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Después de Dylan...

Ishiguro, donde habita la memoria

Dos nacionalidades para un Nobel y un solo ejercicio literario de nostalgia

Ishiguro, donde habita la memoria

Atención, un Nobel de Literatura seguidor de Bob Dylan y de Joni Mitchell quiere recuperar la infancia escribiendo una novela gráfica que le devuelva el manga de sus lecturas más madrugadoras. No es japonés Ishiguro porque sus dos primeras novelas (Pálida luz en las colinas y Un artista del mundo flotante) tengan que ver con el país en que nació y abandonó a los cinco años. Tampoco es británico por haberse encerrado cuatro semanas para escribir uno de los más afinados retratos que existen sobre un mayordomo inglés, el inolvidable Stevens de Los restos del día. Ishiguro es lo uno y lo otro, y algo más. Tras anunciarse la semana pasada el Premio Nobel de literatura, explicó que, pese a su educación occidental, una manera suya de ver el mundo era japonesa por haber sido educado a la vez por padres japoneses, hablando japonés dentro de una casa japonesa en Surrey.

Cuando era niño dejó Nagasaki acompañando a su familia por motivos laborales y no regresó hasta pasado treinta años. La última vez que estuvo allí, hace un par de ellos, dijo que su reconocimiento del Japón está basado en los recuerdos, los olores, y las sensaciones que en él perduran de la infancia. Todo, en la obra de Ishiguro, se vincula a la memoria. Incluso cuando recurre como en su última novela, El gigante enterrado, a las leyendas, las brumas, los ogros, los británicos y los sajones, son los fantasmas del pasado los que ocupan el primer plano.

Estudió inglés y filosofía en la Universidad de Kent. Sin ser un ávido lector en su juventud, destacó temprano entre la multitud literaria. En 1983, fue incluido en la lista de los mejores escritores británicos de la revista "Granta", junto a luminarias como Martin Amis, Ian McEwan y Salman Rushdie, que le sacan un lustro y forman parte de una misma generación literaria, además de ser sus amigos. Su primera novela, Pálida luz en las colinas (1982), publicada en español doce años más tarde por Anagrama, trata de una mujer japonesa de mediana edad que vive en Inglaterra. Le sigue Un artista del mundo flotante, narrada por un anciano pintor nipón con un trasfondo de Segunda Guerra Mundial. La profunda comprensión de las convenciones sociales y afectaciones de la patria adoptiva inspiraron su tercera novela, Los restos del día, que ganó el Premio Booker con un mayordomo de protagonista, que más tarde sería inmortalizado en una película protagonizada por Anthony Hopkins.

El cine y la música son las dos primeras pasiones del flamante Premio Nobel, que ha compuesto letras de canciones y escrito más de un guión cinematográfico. Algunas de las claves de sus personajes las busca en el celuloide. Los restos del día es fruto de un proceso febril incubado en cuatro semanas de escritura de la mañana a la noche, y de un borrador a mano como es costumbre del autor. Entonces lo invadieron los temores de que la gente sacara la conclusión de que se trataba del mismo libro de siempre protagonizado por un viejo que mira hacia atrás y recuerda su vida con pesar cuando ya es demasiado tarde para cambiar las cosas. Pero Los restos del día es mucho más que todo eso. Es la historia de un hombre tan cargado atribuciones y responsabilidades que deja que el amor de su vida se deslice entre los dedos mientras trata de mantener a raya sus emociones. Encarna las frustraciones de la vida y es también, sobre todo, una historia de sentimientos que llega a su apoteosis cuando Stevens renuncia a sus ilusiones sobre Lord Darlington, a su querida dignidad, y todo lo que le queda, a partes iguales, como consuelo y amargura es Miss Kenton y lo que podría haber sucedido y no sucedió.

Del mismo modo que japonés y británico, Ishiguro es un iconoclasta literario. Ha jugado con todos los géneros, ficción detectivesca, western, ciencia ficción y fantasía tolkieniana en sus novelas. Los inconsolables (1995), a mi juicio uno de sus dos trabajos menos estimulantes, es una obra surrealista y onírica sobre un pianista en una ciudad europea sin nombre. Cuando fuimos huérfanos (2000) fue recibida como una novela de detectives. Nunca me abandones (2005) representa un salto estilístico en la ciencia ficción futurista, en una Inglaterra distópica .Su publicación larga más reciente, El gigante enterrado, es una historia de fantasía ambientada en un mundo artúrico de la Edad Media. Se centra en una pareja mayor, Axl y Beatrice, que salen de su aldea en busca de un hijo desaparecido, y se encuentran con un viejo caballero. Aunque la historia incluye ogros y un dragón, también es una parábola que explora muchos de los asuntos que han intrigado a Ishiguro a lo largo de su carrera, contando la frágil naturaleza de la memoria individual y colectiva.

Nocturnos significó la primera colección de cuentos después de las seis novelas que lo precedieron, pautadas en el tiempo, cinco historias de música y crepúsculo que permanecen abiertas como ventanas de una a otra y que se repiten como si formaran parte de una misma secuencia. También lo hace la nostalgia por la música de ayer, la del «crooner» de las serenatas en Venecia, de uno de los relatos del libro. Ishiguro evoca recuerdos agridulces, en medio de un aire de quietud y de arrepentimiento. El lamento por las oportunidades perdidas se atempera a veces con situaciones surrealistas. Lo que se cuenta en cada uno de llas cinco historias es desgarrador a su manera, pero hay en ellas momentos de comicidad.

Esa es buena medida la virtud, Kazuo shiguro, una persona que vive entre dos nacionalidades habita, asimismo, entre dos humores y frecuenta varios tipos de melancolía en las que la memoria acude siempre en ayuda del narrador.

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