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Arte

La capilla del apicultor

El siglo XXI trajo una revisión de los valores humanos básicos y un retorno hacia la naturaleza, hacia la sencillez y el equilibrio vital

La capilla del apicultor

TERENCE KOH

Empty Boat

Galeria Horrach Moyà. Palma

Hasta el 29 de diciembre de 2017

Sin duda una de las transgresiones más impactantes fue la presencia del arte performativo incubado durante las primeras vanguardias preludio del estallido definitivo en la década de los sesenta. Desde Cabaret Voltaire pasando por el Accionismo Vienés y el movimiento Fluxus, hasta las acciones en galerías y museos de Nueva York de los 70 y las aportaciones teatrales del Living Th o Lindsay Kemp, la acción perfomativa ha alimentado una ingente colección de acciones que han acabado por desbordar los límites del arte representativo y las convenciones estilísticas al uso, tan del gusto burgués y comercial.

Si bien todas las acciones han sido debidamente documentadas tanto como archivo artístico como comercial, aún hoy sorprende al espectador la presencia de estas acciones organizadas tanto por Museos y Centros de Arte como por galerías, aunque éstas siguen apostando mayoritariamente por el arte con etiqueta comercial. El caso de la nueva galería Horrach Moyà en la plaza de les Drassanes de Palma, se convierte en el paradigma de un arte que, sin renunciar a ciertos aspectos comerciales, si incide en la visión de la expresión contemporánea, acuñada por artistas que prefieren dejar una huella más humana antes que artística o comercial.

Ahí se encuadra el trabajo de Terence Koh, oriundo de china nacionalizado canadiense y residente en Nueva York. Su propuesta denominada "Empty Boat" para cinco salas de la galería, es el reflejo del artista que relaciona su trabajo con el entorno, que habita los espacios en los que desplegará el resultado de su estancia y arropa con su presencia continuada una suerte de legado transformado en arte por la decisión del artista, ni más ni menos.

Si el arte de posguerra referenciaba el dolor y la pérdida debido a un terrible conflicto con horrorosos resultados, los artistas de los setenta trajeron las primeras pruebas de una sociedad que no había aprendido de sus errores y hacía ostentación de su estatus, coleccionando incluso botes de mierda. El siglo XXI trajo una revisión de los valores humanos básicos y un retorno hacia la naturaleza, hacia la sencillez y el equilibrio vital. De eso trata, en parte, la propuesta de Koh, definida a partir de su estancia en la galería desde la que construyó todo un circuito vital.

El trabajo de Terence Koh desprende un cierto aire telúrico, casi primitivo, enraizado ancestralmente a las costumbre y leyendas de los pueblos, un arte que atiende a la vida y todo aquello que la rodea. A través de una precisa descripción de los actos ahí representados, el artista nos invita a reflexionar sobre la importancia del contacto humano tanto visual como táctil, atender al respeto hacia la naturaleza a partir de un elemento tan natural y proteico como la miel, objeto central de la muestra, con esa capilla en la que el humano convive con las abejas o esa barca llena de sal, lecho para un contacto físico relajante, untada con la miel de la producción de las abejas.

Un espacio para la elaboración del pan payés, otro ámbito destinado al encuentro distendido donde dialogar, los restos de una embarcación construida con cañas y rastrojos en la misma sala y echada al mar para completar el binomio tierra/agua, todo ello en un entorno vívido, energético y relajante. En la línea de Rirkrit Tirvanija, Jorge y Lucy Orta, la obra de Koh desprende ese sentido vivencial hasta el punto de compartirlo todo, desde lo material hasta lo espiritual.

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