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Música

¡Vaya faena, Maestros!

Lo único que siento es el ver aún en estas noches mágicas, sillas desocupadas, que apenas consiguen compensar el entusiasmo de los asistentes

La Simfònica a Bellver.

Unos pocos Maestros, con el suficiente raigambre en el arte de Cúchares, se atreven en ocasiones a enfrentarse en una tarde con seis toros bravos; pues bien en estos días sanfermineros nuestros músicos, nuestra sinfónica se ha encerrado entre los muros de Bellver, no con seis morlacos, sino con nueve, si sumamos a los ocho primeros un novillo, el concierto para piano, Emperador, igualmente incomodo para una buena lidia y que no puede ser considerado en modo alguno un "sobrero".

El Maestro Mielgo y los profesores de la Sinfónica no han deleitado a los que hemos tenido la fortuna de disfrutarlo y el buen juicio de asistir al evento en cuatro jornadas, dos jueves y dos viernes, como si de una tetralogía wagneriana se tratara, con una maratón bethoveniana, el Concierto Emperador y las primeras ocho sinfonías del divino sordo de Bonn; ahí es nada.

Se nos llena la boca en ocasiones en loar los logros de algunos próceres del deporte patrio y no sin motivo, pero pasa por delante del público, en general poco atento, machadas, si se me permite la expresión coloquial, solo al alcance de algunos, pocos; porque atreverse con las ocho sinfonías en tan corto espacio de tiempo, requiere para los ejecutantes, además de un nivel superlativo, un volumen de esfuerzo físico, fuerza mental y no escasa dosis de trabajo bien hecho, en modo alguno despreciables.

No me atreveré ni tan siquiera a insinuar una crítica musical para lo que no tendría más mimbres que mi melomanía y el forofismo bien merecido que siento por nuestra orquesta, simplemente diré que, a mi modesto entender, han estado en su actuación, sus actuaciones, simplemente sobresalientes y que si tuviera que resaltar algún aparte de aquellas cuatro "tardes" osaría destacar un Adagio de la Cuarta de enorme brillantez, sumamente conmovedor, prueba fehaciente del acierto de Ravel, quien consideraba que no existe mayor fuerza en el mundo que el pianísimo, y una Séptima, que auguro que tardarán tiempo nuestros músicos en superarse a sí mismos en una interpretación para la que solo se me ocurre un calificativo: perfecta.

Lo único que siento, que me duele, es el ver aún en estas noches mágicas, sillas desocupadas, que apenas consiguen compensar el entusiasmo de los asistentes, que intentan romperse las manos en aplausos, en esa lid interna entre el afán de demostrar el agradecimiento a los músicos, el homenaje que a todas luces merecen y la buena razón de considerar que necesitan descanso y sosiego tres el fragor de la lidia.

Poco más resta, tan solo trasmitir al Maestro Mielgo mis, nuestras gracias por un trabajo bien hecho y por una música aún mejor interpretada y a los profesores, a todos y cada uno de ellos mi, nuestro, agradecimiento por una música sobresalientemente interpretada y por un trabajo bien hecho, que tanto monta.

En esta ocasión los Maestros y los Bravos se han concentrado en una sola personalidad: la de nuestros músicos. ¡Óle!

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