Accedo a la catedral de Palma acompañado del mejor periodista de Mallorca, con motivo de los funerales por los dos guardias civiles asesinados por ETA. El lleva una mochila, yo una cartera. El se identifica, yo no. A mí me registran, a él no. Seguimos nuestro camino pero, en unos segundos, el funcionario descubre una forma de complicarnos la vida. A mí me dejan entrar libremente al recinto porque no se sabe si soy periodista, a él le envían a otra puerta "porque es periodista". Al indicarle que las dos puertas conducen al mismo punto, el tono se torna bronco y amenazador, por cuestionar la menguada capacidad de raciocinio de la burocracia.

Optamos por compartir nuestra perplejidad, y obtenemos una nueva dimensión de las premisas que esta semana han convertido a Mallorca en trágica noticia de portada. A saber, un periodista no podía cumplir con su cometido si se identificaba como tal. Por contra, podía moverse con entera libertad a cambio de que ocultara su profesión. Si mentía sobre su condición, el Estado le recompensaba. ¿Cuál es la utilidad exacta del funcionario que impone esa medida, y de quien se la ha ordenado? Con una lógica tan disparatada, será difícil orquestar una política de seguridad en condiciones.

Lo peor de un atentado es que convierte a un lector habitual de crónicas de deportes en un experto en medidas defensivas a la altura del Pentágono. Incurramos en este dislate, para resaltar el contraste entre el despliegue en el entorno de Marivent de furgones blindados, relucientes cascos homéricos y cuerpos atléticos, mientras en los alrededores hay coches abandonados que nadie se ha encargado de retirar. ¿Una tarea demasiado humilde para los aprendices de superhombres?

No estamos buscando una oculta mota de polvo en los bruñidos cascos. Los utilitarios se hallan en la mismísima calle Joan Miró, a un centenar de metros de la casa de los Reyes. Para detectar su abandono no hace falta consultar el PIIASCVU (Programa Informático Infalible de Averiguación de la Situación Circulatoria de un Vehículo Urbano), sino que basta con el primitivo IO (Inspección Ocular). El pasado jueves por la noche, horas después de que un atentado sangriento demostrara el peligro de la promiscuidad de vehículos no controlados en zonas sensibles, repasé su situación. Seguían ahí. Mi conclusión, reforzada esta semana así en Burgos como en Palmanova, es que no asistimos a un problema presupuestario. El Estado no se preocupa de los coches sospechosos hasta que estallan, y luego pide más dinero para seguir despreocupándose. Si, de acuerdo con Sherlock Holmes, una cadena de medidas de protección vale tanto como su eslabón más débil, estamos perdidos.

Darwin estudió la evolución humana en unos pajarracos de las Azores, y yo escribiré mi tesis sobre seguridad a partir de los coches abandonados en las inmediaciones de la residencia más sensible de Palma. Imbuido de fervor ciudadano, y del mandato surgido de las autoridades municipales, autonómicas y estatales sobre la colaboración ciudadana en materia de seguridad, avancé mi investigación telefoneando al 092. Respuesta: "De eso ya se encargará la Guardia Civil". Ni siquiera me pidieron la dirección, en el día en que la explosión de un coche mató a dos personas en Mallorca. Así actúa la policía local que ha de librarnos del ruido. Llamar a ese departamento de Aina Calvo para efectuar una queja es tan útil como telefonear a Sharon Stone y decirle que quieres acostarte con ella. Perdón, la segunda opción cuenta con mayores probabilidades de éxito.

Huyo de las premoniciones pero, bastante antes de que se produjera el atentado, ya tenía decidido entretenerles con los coches abandonados junto al palacio. En lugar de retirarlos, los superhombres montan controles absurdos rifle en mano, una auténtica campaña de promoción turística que los expertos en seguridad califican cuando menos de estéril. Y ahora viene la confesión, me estoy repitiendo. Hace años, les martiricé con un coche aparcado durante semanas a unos pasos de Marivent. Era un R-11. A raíz de la publicación del artículo, fue desalojado con urgencia. Siempre me he sentido culpable de su desahucio, espero que me haya perdonado. En aquellos tiempos, les acuciaba por lo menos una sombra de alarma. Hoy se conforman con la seguridad que ofrece la isla, puesta a prueba el jueves. Por eso, cuando te hablen de un esfuerzo presupuestario, recuerda que no les interesa mejorar tu seguridad, sólo quieren tu dinero.

A nadie le cuesta más que a mí darle la razón a Esperanza Aguirre pero, cuando asegura que no entiende la facilidad con la que coches descontrolados ocasionan tragedias en puntos sensibles, sólo puedo aplaudirla. Además de remitirle mis conclusiones sobre Marivent y de recordar que, en tiempos de internet, la verificación de cualquier matrícula está a dos teclas de distancia. Salvo que admitamos la "relajación" de que habla Carles Delgado.

En 1995, tras el extraño desmantelamiento del comando que pretendía atentar contra el Rey con un rifle de precisión, nos enteramos de muy diversos fallos funcionariales. Los etarras alquilaron un apartamento en Portopí a nombre de un fallecido, circunstancia que las fuerzas policiales podrían haber averiguado fácilmente puesto que revisan esos datos. Item más, la policía francesa había avisado a Madrid de que el barco La belle Poule había zarpado de un puerto francés con tres conocidos etarras a bordo. La pista no fue seguida hasta que un diligente guardia civil de Pollença localizó la nave en ese puerto, donde fue incluso visitada por Mario Conde para tantear su compra. España estuvo al borde del magnicidio por el dudoso funcionamiento de su burocracia.

Mientras mi amigo periodista y yo decidíamos si éramos periodistas, si en tal caso debíamos identificarnos como tales a los burócratas, y si al hacerlo perderíamos nuestros derechos a acceder a la catedral o a nuestra profesión, yo pensaba en Jesús Murgui. Es el único mallorquín –lleva un montón de años en la isla como si no estuviera en ella, el mayor emblema de nuestra idiosincrasia– que había previsto el atentado. Su preocupación con la posibilidad de una acción violenta a cargo de terroristas es legendaria y roza la obsesión. La pone de manifiesto cada vez que un avión sobrevuela su templo. Tembló en la inauguración de la capilla de Barceló, rodeado de Reyes, y no sólo por motivos estéticos. Imaginen el pasado viernes.

Reflexión dominical anual: "Los cumpleaños sirven para saber cuánta gente te ha olvidado".