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Ensayo

Ki- y el homo poeticus

El escritor de Subotica defiende la verdad de la literatura y combate los lugares comunes en sus ensayos póstumos

Ki- y el homo poeticus

Siempre ha habido grandes tradiciones, grandes literaturas y también lenguas menores y pueblos chicos, igual que hay billetes grandes y pequeños, dijo Ivo Andric. Danilo Ki- citaba a uno de los monstruos sagrados de la cultura yugoslava para reivindicar al homo poeticus frente al homo politicus y el mito gastado de que los eslavos del sur y "demás magiares" tendrían que renunciar a la gran literatura, conformarse con las traducciones de los clásicos rusos y con divertir al mundo con sus problemas político-exótico-comunistas. Antes de que se desencadenase la guerra en Yugoslavia, Ki-, que escribía en serbocroata, murió prematuramente de un cáncer en París como uno de los grandes talentos invisibles de la literatura. Homo Poeticus -la colección póstuma de ensayos que como la mayor parte del resto de su obra traducida acaba de publicar Acantilado- es la constatación de su poderosa escritura. Igual que muchos autores centroeuropeos, Kundera, Gombrowizc, Kertész, Szymborska, proyecta en sus libros el significado del caos en una época convulsa del continente: las dos guerras, la invasión, la ocupación y la aniquilación totalitaria. Todo ello sin renunciar a la herencia modernista de Joyce. De hecho no es diferente del propio Joyce, de Bruno Schulz, de Kafka o, en otra forma de verlo, de Koestler. De todos ellos hay un rastro significativo en Ki-. Y, además, está la influencia Borges, que le valió acusaciones de plagio de sus enemigos. Hijo de un judío húngaro asesinado en Auschwitz en 1944 y de una montenegrina cristiano-ortodoxa, supo adaptar la visión del terror estalinista, la lucha contra el nazismo o el Holocausto a la gran poesía, y jamás sacrificó una sola frase a los lugares comunes. Sus novel·les y sus relatos están exentos de sequedad narrativa aunque no dejó por ello de situar en un primer plano hechos y material documental como ocurre en Laúd y cicatrices: archivos de la policía, correspondencia, horarios de trenes, certificados de nacimiento, con el fin de atraer al lector hacia una relación más imaginativa con la historia que fomentaba por medio de las palabras, creando en ocasiones una atmósfera literaria de belleza sobrecogedora.

Cuando en 1976 se cita en el café Intercontinental de Zagreb con el deportado Karlo -tajner, superviviente de un gulag y autor del libro 700 días en Siberia, que a Ki- le había servido de valiosa guía para escribir Una tumba para Boris Davidovich, lo primero que -tajner le pregunta es si podría corregir en una posterior edición la secuencia de la novela en la que el protagonista se paseaba por la noche alrededor del Kremlin. "A cualquiera que hubiera merodeado entonces por allí, sobre todo un extranjero, como es su personaje, lo hubieran detenido inmediatamente", le dijo. Esa frontera entre la imaginación y el sufrimiento ha estado siempre presente en su obra tan reflexiva como deslumbrante a ratos.

En Homo poeticus, que contiene ensayos y entrevistas a modo de biografía literaria, Ki- profundiza en las trampas intelectuales del compromiso en la escritura que han empujado tantas veces al artista a convertirse en un animal político. Así ocurrió en aquella federación de repúblicas de Tito, entre los serbios croac-croac, los yugoslovacos, como él mismo ironizó. El ser humano se reduce a una criatura unidimensional y pobre de espíritu dispuesta a contarle el mundo de manera incesante sus miserias, haciendo que la poesía salga derrotada y pase a ser un privilegio exclusivo de los ricos.

Entonces no podía imaginarse del todo el escritor de Subótica hasta qué punto los hechos que se produjeron más tarde en Yugoslavia le darían la razón. Tampoco vivió lo suficiente para ver el desastre en toda su magnitud, pero ya tenía pruebas para saber hacia donde se dirigía la delirante disputa nacionalista. "(€) La literatura, la poesía, es un dique contra la barbarie, y, aunque la poesía quizá no amansa a las fieras, al menos sirve para algo: le da un sentido a nuestra vana existencia", escribió.

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