Un día al año voy a la playa. Ese acontecimiento acaba de producirse, y ustedes padecerán las consecuencias. La playa, ya saben, la excrecencia pulverulenta que supura plásticos y que rodea las zonas más desgraciadas de la costa mallorquina. En cuanto tomé posesión de las arenas, rodeado por mis compañeros mamíferos como en un documental de La 2 sobre pingüinos, me asaltó una marea de sonidos cacofónicos. Emisiones guturales, ululares, alaridos, la banda sonora de Braveheart.

Sobresaltado, me tranquilizo en cuanto me informan de que esta algarabía es cotidiana. Me entretengo en descomponer la sinfonía, y descubro una lamentable y tozuda tónica sonora. Ellos berrean, ellas chillan. Sin una sola excepción. Los machos de la especie se reconcilian con el simio que llevan dentro a través de explosiones sonoras en el rango de los graves tormentosos, las hembras agudizan la voz hasta el límite de resistencia de una vajilla. La asociación del berrido con el varón y del chillido con la mujer se hace tan perfecta, que llego a imaginar que se trata de un esfuerzo pactado. O quizás de una ordenanza a la llegada a la playa. Prohibido entrar perros y emitir bramidos discordantes con el sexo del bañista.

La desigualdad no se esfumó al anular la discriminación de juguetes bélicos -todas mis novias han recibido en algún momento el obsequio de un flamante kalashnikov-. La expresión vocal del comportamiento histérico sigue pautada sexualmente. A fin de enmendar esta disfunción, acabamos de encontrarle un sentido al ministerio de Igualdad. Bibiana -la mitad femenina- y Aído -la masculina, siempre según el criterio de la ministra- han de conjurarse para diseñar una campaña que distribuya estocásticamente los berridos y chillidos. Bajo los lemas "Si eres mujer, berrea" y "Machote, ¿quién te dijo que chillar era de nenas?", en el vocerío playero será indistinguible el sexo de cada grito. Todo ello, salvo que se demuestre que berrear y chillar son acciones predeterminadas genéticamente. Con las trenzas de ADN no puede competir ni Zapatero.