Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Serie

Kafka en Filadelfia

Fotograma de la serie "Twin Peaks".

Comienzo desvariando. Pourquoi pas? (¿Por qué no?) fue el lema y el nombre del barco del explorador ártico galo J-B. Charcot (1867-1936). También fue el lema de los alpinistas Reinhold Messner y Peter Habeler cuando hasta principios de los 70 los científicos aseguraban que superar los 7500 metros de altura sin oxígeno supondría que el cerebro estallaría. No les ocurrió eso e hicieron cima en el Everest, regresando vivitos y coleando.

Twin Peaks (cimas gemelas traducido literalmente) es el título de la serie que creó David Lynch para la cadena norteamericana ABC en 1990. La primera temporada tuvo gran éxito de crítica y audiencia. La segunda temporada (1991) se desinfló rápidamente y la cadena no renovó la serie. A pesar de ello mantuvo su prestigio y el del cineasta, pasando al catálogo de productos de culto.

Hace unos meses se estrenó el documental David Lynch The art life (ya disponible en DVD y BluRay). Aunque centrado en su etapa inicial como pintor, el documental muestra las semillas de las obsesiones artísticas y personales de Lynch. Su querencia hacia el surrealismo formal (de hecho su primer filme, Eraserhead ­-1976-, ha sido etiquetado como terror surrealista) y su curiosidad por la cara oscura del ser humano. No la violencia desatada y primitiva; sí comportamientos más refinados como los desdoblamientos de personalidad, los delirios oníricos, y la perversidad. A Lynch le obsesiona también que la sociedad se esfuerce al mismo tiempo por tapar todo ello bajo la alfombra de la corrección y buenas maneras de los buenos ciudadanos.

Si Eraserhead fue etiquetada como terror surrealista, a Twin Peaks le añadieron la plaqueta adicional de misterio. La serie de 1990 creó una legión de fans y otra de renegados. Los espectadores más convencionales, menos abiertos a juegos narrativos se exasperaron a medida que tardaba en desvelarse el misterio de quien había asesinado a Laura Palmer. No entendieron que era un mcguffin puro, hasta extremos que ni Hitchcock se hubiera atrevido. David Lynch ha hecho poquísimas concesiones a la galería en su carrera, y las contadas veces que lo ha hecho (Dune, verbigracia) se ha arrepentido.

Cuando esos espectadores menos inquietos se dieron cuenta de que el director (y su colaborador Mark Frost) estaban jugando con ellos, se sintieron burlados. Para Lynch y Frost la difunta era una excusa para mostrar, a su manera, las miserias de los lugareños. Similares las de la burguesía que el cine europeo (Chabrol, Buñuel o Haneke me vienen inmediatamente a la cabeza) ha diseccionado tantas y buenas veces. El toque Lynch es un surrealismo muy personal, muy diferente al de Buñuel. Cuando la cadena televisiva obligó a Lynch a desvelar el misterio, este arrojó la toalla, y por ello la segunda temporada es más caótica, sin llegar a fallida.

El regreso de la serie en 2017 ha sido con garantías de libertad creativa total. Esta vez ha tenido el viento a favor, ya que series como Los Soprano, The Wire o Breaking bad le han allanado el camino a Lynch. La series más arriesgadas buscan al público más selecto de las plataformas audiovisuales y además generan premios y criticas favorables. Las ventas internacionales, por poca buena recepción que obtengan, acaban cuadrando las cuentas.

Con terreno tan abonado el regreso de David Lynch se puede calificar de apuesta segura. Y el hombre ha hecho lo que se esperaba de él. Exigir tanto a los espectadores como se exige a sí mismo. El misterio no se limita a sueños y flirteos con la cara gris, o negra, de los seres humanos. El Twin Peaks de 2017 toma al pie de la letra la promesa que Laura Palmer hizo al agente Cooper en uno de sus sueños: "Nos veremos dentro de veinticinco años". Han pasado algunos más, pero ese reencuentro se produce ahora en viajes siderales y curvas cronoespaciales como las de Mullholand Drive.

Más etiquetas entonces: Misterio, terror, fantasía y ciencia ficción surrealistas. O, en dos palabras de un colega anglosajón, Kafka en Filadelfia (la ciudad en la que estudió arte Lynch y le marcó por su sombría). No es una serie fácil de ver, incluso para los seguidores más fervientes y los más abiertos a la experimentación audiovisual. Pero para (¿muchos?) vale la pena el esfuerzo, la molestia de no captarlo todo. Lynch está logrando de nuevo marcar su principal seña de identidad: Arte puro, sin concesiones.

Compartir el artículo

stats