¿Cuántos días a la semana vuela la consellera Pilar Costa a Eivissa, una esquizofrenia interinsular que denunciamos cuando la perpetraba un conseller menorquín de James Matas? En estas crónicas imperecederas ya recabamos el balance de la cúpula de Génova sobre el palacete, "lo de Matas es más grave que lo de Camps". Bonita contraposición. Hoy queremos añadir que no se le ocurra a usted nombrar al ex president en la sede nacional del PP. ¿Matas, quién?

Si repasa el álbum de los años del despotismo, encontrará efusivos abrazos de Matas con Zaplana –que lo hizo ministro y se exilió en Mallorca hasta que conquistó la tarifa Zaplana de Telefónica–, con Acebes o con el hoy todopoderoso Javier Arenas. Practicaban la alta política, bajo el formato del golf, el pádel y otros formatos de ociosa laboriosidad. Sin embargo, ninguno de los citados ha acudido en defensa del ex president. (Por cierto, ahora ya no vale).

Madrid no ha percibido persecuciones judiciales contra Matas, el hombre que capitaneó la secularización de la corrupción, además de descubrir la multiplicación de los panes y los palacetes. También Mariano Rajoy fue su compañero de singladuras en yates de poderosos y dudosos empresarios. El presidente del PP se avergüenza hoy del comportamiento del mallorquín de Miami, porque su incompetencia como ministro ya la acreditó cuando el entonces vicepresidente de Aznar lo expulsó de una reunión sobre el Prestige, delante de representantes autonómicos.

Es un excelente momento para recordarle, a Rajoy y a sus jueces, que pudieron ahorrarse el sonrojo si hubieran actuado en Bitel o Mapau, donde Matas empezó a afilar sus armas de conservación del poder. "Esto está controlado", afirmó por entonces el presidente del PP nacional con permiso de Esperanza Aguirre. Si los populares hubieran designado en 2003 a Pere Rotger como aspirante, hoy todavía gobernarían la comunidad. Sin embargo, se decantaron por peor candidato. Y si los conservadores locales desean saber por qué perdieron en 2007 sin indicios de recuperación, basta que se fijen en las declaraciones imperiales de Carlos Simarro, alumno aventajado de la escuela de prepotencia que ha llevado a la derecha al desastre.

¿Cuánto nos ha costado que Francesc Antich y Miquel Nadal se relamieran en Londres examinando las curvas de la mediocre actriz Maria Grazia Cucinotta, cuyo papel episódico en una película de 007 impide calificarla de chica Bond? Pensábamos que Matas y Kournikova agotaban el potencial de humillación de Balears, no contábamos con la creatividad socialista. A propósito, el Govern y Cort colaboran con las jornadas de Urbanismo celebradas este fin de semana en el Palas Atenea. Entre los invitados figuraba Ernesto Peces Morate, el magistrado del Supremo que merece ser conocido como el juez de La Real, por el sonado rapapolvo que propinó a las instituciones citadas y al Tribunal Superior de Justicia de Balears.

El ponente de la paralización de Son Espases está a punto de recibir otro recurso de casación de los vecinos de La Real. En el discurso que había preparado no contemporizó, sino que denunció el "ejercicio despótico del ius variandi, tan reiteradamente invocado por las Administraciones urbanísticas para quedar inmunes al control jurisdiccional". También denunció, en referencia explícita a Son Dureta II, "la imposibilidad legal de ejecutar las sentencias", lo cual encubre "auténticos incumplimientos de éstas". Que se lo explique a sus colegas del Tribunal Superior.

Vuelo el martes a Madrid –mejor no pregunten– y me encuentro en el mismo vuelo a Javier Martí Asensio, que según los periódicos se había marchado la noche anterior. ¿Qué tipo de persona miente incluso sobre sus vuelos Palma-Madrid? La mayoría del pasaje se resignó a compartir avión con ese personaje, aunque a una distancia de seguridad dado su currículum. Sin embargo, no hubiera costado reunir a una veintena de pasajeros para pedirle explicaciones al fenomenal ejecutivo. Se mascaba el motín.

Martí Asensio estaba asendereado y ojeroso a las siete de la mañana –ahora empezamos a saber por qué y con qué dinero–. Nunca he visto a un hombre tan asustado, escondiendo el rostro detrás de su mano. Era perfectamente consciente de sus manejos, recuérdelo cuando base su defensa en argumentos esotéricos. También le abrumaba la tristeza del hombre que ha visitado Mallorca por última vez, salvo que una juez le obligue a desplazarse por lo penal. Cuando desaparezca la huella de esa familia, pisaré Son Ono a modo de desagravio.

Para solaz de nuestras lectoras, hoy atraemos a nuestra ilustración a Dominic West, el inglés que interpreta al legendario detective Jimmy McNulty en la serie televisiva The wire. El actor elige su mejor camiseta cuando ha de posar en el dominical más vendido de Europa, el Sunday Times de Rupert Murdoch. Y no cobra un euro por la promoción de Mallorca, a diferencia de otros patriotas.

También acaban de editarse los Papeles inesperados de Julio Cortázar –tan indispensables como The wire para quienes piensan que hay lectura más allá de Stieg Larsson–. Allí consta una revelación que nos afecta. "En una costa mallorquina a partir del instante en que me fue dado ver, desde el mirador del archiduque Luis Salvador cerca de Deyá, el rayo verde".Y así se funden en Mallorca dos julios, Cortázar y Verne. El argentino tampoco cobró un denario por esa exaltación, seguramente porque no lo merecía. Y porque no juega tenis.

(Debido a las numerosas quejas recibidas de nuestros lectores, esta sección queda suspendida durante una semana completa, y no regresará hasta el próximo domingo).

Reflexión dominical animista: "El rostro es el cuerpo del alma".