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Estudio

Las dos caras del picador

Tomeu Canyelles analiza en un libro esta figura isleña que conquistaba a las extranjeras durante el boom turístico - ¿Era el seducido o el seductor?

Johnny Valentino. perlas y cuevas/dm

El picador mallorquín, el latin lover autóctono conquistador de extranjeras, "es hijo de su tiempo", una figura extinguida en la era del amor líquido y que sólo puede entenderse a tenor de la represión sexual que dominó la postguerra y el desarrollo turístico que experimentó la isla desde finales de los años 50 hasta la década de los 70", explica el historiador Tomeu Canyelles, autor de un reciente estudio sobre esta figura popular publicado por Lleonard Muntaner. Canyelles se sale de los márgenes habitualmente explorados cuando se habla de picadores, pues éstos han sido casi siempre definidos por los propios protagonistas de los flirteos (valga como ejemplo Memòries d'un brusquer de Toni Morlà), relatos éstos generalmente más centrados en jugosas anécdotas que en el contexto histórico y motivos de su eclosión.

Así, atendiendo tanto a este rico material memorístico como a la documentación de la época (entrevistas, artículos o reportajes periodísticos), el historiador consigue retratar de manera poliédrica a este latin lover isleño que frecuentaba playas, recepciones de hotel y salas de fiesta apartándose de nostalgias y enfoques folcloristas. "Si sólo hubiera tirado de testimonios orales -aún hay muchos picadores vivos [los últimos deben tener en torno a 65-70 años]-, mi enfoque sería parcial y muy mitificado", sostiene Canyelles, que presentará Els picadors mallorquins. Seductors i seduïts durante el boom turístic el próximo 12 de febrero (20 h) en el Museu de sa Jugueta.

Para empezar, el historiador ha rastreado el origen incierto de la palabra picador (circunscrita a Mallorca y Menorca, en las Pitiüses se les llamaba palanqueros), y la relaciona con otros términos (mosquitos, o buscos en Valencia) utilizados en otras geografías, sobre todo costeras, al tratarse de un fenómeno que se da en todo el Mediterráneo y, en general, en los países con turismo. En cuanto a las características de este seductor mallorquín, el historiador cree que es un fenómeno interclasista y que se dio en dos generaciones sucesivas. "Otro de sus rasgos: son hombres jóvenes con una especial sensibilidad hacia el turismo: tenían nociones de idiomas por ejemplo y sabían perfectamente por el tono de la piel si la turista acababa de llegar o estaba a punto de acabar sus vacaciones", señala Canyelles. Además de no tener una concepción pecaminosa del sexo, los picadores contaban siempre con sistema de locomoción propio para moverse con las extranjeras, ya fuera una moto -las míticas Lambrettas o Mobilettes- o un coche, siendo los más famosos el Simca 1000 y el Seat 600.

Si hay algún oficio al que se vincula al picador es al de músico, "pero también recepcionistas o camareros, estos últimos los picadores por excelencia", detalla el historiador. "Otra tipología muy numerosa fue la del seductor peninsular que venía a trabajar a la isla, un prototipo retratada por Jaume Santandreu en la novela Camí de coix". La hibernación de este latin lover autóctono fue otra constante. "Estaban sometidos a la estacionalidad. Desaparecían durante los meses que cerraban los hoteles y las salas de fiesta, y entonces volvían a salir con su novia mallorquina [flassades en el lenguaje machista de algunos picadores]", explica Canyelles.

La imagen externa que proyectaba el picador fue criticada desde diversos flancos: sobre todo el eclesiástico, que marcó la moral durante la postguerra, pero también desde las tribunas periodísticas. A finales de los 50 y también durante gran parte de los 60, los seductores de extranjeras y suecas padecieron duras reprobaciones y campañas en su contra. En un momento en que el turismo iba cogiendo fuerza y las islas empezaban a despegar económicamente, "el turista estaba muy idealizado y nadie se quería arriesgar a molestarlos", indica el investigador. En algunos artículos, el picador es tildado de parásito del turismo, "pues perjudicaba de forma sistemática la imagen internacional de los anfitriones mallorquines". Aunque la gran polémica llegó de la mano de la prensa internacional, cuando el diario alemán Die Zeit informó en 1966 de las numerosas molestias que los picadores provocaban a las turistas extranjeras. Y volvió a repetirse en el 69, a raíz del homicidio de la joven sueca Ann Britt Larsoon, supuestamente a manos de un ligue isleño. Un escándalo mayúsculo que provocó ríos de tinta -al igual que sucedió recientemente con el caso de mamading en Magaluf- sobre el modelo turístico de la isla. Sin embargo, la tormenta trajo la calma: poco después la prensa de la época comenzó a aceptar esta figura, parte del paisaje estival mallorquín. "Los empresarios también empezaron a verles con buenos ojos porque eran clientela fija de sus locales, consumían copas, etc."

Un picador rodeado de extranjeras en una sala de fiestas de Manacor. PERLAS Y CUEVAS

Los modos y estrategias de los picadores no siempre fueron los mismos. A finales de los años 50 y mitad de los 60 eran elegantes, iban bien vestidos, tenían buenos modales "y velaban más por el romance, estaban con la extranjera en cuestión todos los días que ella estaba de vacaciones aquí". De manera progresiva y ya en los 70, se fue imponiendo otro tipo de picador más "ligón de discoteca", "y empezó a ser más importante la cantidad de ligues que la calidad".

Otro aspecto reseñable, según Canyelles, son los motivos que impulsaban a estos jóvenes al flirteo y a la conquista: "Los había que se movían más bien por un impulso sexual sin otro tipo de connotaciones y otros que priorizaban un factor material: hombres que se relacionaba con mujeres de grandes posibilidades económicas para extraer un provecho en forma de caprichos y regalos", comenta.

¿Cuándo depusieron sus armas los picadores? La decadencia comenzó en los 70, con la proliferación y normalización de los guateques. La primera crisis del petróleo, en 1973, provocó también el cierre de muchos establecimientos vinculados al sector servicios. La Transición, el aumento de la enfermedades venéreas y la progresiva liberación de la mujer española pusieron fin a la figura del picador, con dos máximos exponentes en la isla, el músico Johnny Valentino (Joan Gràcia Rabassa, quien tuvo un affaire con Ava Gardner en Madrid) y el cantautor Toni Morlà, conocido como el último picador y fallecido el año pasado. Tomeu Penya, en un quiebro de los suyos, niega la existencia de los picadores. "Eran las extranjeras las que nos seducían a nosotros", asegura.

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