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Creación

Referencias existenciales con modos de jazz

José Vidal Valicourt reflexiona sobre los conceptos de muerte, escritura e isla en su nueva obra, Desaparecer en un solo de Coltrane

José Vidal Valicourt.

Si uno piensa en las analogías que puede haber entre un suicida y un creyente, quizá no encuentre ninguna a simple vista. Sin embargo, ambos pueden compartir -según el grado de hastío del primero- la curiosidad por la metarrealidad. Aun siendo totalmente contraria la vía para ascender a ese estadio (la fe, la esperanza y la caridad se enfrentan al nihilismo), uno y el otro "quieren saber saber qué hay en ese territorio llamado muerte, qué demonios está cociéndose en la nada". Dicho esto, olviden ahora el tema de la religión y centren su atención en la autolisis. Con este concepto arranca José Vidal Valicourt (Palma de Mallorca, 1969) su recién Desaparecer en un solo de Coltrane (Pre-Textos). Lo hace acompañado de Albert Camus, quien ya abordara en El mito de Sísifo (1942) la cuestión del suicidio, que puede considerarse casi el único problema filosófico verdaderamente serio para los dos escritores.

Con escrupulosa delicadeza, el poeta transeúnte dibujado por Vidal Valicourt (que con el paso de las páginas se convierte en necesario y no en contingente) se refiere a la desaparición terrenal, no como un gesto derivado del vacío, sino como una decisión meditada. Aunque el autor no lo escribe justificando o justificándose del acto -no se trata del libro de un suicida-, sino que lo pone en bandeja como simple exposición. Prueba de ello es uno de los ochenta y cinco modos (pequeñas islas narrativas que se dejan leer de forma autónoma) del tomo, que puede servir incluso como respuesta confesional: querer llegar a viejo y ser el último de la fiesta, contemplando la desolación de la historia, la ruptura de la armonía del día de la que hablaba Camus. Ser todo el rato, cansa, reflexiona el autor. Por ello, el mallorquín recurre al ingenio para recrear un sueño donde un muerto observa su propio funeral desde el ataúd o a buscar una ranura por la que deslizarse y salir a un ámbito absolutamente extraño, únicamente válido para suicidas a media jornada, algo que se puede equiparar al humor negro del británico Tom Sharpe, tanto en la línea sudafricana como la relacionada con las cuatrillizas.

Haciendo uso de una prosa poética exquisita, aparece la necesidad de hablar sobre la muerte. Y lo hace Vidal Valicourt -colaborador habitual de Diario de Mallorca- con naturalidad, la misma con la que él pide que se hable del concepto; ya sea entre amigos o con nuestra pareja, pero haciendo hincapié a nuestra finitud como seres humanos, tema crucial en El ser y el tiempo de Heidegger y en el pensamiento contemporáneo. La reflexión sobre la propia escritura y la dual necesidad imperiosa de salir y de regresar a una isla y la soledad (buscada con frecuencia por el autor) que se puede llegar a sentir en ella ("el isleño bebe a solas el aguardiente más criminal, sabiendo que tarde o temprano alguien arriesgará una palabra, una sola palabra que signifique hospitalidad") son otros de los temas sobre los que pivota una obra que encuentra su origen en Crescent, álbum del saxofonista de jazz y compositor norteamericano John Coltrane, y cuya música embadurna los versos de la narración.

Mientras el poeta-narrador recuerda la frase de Cardoso Pires ("no quiero máquinas de escribir, sino máquinas de borrar"), quien en De Profundis cuenta su regreso a la vida tras haber sufrido una isquemia cerebral, la obra consigue hallar el marco estético buscado desde el principio, acogiendo varios registros como el cine (Serge Gainsbourg), la danza (Pina Bausch), la pintura ("Su camisa es un mapa de baba y sangre, un estornudo de Pollock") y la filosofía (Maurice Blanchot) para dar con una obra que sin duda alguna se puede considerar de culto.

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