegar "una cuestión de cortesía".

A propósito, sólo internet puede competir con el Islam en el departamento de religiones comparadas. Sin embargo, la mayoría de participantes en la red se embozan en el burka del anonimato. Aprovechan la tecnología suprema para liquidar el único logro vigente de la Revolución Francesa, vivir a cara descubierta. Los campeones del high tech nos devuelven al medievalismo. No hablaré de un refugio de cobardes porque no tienen miedo, exactamente. Desconfían de sus propias ideas, cuando el solo hecho de estampar su firma las mejoraría. Animado por la valentía del Lobby de Dones, reclamo una red sin burkas. La vida es un instante de identidad en una eternidad anónima. Dado que la compartimos, vamos a vernos las caras.