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Efemérides

Márquez, un genio de las palabras

Don Quijote y Sancho Panza.

Ya hace 52 años que García Márquez conducía un Opel y tejía en su cabeza los enredos de Cien años de soledad; los mismos 50 años que se cumplen ya desde su aparición. Sin embargo, esta obra sigue abriéndonos las puertas de un volcán lingüístico que no deja de sorprender con nuevos vocablos al lector hispano, y es que García Márquez es un genio del idioma. Tiene el prodigio de conocer todas las palabras; hace malabares con el diccionario haciendo que parezca fácil. Las palabras conjugadas en la obra consiguen que el lector lo sienta todo: el tacto, el gusto... Eso sí que es realismo mágico. Una excelente muestra de esta corriente literaria en la que lo más trivial se nos muestra como algo extraordinario y lo más sorprendente como lo más común y cotidiano.

En su expresión encontramos ecos de una nueva literatura hispanoamericana. Dentro de las diversas definiciones que se encuentran, podríamos destacar que el realismo mágico supone una ruptura con la literatura hegemónica europea. De hecho, varios autores se han apoyado en Macondo para recrear su propio viaje y sus propias letras, consagrando así la genialidad hispanoamericana: un Cortázar que perfila a la maga en torno a un mundo de erotismo y sensualidad, un Rulfo que confunde en su historia la vida y la muerte o un Carpentier que también recuerda en sus palabras el reino perdido. Unos autores, junto con García Márquez, que pisan fuerte en las letras hispanas y que todavía hoy siguen dando de qué hablar.

Un paralelismo con El Quijote

El universo del autor colombiano desafía el canon literario hispánico y universal, con imágenes que nos recuerdan a un desquiciado Alonso Quijano que lucha por la libertad a partir de su condición de loco. De tal manera, es ineludible la sensación de burla que experimenta el lector cuando ve a los personajes macondianos danzar con los sueños mientras una tímida realidad nos pone los pies en la tierra, manifestando así un posible Macondo real, habitado por seres desgraciados y perturbados desde la visión mágica, privada de cordura; una sensación similar que también recreó en su momento Miguel de Cervantes y su novela moderna: la locura siempre ha sido y será una buena excusa para decir verdades y denunciarlas.

Los personajes de Macondo luchan por lo mismo desde la realidad y el mito; eso sí, con una característica que llevan en sus apellidos: la soledad, el ingrediente estrella de la novela. Ésta, no solo da título a la obra, sino que condena a los personajes a padecerla; y es que, como dice el Nobel en la propia obra: "el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad". La felicidad y la prosperidad se reúnen en la soledad, sin aceptar otro destino que no sea el trágico.

Otro rasgo próximo a la soledad es el factor cíclico: todos formamos parte de la rueda que nos hace caer en los mismos errores de manera sistemática. Una somera reflexión que hace un guiño a aquel "eterno retorno" de Nietzsche: da igual qué Aureliano o José Arcadio tengamos en frente, sus destinos están abocados a lo mismo de siempre: una soledad que da vida, desvive y mata. Dicha confusión de generaciones puede distraer al lector pero a su vez consigue atrapar sus cinco sentidos en la lectura para no perderse en la interminable saga de los Buendía. La propia obra nos lo explica cuando nos dice: "la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste irremediable y progresivo del eje". Y es que el destino final de esta interminable familia queda al descubierto de forma explícita en las últimas páginas del libro con frases como ésta: "las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."

Además, esta novela ofrece tantas lecturas como el lector quiera dar. Si bien puede abordarse desde una perspectiva macondista e histórica, también puede hacerse una doble lectura en cuanto al tratamiento de la mujer: una, destacando el retrato de algunas féminas en las que se potencia su fuerza y capacidad de lucha y superación de la adversidad, como es el caso del matriarcado de Úrsula. Pero también puede leerse como una novela plagada de muestras de sumisión extrema de la mujer a la voluntad del hombre, como nos señala la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero. Ésta, en sus declaraciones a Ángela Paloma Martín, considera que hay que revisitar Macondo con otra mochila, la feminista. Mientras el debate estos días se centra en que la obra de García Márquez responde a un momento histórico y a un país, María Fernanda manifiesta: "los ojos de los lectores, para mí, son mucho más importantes que el momento histórico que representa. Cien años de soledad no es un libro de historia". Cabe destacar que algunos críticos han reconocido en la obra otras lecturas, como la bíblica: con la creación, fortificación y decadencia del paraíso perdido. Este abanico de lecturas que nos regala la obra no deja de enriquecer al lector con el paso de los años, ya que Cien años de soledad es uno de esos libros que permite redescubrir maravillas o nuestra propia vida, vista desde otro prisma.

Por todo ello, celebramos los cincuenta años de esta joya literaria con una última cita del libro que, una vez más, recuerda la importancia del arte como motor del ser humano: "El mundo habrá acabado de joderse -dijo entonces- el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga".

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